Capítulo 22

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Frío. Humedad. Olor a azufre. Dolor. Sufrimiento. Fatigas. Arcadas.

Fue similar a cuando un tsunami arrasa con una ciudad, me dejó sin aliento y sin conocimiento de lo que pasaba a mi alrededor. Por un momento no vi ni escuché nada, incapaz de moverme tampoco. Sin embargo, poco a poco, la vista se me fue aclarando, y los oídos despejando.

Escuché jadeos, signos de luchas, metal contra metal. Steve. Tom.

Giré la cabeza hacia ellos para contemplar una lucha encarnizada donde el fuego estaba empezando a llenar la escena, pero no era un fuego normal, era azul, helado y exageradamente mortal, su visión me apremió a enderezarme.

- ¡Ahriel! -exclamó Steve, sucio y con heridas nada más ver cómo me ponía de pie tambaleante.

- ¿Cómo es posible? -Tom me repasó con la mirada, anonadado, y la espada, que había comenzado a volverse negra, refulgía en su mano desfigurada por el poder-. Deberías haber muerto... ¡TE MATÉ!

-Parece que no lo hiciste bien -le espeté con la voz ronca, me puse recta y lo miré con desafío, desenvainando una espada.

Y me lancé sintiendo, repentinamente, como mi cuerpo se movía más ligero de lo normal, más ágil y más fuerte. Gracias, Freyja, pensé cuando ambas espadas chocaron. La mía se quebró al momento, pero dándole tiempo a Steve de lanzar el escudo, haciendo que Tom fuera lanzado hacia el otro lado de la superficie de la roca. El fuego azul, que necesitaba de toda su concentración, desapareció al momento.

-Hay que cerrar la puerta -exclamó Steve, corriendo hacia Tom.

Lo seguí, alcanzando su velocidad, para ver como Tom se ponía de pie escupiendo sangre. Steve alcanzó el escudó y comenzó a darle de tortazos allí donde alcanzaba. Otra criatura extraña saltó hacia mí, abatiéndolo con la espada que me quedaba.

El Capitán América partió el brazo izquierdo de mi hermano, haciendo que mi hermano aullara como si estuviera ardiendo en una hoguera, cayendo sobre sus rodillas, para luego darle una patada en la cara y dejándolo sin sentido.

Pero no soltó la espada.

-No puede -susurré acercándome a ellos con la espada ensangrentada-, la espada se le ha soldado a la mano.

Steve me miró y me quitó la espada, lo miré sin comprender.

-Lo siento, Ahriel, no mires...

Fruncí el ceño observando como levantaba el brazo y lo bajaba con rapidez sobre Tom, ejecutándole el brazo. Abrí los ojos de par en par.

La mano de Tom se deshizo como si fuera arena negra, haciendo que la espada cayese sobre la roca con un sonido sordo y metálico. La miré. Estaba negra y parecía supurar energía oscura, perturbadora, dándome reparos a la hora de agacharme y recogerla.

-Ahriel, nos corre prisa -me dijo soltando el arma para coger el escudo, pero no lo escuché, me daba miedo sujetarla-, cariño, cierra la puerta...

Remojé los labios secos con la lengua, tenía la boca pastosa y con un sabor ruin, ladeé la cabeza para mirar a Steve, cuyos ojos azules me atravesaban con todas las esperanzas puestas en mí. Apretó sus labios sobre mi mente, dándome el valor que él rebosaba.

-Bien -murmuré acuclillándome.

Estiré el brazo, temblando hasta la médula, y empuñé la espada.

Una onda expansiva surgió de esta, haciendo que Steve cayera hacia atrás de forma brusca y de culo, nada elegante.

No obstante, yo tenía poder, sentía el poder en cada recoveco de mi cuerpo, en cada célula. Eché la cabeza hacia atrás, dejando salir un grito desde el fondo de mi pecho. Y todo cambió, yo cambié, no solo física sino psicológicamente.

Ángeles de Cristal (Capitán América)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora