XXII.

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—Miles... —susurré sin palabras que pudiese dirigirle, su mirada se encontraba sobre mí, casi rompiéndose y yo no era capaz de hacer nada. Le abracé, atrayéndole a mi cuerpo nuevamente, y suspiró fuertemente, casi temblando entre mis brazos. Al poco tiempo se separó, evitando mi mirada—. Siempre supe que había cosas que no cuadraban, sabe demasiado de ti.

—Nadie puede enterarse de esto, ¿me oyes? —Me observó con frialdad, haciéndolo sonar casi como una amenaza, pero la verdad es que no tenía que hacerlo para que yo me mantuviese callada, no necesitaba advertirme para que no contase sus secretos.

—No lo haré, puedes estar tranquilo. —Echó su flequillo hacia atrás mientras su mirada se trasladaba lejos de mí nuevamente.

—No puedo creer que realmente haya pasado otro año más —susurró más bien para sí mismo que para que yo pudiera oírlo.

—¿No has ido a verlos? —quise saber ladeando mi cabeza y me miró, encogiéndose de hombros.

—Nunca he ido.

—¿Nunca? Quizá es algo que necesitas para estar en calma, despedirte.

—No es como si fuesen a oírme —duramente respondió y no pude evitar reproducir una mueca en mi rostro.

—Lo que pasa es que no tienes el valor de verlos, de afrontar que realmente se han ido. —Miles se levantó bruscamente al oír mis palabras y me señaló con furia.

—No tienes idea de lo que pienso o de lo que siento, no tienes ni puta idea. —Mi primera reacción fue dar un paso hacia atrás, retrocediendo ante su ira contra mí, pero seguidamente volví a adelantarme.

—Sólo te estoy diciendo la verdad, Miles, no tienes por qué sentirte avergonzado por ello. —Y fue su turno de alejarse, como si por primera vez desde que le conocía, fuese él el que se sentía amenazado por mí. 

—Tú... tienes que dejar de hacer eso. —Incluso su mirada luchaba para no encontrarse con la mía, Miles tendría veintiún años, pero tenía a un niño asustado dentro de él, un niño que perdió a sus padres a la escasa edad de quince años.

—No estás solo, ¿vale? —Pero sus ojos sobre mí, tan oscuros como su pasado, me confesaron que realmente era lo que él pensaba, que no había nadie que le ayudase a llevar toda la mierda que llevaba consigo desde años atrás, que no había nadie que se preocupase por él, pero lo cierto es que yo lo hacía. Di un paso hacia él.—Estoy aquí, por mucho que lo odies a veces. —Casi pude ver una sonrisa de lado de su parte ante este último comentario, y antes de que pudiese hablar, yo volví a hacerlo. —Piénsalo, si necesitas ir a verles para que uno de todas tus partes rotas se recomponga, iré contigo, ¿está claro? —Mis manos sostuvieron su cara, y aunque sabía que no estaba acostumbrado a ese tipo de caricias, no se apartó. —Estoy aquí —repetí y asintió, aún con su mirada oscura queriendo evitar que estaba a punto de romperse.

—Quiero ir —admitió y sonreí dulcemente—, necesito ir a Bradford.

—Entonces pongámonos en marcha, tú podrás conducir hacia allí y yo de vuelta.

—Pero son ya las siete de la tarde, y solo el trayecto hacia allí serán cuatro horas. —Me encogí de hombros como si ni siquiera me importase y negó sin mirarme, para seguidamente subir sus ojos a mí, siendo su turno de coger mi cara entre sus manos y besarme castamente. 


                            (...)

—Todo esto es tan romántico. —Escuché como Holden decía al otro lado del teléfono cuando Miles y yo estuvimos de camino a Bradford y yo le llamé para contarle que aquella noche no dormiría en casa. —Me dais ganas de vomitar.

Inferno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora