Capítulo 21

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No.

No.

No.

Steve. No.

Una desesperación que rayaba la locura se apoderó de mí, como si las fuerzas que se me estaban escapando hacía un momento me volvieron de golpe y me revolví con furia.

-Oh, mira, mira quien tenemos aquí -el pelo de Tom se estaba volviendo blanca y la piel traslúcida, dejando ver las venas y vasos capilares, daba pavor. Me miró y chasqueó con la lengua-, ¿te has echado novio y no lo has presentado a la familia? Eso está muy mal, Ahriel...

Apretó la mano y me quedé sin resuello, ya no me quedaba aliento y los pulmones clamaban por oxígeno. Caí en la inconciencia poco a poco, observando más escuchando a Steve gritar sin parar a la vez que echaba a correr alzando el brazo del escudo. Vaya, vaya, vaya... Morir no iba a ser tan malo después de todo, porque era eso, ¿no? Iba a morir.

***

Un batir de alas, a lo lejos, logró desvelarme. Un cosquilleo en la piel desnuda me instó a ir abriendo los ojos, con lentitud al principio, como si pesaran.

Todo era blanco, luz, claridad. Los pulmones se me llenaron de oxígeno limpio, tanto, que era un gustado poder tener órganos que recibieran un aire tan impoluto.

Poco a poco me fui enderezando, había estado acostada sobre una hierba verde como las esmeraldas y suaves como plumas, por eso notaba ese cosquilleo. Me senté completamente, sintiendo un tejido diferente sobre la piel: estaba vestida con sedas blancas y celestes, un esplendoroso vestido acompañado por un corpiño de metal se me aferraba al torso y en los antebrazos unos brazaletes de metal con extraños dibujos.

-Levanta, Ahriel.

Ladeé la cabeza hacia el lugar de donde venía aquella dulce voz de mujer, para encontrarme a la mujer de mi sueño y me quedé sin aliento ante su bellísima presencia. Una túnica roja, con bordados dorados, cubrían su perfecto cuerpo y me tendió una mano, que sujeté para poder ponerme en pie.

Me sonrió, estirando con dulzura sus labios rosados y yo enrojecí en su presencia, aquello no era un sueño y mi cuerpo, mi alma, lo sabía. Estaba en otro lugar, en otra dimensión y con curiosidad oteé mi alrededor.

-Imposible... -susurré con la incredulidad recorriéndome.

Estaba contemplando a lo lejos un castillo que resplandecía como si estuviera hecho de plata y oro, me temblaron las rodillas. Los bosques parecían henchidos por la magia y las hojas se mecían como si estuvieran danzando, justo al lado de donde me encontraba había un lago donde unas jóvenes preciosas, de largos cabellos rubios se bañaban desnudas y sin pudor, charlando entre ellas y riendo sin preocupaciones.

- ¿Ya has terminado? -me preguntó la mujer a mi lado con tono divertido, me giré con rapidez hacia ella aún más sonrojada, haciéndola soltar una cantarina carcajada-, no temas hablar ni moverte con libertad aquí, Ahriel, estás en el Valhala.

Me palmeé la frente cayendo en cuenta de muchas cosas, ya sabía quién era ella.

- ¡Eres Freyja1! -exclamé haciendo que ella sacara pecho orgullosa, vanidosa y demasiado guapa para ser humana, porque no era humana, era una diosa. Una diosa Vanir.

-Exacto, muy bien, humana -me dio sendas palmaditas en la cabeza-, te he traído Valhala en un momento crucial en tu camino. Lo has hecho bastante bien, para ser solo una mortal.

Parpadeé confusa, ¿eso era un elogio? ¿Que lo había hecho bien? No entendía nada.

-Pero yo te he visto en mis sueños -le dije y volví a mirar en derredor-, sin embargo, esto no es un sueño.

Ángeles de Cristal (Capitán América)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora