Capítulo 15

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Me recogí el dobladillo de la falda para evitar que el vestido se ensuciara demasiado, había llovido y el barro que se había formado me lo chafaría. Hacía tanto frío que el aliento se materializaba ante mis narices y el abrigo se me había olvidado en la fiesta.

-Vamos, Ahriel, no te quedes atrás –la mano de Thor me empujaba levemente y yo emitía gruñidos insatisfactorios a cambio.

-Prueba a ir con tacones sobre barro e hierba –le espeté agarrándome a su brazo como último remedio, dejando que me medio arrastrase.

Habíamos dejado ya muy atrás la limusina calentita y segura para adentrarnos en el bosque tupido y húmedo. Los árboles eran altos y cuando mirabas hacia arribas solo veíamos como las copas de unos y otros se juntaban tanto que impedían ver el cielo oscuro. Volví a tropezar y otro par de brazos de cogieron por el otro lado, el rostro de Steve se encontraba tan cerca del mío como aquella noche en la biblioteca y a mí se me calentó hasta el vestido.

-Deja que te eche una mano –me suspiró, Thor asintió visiblemente agradecido porque le quitara una carga de encima y yo le enseñé la lengua, como si tuviera cinco años.

Y emprendimos la marcha en silencio, íbamos los últimos, pero eso a mí no me preocupaba. No había obligado a nadie a echarme una mano a pesar de que ellos insistieran, no era fácil caminar con así por aquellos lares. Wanda iba levitando y Natasha se había puesto unas sandalias que había guardado en coche, cosa que no se me había ocurrido a mí. Por eso ella era la súper espía rusa híper guay de la vida y yo, bueno, yo en ese momento daba una pena divina de verdad.

- ¿Quién era? –me suspiró casi al oído, obviamente, el que no tenía el pinganillo que permitía la comunicación con el resto de los Vengadores.

-No te importa –le siseé, enfadada con él y en un intento de volverme independiente, me revolví para que me soltara y logrando exactamente lo contrario, que me apretara más contra él.

-Ahriel... -masculló.

-No tienes ningún derecho –espeté con enojo, estaba empezando a hartarme.

Steve se mantuvo callado durante un rato con la vista perdida, enfocando al frente, con una pose reflexiva. No quería meterme en su cabeza, no quería saber qué estaba pensando. Notaba como cada vez que nuestros cuerpos hacían contacto, ardía, y tenía que evitar el estremecimiento que instaba por recorrerme entera. Las ganas de dejarme abrazar por él y por el calor tibio que desprendía, un calor que mi cuerpo reconocía como mi hogar y yo no quería que fueses así. Porque él no me iba a querer. Porque iba a acabar con el corazón destrozado, más aún y porque... porque estaba cansada de que las personas a las que quería me hicieran daño.

-Un lago –exclamó Wanda desde delante.

Tragué saliva, repentinamente nerviosa. ¿Cómo que un lago? Y en mi mente apareció el de mi sueño, aquel hermoso lago de aguas cristalinas y se me aceleró el corazón. Steve imprimió más velocidad en su marcha hasta que me tuvo que casi coger en brazos para avanzar con más rapidez y allí estaba, incluso más bonito que en mi sueño.

El duque miraba a un lado y a otro, nervioso.

-La... -la voz se le ahogó y tuvo que carraspear antes de intentarlo de nuevo–, la espada está en el fondo. Es imposible de sacar.

Me despegué de Steve y me tuve que quitar los tacones, harta de llevarlos ya. Me despojé del abrigo, curiosamente ya no tenía frío y me acerqué, junto a los demás, a la orilla para verla. Joder, sí que era real, estaba allí mismo. Hundida y hendida en la roca, me fallaron las piernas y caí de rodillas.

Ángeles de Cristal (Capitán América)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora