13. Ducha extra-caliente

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Bajé las escaleras al mismo tiempo que mi amiga, mis padres nos esperaban para desayunar. También Simón y Cameron.
Me senté en una de las sillas y unté un poco de queso en una tostada, bastante tostada. No eran el fuerte de mi mamá.

—¿Ya saben que harán esta tarde? —preguntó mi papá como todas las mañanas.

—Debieron dejar el shopping para hoy —opinó mamá— dicen que lloverá. Y también mañana.

—Genial —bufé.

A mi hermano se le ocurrió andar en kayak, y  como no teníamos nada mejor que hacer, aceptamos. Al igual que el primer día, Nina se subió conmigo y Simón con Cameron.
Estaba bastante nublado, pero eso no nos iba a impedir disfrutar de alguna actividad.
Nos alejamos lo suficiente, los chicos pidieron un descanso y frenamos a su lado.
Cruzamos algunas palabras antes de que se largara a llover.

—Tiene que ser broma —dijo Mouser.

—Volvamos antes de que empeore.

Comenzamos a remar de regreso a casa. No voy a negar que fue divertido. Los cuatro estábamos empapados y el agua nos impedía ver con claridad. Los chicos no paraban de reír y me contagiaban su alegría.
Sin dudas, era uno de los mejores momentos que había vivido desde que llegamos.
Cuando llegamos al pequeño muelle, subimos ambos botes y corrimos hasta quedar bajo techo. Escurrí el agua de mi cabello, del cuál salió una laguna aparte.
Mis padres estaban viendo televisión en el sofá y comenzaron a burlarse de nosotros en cuanto nos vieron.

—Malos padres.

—Suban a ducharse, usen las toallas limpias que les dejé y pónganse ropa seca —ordenó mi mamá recuperando su papel.

Decidimos escucharla esta vez. Subimos corriendo, intentando no resbalarlos en las escaleras.
Cameron se quedó en el pasillo secándose mientras que Simón agarró a mi mejor amiga rápidamente y la arrastró entre risas hacia el interior del cuarto. Cerraron la puerta.

Entré en mi habitación y busqué ropa seca.

—¿No vas a ducharte?

—¿Tengo mal olor? —levanté una ceja.

—Podrías enfermarte.

—Yo decidiré sobre mi salud.

Puso los ojos en blanco y me cargó en sus hombros antes de que pueda agregar algo.
Al parecer se le estaba haciendo costumbre.

—¡Bájame ya mismo! ¿Quién carajo te crees?

—Necesitas una ducha caliente, FreeAmory.

Se burló de mi usuario en Twitter. En mi defensa, era pequeña cuando lo elegí. Creía que era original abreviar mi apellido de manera que tenga otro significado en inglés.

—Eres un ser repulsivo, ¿sabías?

—Ajá.

Abrió el grifo de agua caliente y esperó que la temperatura se regule. Sin bajarme. A pesar del millón de patadas que recibió de mi parte.
Corrió la cortina y me metió debajo de la ducha. Por inercia lo arrastré conmigo.
Sonrió de forma seductora y golpeé su pecho para apartar esos errados pensamientos.

—¿Esto quieres?

—Callat... —me besó.

Mouser me estaba comiendo la boca, y no era culpa de la ebriedad esta vez. Sus labios me tocaban con toda la suavidad y sensualidad del planeta. Quería apartarlo e insultarlo. Pero juro que no podía hacerlo, ni con todas mis fuerzas. Después de todo, era lo que estaba esperando hacer desde la ultima vez que tuve contacto con su boca. Amory estás perdida.

—¿Cam, Amy? —preguntó la voz de Simón y ambos nos alejamos como si de pronto recordáramos que el otro tenía varicela.

—¡Tú hermana necesitaba una ducha! ¡Olía muy mal! —gritó Cameron para que mi hermano lo oiga, sin dejar de mirarme.

Simón río y entró al baño. No podía quedarme aquí, era mi momento de hacer algo.
Salí aparentando estar hecha una furia y tomé una de las toallas para abrigarme.

—¡Te odio, Mouser!

Entré en mi habitación y me deshice de toda la ropa mojada. Me senté en la cama mientras secaba mi cabello.
Sentía un nudo en la garganta y ganas de gritar, muchas ganas. Cameron Mouser era un completo idiota.
Y yo estaba prestándole demasiada atención, otra vez. Aunque no iba a dejar que eso me debilitara, esta vez yo podía jugar también, no era la Amory de nueve años.
Me puse la ropa seca que había escogido anteriormente y un buzo negro que le correspondía a Simón.
Bajé a la cocina y ayudé a mi mamá a preparar la comida. Nina bajó un rato después y se unió a nosotras. 

—Muero de hambre —se quejó Simón.

—Aún no está listo, mira un poco de televisión. —contestó Nina como si fuese su madre.

—Bien.

Poco después, todos nos sentamos en la mesa a comer la lasaña que habíamos preparado.

—¿Te diste una ducha caliente esta mañana, verdad? —susurró Nina en mi oído.

—No me lo recuerdes.

—Pienso que el agua podría haber salido fría e igual se hubiese sentido calor, ¿no?

—¿Podemos hablar de esto cuando terminemos de comer? —se rió.

—Está bien.

Secretos de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora