Capítulo 16

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ADRIA

Siento que debería estar entrando en pánico, pero mi corazón late con tanta fuerza que lo puedo escuchar en mis oídos. Estoy abrazando a Gabriel como una especie de mono araña, pero no soy la única que está afectada, él está hecho una piedra. Cuando me canso de esperar respuesta de su parte, trato de alejarme. Debe pensar que estoy loca, pero los brazos de Gabriel, fuertes y sólidos me rodean llenándome de su calor. Las lágrimas brotan libremente de mis ojos hasta mis mejillas y no me preocupo por silenciar mis sollozos. Nunca había tocado a Gabriel, ni siquiera por error cuando éramos niños. Siempre mantenía la distancia, pero verlo aquí años después de alejarnos, simplemente rompió algo y me arrojé a sus brazos sin pensar en las consecuencias. Trato de alejarme de nuevo, Gabriel vuelve a presionar sus brazos a mi alrededor para mantenerme cerca, pero por una extraña razón no me incómoda, al contrario, quisiera moldear mi cuerpo al suyo para que nunca pueda salir de sus brazos.

Gabriel, mi Gabriel está de vuelta, con un raro acento español en su habla, pero es mi amigo desde siempre y eso no va a cambiar, aunque pasen los años. Juro que mi corazón se detuvo por unos instantes cuando por fin logré reconocerlo enfrente de mí, sus facciones ya no son las de un niño de ocho años, su cuerpo ya no grita pubertad. Ni siquiera sé porque estoy hablando del cuerpo de Gabriel, cuando tengo tantos años por contarle, tanto por preguntarle, tanto de todo...

—¿Piensas dejarme ir? —le pregunto pero mi voz es amortiguada en su pecho. Siento como se mueve cuando él se ríe por lo bajo.

—Nunca —susurra. Yo lo aprieto con más fuerza.

Gabriel comienza a balancearse de un lado a otro como si estuviera sosteniendo a un bebé en sus brazos, me está sosteniendo como si fuera una delicada pieza que en cualquier momento puede desaparecer o romperse. Con este abrazo siento como todas las partes que están rotas dentro de mí vuelven a unirse. —Gabriel —digo y mi voz suena entrecortada—. Creo que ya es mucho tiempo para una abrazo. Hay demasiado de que hablar.

—Claro... claro —murmura dejándome libre al fin y limpiándose las lágrimas que están dejándole surcos de humedad en la piel.

Un incómodo silencio se crea. Hay tanto que decir, nuestras miradas están exigiendo a gritos que nos desahoguemos, pero ninguno de los dos sabe cómo. Me alejo un paso de Gabriel y él se acerca más. —No Adria, he pasado más de siete años sin ti en mi vida. Ahora no vas a lograr alejar tan fácil de mí —algo de lo que Gabriel dice me hace reaccionar y lo golpeo fuerza en el brazo derecho—. ¡Ay duele!, ¿por qué me pegáis Adria?

—Eso fue por no despedirte de mí ese día. ¡Hubieras esperado un poco más! Pensé que me habías abandonado.

—¡Era un crío! —sus ojos se entrecierran—. Pero nunca dejé de buscarte. Si me dejas explicarte, todo será más sencillo ahora con mi regreso.

—¿Qué significa eso? —pregunto.

—¿Podemos hablar sin que salgas huyendo cada vez que las cosas se complican?

—No salgo huyendo cada vez que las cosas se complican —murmuro por lo bajo.

—Vamos tía. Hablemos de todo lo que pasó —mira alrededor—. Aunque deberíamos de hacerlo en otro lugar —él no tiene idea de mi temor, pues su mano toma la mía y reprimo un escalofrío. Él no sabe que ha pasado y que me toque con tanta naturalidad es tan emocionante como aterrador. Salimos de la habitación y regresamos al jardín, pero nos escabullimos por la parte más alejada detrás de un bóveda, donde no hay luces. Unas cuantas bancas están alrededor y la música se puede escuchar, pero no tan fuerte.

Me siento en la banca más lejana, la que está justo al lado del muro que da con la calle. —¿Que nos pasó? —logro preguntar en un susurro.

—No lo sé —dice Gabriel igualando mi tono.

Una última vez (Reescribiendo)❌Donde viven las historias. Descúbrelo ahora