8. Tarde de amigas

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Trece años tenía cuando fui al cumpleaños de una compañera, a la que no le caía tan bien. Pero era hija de una vieja amiga de mi madre, por lo que faltar no era una opción.
Simón se había arreglado bastante, creo que esa niña le gustaba, pero era raro que nunca me lo hubiese dicho, a esa edad nos contábamos todo.
Jazmín, así se llamaba. Era la mejor amiga de un chico del que yo estaba perdidamente enamorada. Y creo que por ello le caía peor, tal vez lo sentía de su propiedad.
A aquella celebración había asistido toda la clase.

"Amory, tengo que hablar contigo"

Me dijo Jazmín, asentí y la seguí por el pasillo que daba a las habitaciones.

"El está adentro, te está esperando"

No entendí muy bien de lo que hablaba, sólo entré por la puerta que ella me señalaba. En cuanto me encontré dentro, la salida se cerró.
No podía ver con claridad. Pero si lo vi a el. Se acercó a mi y puso ambas manos en mis mejillas, sentí miles de mariposas en mi estomago. Una sensación increíble. Un momento eterno.
Y entonces, Cameron Mouser me besó. Mi primer beso con el chico del que estaba enamorada. Algo mágico.

Pero mi cuento de hadas se derrumbó cuando me di cuenta de una luz chocando contra mi rostro, más específicamente el flash de una cámara.

"Debiste haber visto tu cara" habló Jazmín y todos rompieron en carcajadas.

Solo era una broma. Yo era su atracción.

Tal vez era una edad dónde consideran gracioso dejar a alguien en ridículo, herir sus sentimientos. Donde se aprovechan de la niña fea y tonta enamorada. Una edad dónde fácilmente pueden romper tu corazón. Y dejar marcas en él.

Desde ese día, odio a Cameron Mouser.

—Amor, tu padre y yo saldremos.

Asentí sin mucho interés, tomé mis audífonos y salí a sentarme en el muelle, con los pies jugando en el agua.
Estaba concentrada en la melodía cuando siento una mano en mi hombro. Levanto la vista y se trata de Matt. Apago la música.

—Hola —digo.

—Hola

—¿Que haces por aquí?

—Estaba aburrido así que pensé en salir a caminar.

—También estaba aburrida.

—¿Puedo sentarme?

—Claro. —sonrío.

—¿Te sientes mejor? Desconozco el motivo por el que te quisiste ir de allí temprano pero...

—Si, me siento mucho mejor. Gracias por traerme —lo miro.

—No me molestó en lo más mínimo. —sonrió y colocó un mechón de cabello detrás de mi oreja— ha valido la pena.

Sonreí tímida. Claro que ha valido.

—Freeman —me llama una voz y desvío la vista del hermoso chico que tengo en frente para dirigirla al idiota de Cameron.

—¿Que quieres? —digo de mala gana.

—Simón quiere que vayas a comprar algo para comer.

—¿No puedes ir tú? —pregunté obvia. Se encogió de hombros.

—No sé dónde queda.

—¿Quieres venir? —le pregunté a Matt.

—Yo puedo acompañarte —agregó Mouser. Simplemente me exasperaba.

—Nos vemos más tarde —respondió el rubio.

—Esta bien, Matt, adiós.

Me levanté con apatía, e ignorando al castaño de pie al final del Muelle, comencé a caminar hacia la calle.

—¿Vas a ir en pijama?

—¿Tienes algún problema?

Si iba a perder mi dignidad de algún modo, prefería hacerlo caminando en pijama que perderla por darle la razón a Cameron y volver a cambiarme. De ninguna manera.

—No, no...

Las dos cuadras para llegar al almacén las realizamos en absoluto silencio. No era incómodo ya que ambos actuábamos como si el otro no existiese.
Entramos en la pequeña tienda e intercambios algunas palabras tratando de decidir qué productos comprar. Optamos por el camino fácil y rápido, tomamos un paquete de tallarines y una lata de tomate.
Durante la vuelta a casa, mi mente se dispuso a maquinar. Cameron había actuado muy raro ayer cuando estaba por irme del club, y también hoy pidiéndome que vaya a comprar. He llegado a la conclusión de que no le cae bien Matt.

Nina me ayudó a preparar el almuerzo mientras ellos miraban la televisión. Hombres.
Sin embargo, no necesitábamos de su ayuda, la comida nos había salido exquisita. No era un plato muy difícil, pero mi amiga lo había condimentado de la mejor manera.

En la tarde quise mostrarle a Nina el centro de la ciudad, no era demasiado grande, pero si muy lindo. Y sólo quedaba a unas cuadras.
Nos tomamos un tiempo para nosotras dos, no siempre teníamos eso, y menos desde que ella y Simón comenzaron a salir. Quizás suene egoísta, pero disfruté de tenerla para mí sola. Hablamos sobre varias cosas y me compartió unos cuantos consejos.
Luego de organizarle la visita turística por todos los rincones que valían la pena, decidimos volver. A medio camino nos encontramos con Tobías y Roman.

—Hola, chicas —saludaron.

—Hola —contesté con una sonrisa.

—Comeremos en la playa está noche, ¿quieren venir? Estábamos por llamar a los chicos.

—Es una buena idea.

—Genial, entonces nos vemos luego.

—Adiós, chicos —ambos siguieron su camino y nosotras el nuestro.

—¿Cenar en la playa? —preguntó ella.

—Hay pequeños paradores donde se puede cenar. Nosotros solemos ir a uno que es el más bonito de todos, está lleno de luces. Ya lo verás.

Secretos de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora