XXIII.

43.2K 2.5K 459
                                    

Eran las siete de la mañana cuando me desperté por la luz que entraba en la habitación, froté mis ojos y miré a mi lado, encontrándome a Miles dormido boca abajo con la parte de su cara apoyada en la almohada mirando hacia mi lado de la cama, sonreí. Mientras dormía parecía otra persona totalmente diferente, calmado, tranquilo, sin brotes de ira cada cinco minutos y era relajante verle dormir de aquella manera, sin preocupaciones. No puedo mentir, diciendo que no estuve varios minutos observándole, viéndole respirar pausadamente y apreciando lo realmente atractivo que era, pero todo fue hasta que abrió el ojo que no estaba apoyado en la almohada y elevó una ceja.

—¿Se supone que estás acosándome? —Nunca había escuchado su voz tan ronca, y casi dejé escapar un suspiro de admiración, parecía una niña ante su ídolo en momentos como este, y él acabaría dándose cuenta.

—Solo estaba mirándote —respondí encogiéndome de hombros.

—Acosándome —corrigió nuevamente y rodé los ojos a la vez que él se incorporaba en la cama, carraspeando antes de volver a hablar.

—¿Has dormido bien? —Miles me miró, elevando una ceja nuevamente.

—Hablas en sueños —confesó y abrí los ojos observándole sin parpadear. Alguna que otra vez me había ocurrido, pero no podía haberlo hecho durmiendo con Miles.

—¿Qu... qué? ¿Dije algo que...? —pregunté, sin saber si realmente quería su respuesta.

—"Oh, sí, Miles, más fuerte" —se burló de mí con una voz totalmente aguda y golpeé su hombro con suavidad—. No mates al mensajero, es tu subconsciente el que tiene sueños eróticos conmigo.

—Yo no he dicho eso —firmemente respondí, y Miles arqueó una de sus cejas nuevamente, al parecer, estaba siendo su gesto favorito aquella mañana, en la que también estaba de un sorprendente buen humor.

—¿Estás segura? —presionó y tragué, pensando realmente la respuesta.

—Dime la verdad —indagué y se encogió de hombros.

—Nunca lo sabrás. —Y pude observar una sonrisa de lado en su rostro, incluso despeinado y con aquella cara de recién levantado seguía pensado que era atractivo. —Ahora vete a duchar si no quieres quedarte sin agua caliente.

          (...)

—¿Y...? ¿Te encuentras mejor? —quise saber después de media hora conduciendo tras dejar el motel.

—Harris...

—¿Qué? Solo quiero saber si funcionó verles.

—Haber ido allí, verles, no va a hacer que vuelvan —firmemente confesó y eché una rápida mirada hacia él—. Pero hizo que me sintiese menos cobarde por no haber tenido el valor de venir.

—Sea lo que haya pasado con ellos, si tú no los has matado, no entiendo por qué sentirte culpable.

—Porque pude haberlo evitado —su tono de voz fue más ronco, casi costándole admitirlo, decirlo en voz alta.

—Estoy segura de que muchas personas podrían haberlo evitado. Sé que es algo muy jodido, pero si nada lo detuvo, es porque tenía que pasar, y lo siento.

—No lo sientas por mí —rogó como siempre hacía cuando creía que sentía compasión o pena por él.

—Cuéntame, ¿cómo eran ellos? —decidí no responder, girando un poco la conversación.

—Mi madre era un ángel —susurró, y con una rápida mirada hacia él, pude ver como sus ojos oscuros se iluminaban con tan solo pensar en ella—. Era suave, delicada, siempre estaba preocupándose por mí, por Denix, por Anton. —Fruncí el ceño con la mención de Denix, pero este se hundió más cuando noté en su tono de voz cierta dureza al pronunciar el nombre de su padre. —Siempre hacía esos cafés por la mañana que Anton odiaba, tenían demasiada azúcar por una leche que le gustaba comprar, y junto con la cafeína del propio café... Denix y yo éramos más terremoto que nunca.

Inferno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora