24. Sustos y pasado

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Aún era temprano. Todos dormían a excepción de mis padres, pero necesitaba estar sola.
Tomé las llaves de la casita y comencé a caminar.
Me dejé caer en el sofá. No entendía que me pasaba, ni porqué me sentía fuera de mi. Rara, ¿Vacía? Me frustraba no comprenderme ni yo misma.
¿Por qué salía con Daniel, antes de venir aquí, si sabía que estaba con otras? ¿Por qué pasaba tanto tiempo con Matt si no sentía nada hacía él? ¿Por qué dejé que Cameron se metiera en mi cama esa noche si lo odiaba?
Cameron, maldita sea, todos mis errores comenzaron con el. Y ahora, años después, parece que sólo logran multiplicarse.
¿Sentía algo por él? Tal vez debía resignarme de una buena vez, y reconocer que quizás, el suelo se mueve bajo mis pies cada vez que se acerca a mi.
Pero Nina tenía razón, hay momentos que no se olvidan tan fácil, es posible que mi mente esté revuelta por todo lo qué pasó últimamente.

La hora del almuerzo se acerca y decido volver a casa.
Un delicioso aroma me inunda las fosas nasales en cuanto cruzo la puerta. Mi madre está cocinando.

—Amy, creí que dormías. —besa mi cabeza cuando llego a su lado.

—No, estaba en la casita ordenando un poco.

—¿Quieres ir a despertar a los demás?

—Claro —sonrío con malicia. Tomo una sartén y una cuchara de madera.

—Amy...

—Déjame divertirme, mamá.

Subo las escaleras y comienzo a golpear la sartén con fuerza.

—¡Arriba dormilones! ¡Es hora de comer! —digo entrando en mi habitación.

—¡Amy para ya! —gritó Nina al mismo tiempo que se tapaba los oídos. Reí y me dirigí a la habitación siguiente.

—¡Hora de levantarse! —me paro entre las camas de los chicos.

—¡Cállate! —vocifera Simón.

—¡Freeman! —se queja el otro.

Me subo a la cama de Simón y comienzo a saltar. Contiene la sonrisa, puedo notarlo.
Pero de todas formas, me da un empujón impulsado con sus piernas y caigo en cama de al lado. Sobre Mouser.

—¡Oh, un ángel caído del cielo! —bromea y mi hermano se ríe.

—Suéltame idiota.

—¿Te diste la cara contra el suelo al caer? Si no, no se explica.

Me pongo de pie y le revoleo la cuchara antes de salir. Entro en el cuarto de las más pequeñas y dejo la sartén.

—Cass, Sam, es hora de almorzar.

Ambas abres sus pequeños ojitos y sonríen. Es que estas niñas no pueden ser más lindas.
Se levantan de a poco y corren hacia el pasillo al mismo tiempo que Cameron y Nina salen de sus habitaciones. Cass salta a los brazos de su hermano para bajar las escaleras.

—¿Tienen ganas de ir a la playa? —le pregunta mi madre a las niñas mientras comemos.

—¡Si! —contesta la más grande emocionada.

Al terminar, cargamos todas las cosas en el coche y nos subimos cómo pudimos.
Hacia mucho calor, y el sol estaba bastante fuerte.
Los demás chicos ya estaban allí cuando llegamos. Pasamos la tarde al igual que todos los días, conversando, bromeando.
Nina y las chicas se esmeraron en construir un castillo de arena enorme. Y luego, caminé hacia la orilla para acompañar a las niñas, que querían quitarse la arena del cuerpo. Cameron me siguió.

Secretos de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora