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Ya debería de haber aparecido, se había adentrado lo suficiente en el bosque y no notaba su olor. Aquella mañana tenía ganas de hablar con él. Pronto llegaría al conjunto de casas en el bosque, en una de ellas su abuela la estaba esperando. Era temprano para almorzar, así que se desvió. Tenía que encontrarlo aunque tuviera que alejarse. Agudizó su oído y su olfato. El sonido de una olla a presión y el olor a guiso la distrajo.

Se alejó de allí a gran velocidad, primero alargando sus zancadas, al poco echó a correr. Era veloz, siempre había ganado todas las carreras del instituto y a gran diferencia del resto, eso sin contar con el tiempo que aguantaba a aquel ritmo. Podría darle la vuelta entera a la isla corriendo sin parar si se lo hubiera propuesto. Los árboles y las ramas no eran ningún impedimento, sabía el justo momento en el que tenía que esquivar, que saltar. Ulises la seguía jadeante.

Se alejó a gran distancia pero aún no estaba satisfecha, tenía que acercarse más a la montaña. Llevaba azúcar suficiente en la mochila por si se despertaba su necesidad y agua, que en escasas ocasiones bebía. Paró en seco, se sorprendió de la facilidad de frenado contando con la velocidad que había alcanzado corriendo. Sus piernas le obedecían a la perfección, casi le parecía imposible que aquella mañana no pudieran sostener su cuerpo. Oyó un ruido procedente de los árboles a unos metros de donde se encontraba y se dirigió hacia allí con decisión. Notó un olor intenso y  se sintió atraída por él. No estaba lejos. La temperatura de su cuerpo subió unos grados, y la boca se le humedeció. Probó el introducir un terrón de azúcar en su boca, pero tuvo que escupirlo de inmediato, no era eso lo que su cuerpo necesitaba.

Ulises comenzó a gruñir y el aroma penetró más puro en la nariz de Halia. Se apoyó en el tronco del árbol más cercano a ella y dejó caer su carcaj al suelo. Intentó darle forma al olor que estaba percibiendo, podría ser un animal o algo similar a un animal, lo que se acercaba a ella y a Ulises. Era sigiloso, pero no lo suficiente para escapar a su fino oído. La boca se le volvió a humedecer esta vez de forma más intensa, “eso” que se movía con sigilo estaba cada vez más cerca. Notó punzadas en las manos, como si estuvieran deseosas de hacer algún movimiento fuerte y conciso, rápido.

Ulises dio un paso adelante y luego otro.

—¡Ulises no! —gritó Halia en el instante que el perro se lanzaba sobre algo, pero ella logró detenerlo sin saber cómo, con solo poner su mano alrededor del cuello del can, el animal quedó inmóvil.

—¿Quién eres? —preguntó Halia.

—Yo vivo aquí, ¿quién eres tú? —respondió una voz de mujer.

—Mi nombre es Halia Blom. —dijo Halia aspirando el aroma de la criatura— Hueles diferente…

La mujer rompió a carcajadas.

—Parece que a tu perro tampoco le gusta mi olor.

—Te equivocas —Halia no entendía sus propias palabras— a mi tu olor me atrae.

La mujer dio dos pasos más hacia ella, estaba demasiado cerca. La boca de Halia se volvió a humedecer. No sabía que ocurriría si la mujer se acercaba más, ni sabía quien era, ni qué era, pero algo en ella la llamaba, y no podía resistirse. Y entonces tuvo hambre, un hambre atroz, y sed, y necesidad de tomarlo todo de una vez y saciarse. Sintió como la mujer se detuvo. Todo quedó en silencio, y pudo percibirlo con claridad, “miedo” la mujer comenzó a retroceder despacio. El sonido de sus pisadas cambiaron a mas pesadas y lentas, de pronto volvieron a ser las de la mujer. Y algo se activó en Halia, una especie de atracción imparable entre ella y fuera lo que fuera que tuviera delante. Pudo notar cómo la adrenalina recorría su cuerpo hasta llegar a su cabeza y algo tembló bajo sus pies. Se apartó del árbol por instinto, sonó un crujido, el árbol se desprendía.

Ulises la cogió desprevenida y se lanzó contra lo que ahora parecía un animal. Se oyeron varios rugidos, algunos reconocibles para Halia, y otros desconocidos. Algo la golpeó, sin embargo no sintió dolor alguno. Sintió otro golpe, esta vez sí que le dio tiempo a agarrar a quien la golpeaba. No era un ser fuerte en absoluto quien luchaba contra ella. Hasta el momento el cuerpo de la mujer parecía humano en su forma, al menos sus brazos lo eran, sin embargo, su olor y movimientos eran distintos. La sintió más cerca. La mujer retrocedía, o era Halia la que la hacía retroceder. Un árbol las hizo detenerse. Halia apretó a la mujer contra el tronco del árbol, dejó de hacer fuerza cuando lo oyó crujir.

No sabía qué estaba haciendo, apenas podía dominar su cuerpo, actuaba solo. Sostenía a la mujer por el cuello o eso pensaba. Apenas pesaba, y a veces cambiaba de tamaño. Ya no podía frenar más el hambre ni la sed. La necesidad crecía por segundos a pesar de haber superado el límite que Halia podía soportar. Puso su otra mano sobre la boca de la mujer. Por un momento notó un hocico húmedo de animal, al instante el rostro de un humano. Era allí, en la boca de la criatura, donde se encontraba el foco de su atracción y su necesidad. Apretó con sus dedos índice y pulgar y obligó al ser a abrir su mandíbula. Allí dentro estaba, no cabía duda, el olor era intenso.

Fue solo un instante, apenas sus intenciones eran introducir sus manos en la boca de aquel ser. Pero su mano derecha sujetó la mandíbula superior y la izquierda la inferior, el movimiento fue reflejo. La mandíbula crujió. Sintió caer humo, polvo y supuso que huesos. Se hizo el silencio. El olor se desvaneció.

Cazadores de Titanes: La cuarta razaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora