Capítulo 4

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Hay momentos en la vida que marcan, que dejan una huella imborrable y que se quedan en ti para siempre. Para recordarte lo que podría haber sido y no fue. La muerte de personas cercanas, traiciones de tus seres queridos, pueden hacer algo más que dejar huella. Dañan. Quiebran. Queman. Destruyen.

La segunda vez que me drogaron tardé más en despertarme, tal vez porque la sustancia era más fuerte o porque yo estaba muy débil. No lo sé, pero el olor que me inundaba las fosas nasales hizo que mi cerebro reaccionara y lo asociase a un hospital. ¿Me habían llevado a un hospital? ¿Y quién? ¿Eran enemigos o amigos? ¿Realmente era lo suficientemente ingenua para creer que tenía amigos? Oh, sí, lo era.

Agudicé el oído y pude escuchar varias máquinas a mi alrededor y una que parecía la de un electrocardiógrafo, asique estaba enchufada a algo. Que bien, de verdad.

¿Qué iba a hacer ahora? Estaba asustada, estaba harta de estar enfrentándome a tantas situaciones hostiles sin un ápice de descanso. De encontrarme sola entre la espada y la pared.

-Puedes abrir los ojos cuando quieras –era una voz suave, de mujer. Una mujer que se encontraba bastante cerca de mí, por lo visto, y que sabía que llevaba un rato despierta–, no tengas prisa.

Tragué saliva, la desconfianza era ahora mismo mi mejor amiga. ¿Quién me podía asegurar que no acabaría siendo el conejillo de indias de alguien? Sondeé su mente levemente: Natasha Romanova, alias Viuda Negra. Ex agente de inteligencia rusa, actualmente Vengadora.

Abrí los ojos de par en par y giré la cabeza hacia ella, estaba sentada en una silla al lado de mi cama, con un libro entre las manos. Era muy guapa, de ojos verdes y pelo rojo, corto sobre los hombros. Y me miraba fijamente con una tenue sonrisa que decía: Ey, chica, tranquila. Me llevo la mano a la frente, para masajeármela, la luz que había en la habitación me estaba produciendo un leve dolor de cabeza. Parecía encontrarme en una habitación de hospital, enchufada, tal y como había supuesto a un electrocardiógrafo y enchufada a un suero.

-Posiblemente te encuentres desorientada –me dijo cerrando el libro y cruzando las piernas–, es normal, llevas cerca de doce horas durmiendo sin parar.

-Me... -tenía la voz ronca y me detuve para carraspear, tenía la garganta seca y necesitaba agua. La busqué con la mirada mientras intentaba enderezarme sobre la camilla, Natasha me echó la mano para luego tenderme una botella de agua y le sonreí con gratitud, me la bebí de un resuello–, gracias... Yo, me drogaron...

-Lo sabemos –se volvió a sentar en su silla, con una firme intención de dejarme algo de espacio vital, se lo agradecí profundamente–, tenías una cantidad considerable que no cualquier humano pudiera haber aguantado sin que el corazón le hubiera dejado de latir.

En otras palabras, sospechaban que yo tenía de humana lo mismo que un tenedor. Cerré la botella vacía y empecé a rascar la pegatina que tenía puesta con la marca. Me sentía insegura, no con ella, sino con la situación, si descubrían que no era normal ¿qué me harían? Por algo Miranda siempre nos había tenido escondidos.

- ¿Dónde estoy? –decidí echar por otro camino, quería ganar algo de tiempo y no quería entrar aún más en su mente.

-Te encuentras en la Torre de los Vengadores, en nuestra base secreta particular, Soy Natasha Romanova –medio sonrió, de verdad que era muy guapa. Me llevé una mano a mi cara, que burda me sentía ante ella. Que era muy fina y delicada–, te encontramos inconsciente en la base submarina de HYDRA. Te habían lanzado un dardo.

Me coloqué un mechón de pelo oscuro tras la oreja y fruncí el ceño, me estaba preguntando si era amiga o enemiga. Entonces me acordé del USB y caí en la cuenta de que llevaba un camisón de blanco, me apreté en pecho para buscarlo y allí estaba. Sentí alivio, quizás debía confiar en ella, ¿qué más daño me podían hacer? No me quedaba nada más que perder.

Metí la mano en el sujetador y saqué el pen drive, se lo enseñé a la señorita Romanova, que lo miró con el gesto indiferente, dándome un margen de explicación.

-Me llamo Ahriel Knight, soy la hija adoptiva de Miranda Knight y me encontraba en situación de escapar de HYDRA, sin muchos buenos resultados como puedes ver –sonreí con cierta vergüenza, bajé la mano y le di vueltas al USB plateado–; no sé cuánto llevaba recluida en una celda, llegué sin conocimiento e intentaba proteger este pen drive, con información secreta de HYDRA, mi madre recabó toda la información que se encuentra aquí dentro. Quería venir a dároslo yo misma, pero no me dejaron.

Se lo tendí con toda mi buena voluntad, una vez dado, una cosa menos sobre mis hombros. Ellos sabrían qué hacer con ella, por lo que una vez que Natasha lo hubiera cogido me recosté sobre las almohadas, aliviada. Ella lo miró durante un momento y luego enfocó su mirada sobre mí, me colocó la mano sobre el brazo y me apretó levemente.

-Has hecho bien, estás ahora a salvo.

No mentía del todo, pero iba a verificar que el USB. E iba a indagar sobre mí también, a ver si había dicho la verdad, creía que le ocultaba algo y que no me iba a ir de la torre hasta que supiera qué era.

La puerta se abrió de repente, dejando a entrar a un doctor de pelo entrecano y bata blanca. Tenía el gesto amable y su mirada fue primero hacia Natasha y luego hacia mí.

-Buenos días, señoritas –me dijo acercándose a mi cama, miró el suero y algunos informes–, soy el doctor Banner, estoy a cargo de tu recuperación. ¿Cómo te encuentras?

-Bastante bien comparado a como estaba antes, supongo –me bloqueaba, tenía un meta bloqueador que no me dejaba entrar en su cabeza. No sabía se me gustaba el silencio que irradiaba o me decepcionaba no descubrir exactamente quién era–, soy Ahriel, Ahriel Knight.

Me sentí insegura, notaba alguna especie de lazo entre ellos dos y eso me hacía removerme algo incómoda también. Miré hacia un lado mientras el doctor Banner seguía revisándolo todo, esperando la pregunta del millón. Poca gente que conocía mi don seguía a mi lado, salvo mi familia... o lo que fue una vez mi familia. ¿Habrían sobrevivido Tom y Mark? Apreté los labios, no, no debía preocuparme por ellos.

- ¿Esto... -me miré las manos, frunciéndoles el ceño–, sobrevivió alguien de... aquello?

Ambos se miraron, sopesando la respuesta. Podría entrar fácilmente en la mente de Natasha y averiguarlo, pero no quería ganarme su enemistad.

-Sí –dijo Natasha, poniéndose en pie y mirando por la ventana, decía la verdad–, un par de soldados a los que estamos interrogando.

Asentí lentamente.

-Eso está bien.

-Siento preguntarlo tan de repente –lo sabía, abrí los ojos de par en par mirando la sábana que me tapaba–, pero ¿qué eres?

Lo miré fijamente, insegura, luego a Natasha que aún no se había dado la vuelta y seguro que la habitación tenía alguna que otra cámara. Lo iban a descubrir tarde o temprano, suspiré con cansancio.

-Telépata –miro fijamente un punto de la pared, ajá, allí estaba la cámara–, con algo de telequinesis. No soy muy fuerte en el último caso, pero soy una gran lectora de mentes.

Natasha se giró hacia mí lentamente, con los labios blancos y le devolví la mirada.

-No, no he hurgado en su mente –le dije con seriedad–, sus secretos están a salvo, señora Romanova.

Asintió, y relajó levemente la actitud de sus hombros. Me giré hacia el señor Banner que también estaba terriblemente tenso.

-Y no puedo percibir ningún tipo de onda neuronal proveniente de su mente, doctor Banner, no lo entiendo, pero el silencio que emanaba es algo diferente a lo que estoy acostumbrada.

-Sorprendente –escribió algunas cosas en su libreta de apuntes y supuse que me tendría que quedar un par de días postrada en la camilla, miré como el suero goteaba–, tendrás que quedarte un par de días más aquí, tus constantes van bien, pero necesito hacerte unas pruebas más. Tenías muy mal aspecto cuando te trajimos.

-Vale, doctor, como usted diga.

-Debo irme –Natasha se acercó a nosotros y me sonrió, de forma genuina–, vendré a verte.

-Como quiera, no me voy a mover de aquí.


Ángeles de Cristal (Capitán América)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora