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Aumentó su velocidad, incluso un harpiano tendría problemas para poder alcanzarla. El olor del mar era intenso, la cala estaba cerca. No había otra forma de escapar de ellos, ellos no podían atraparla en agua.

   Sintió un golpe de notable fuerza en la parte posterior de la cabeza. Inmediatamente un segundo impacto la hizo perder el equilibrio, tuvo que dar un salto para esquivar un tercero. Pero no pudo evitar los cuatro siguientes. Era la presa de cinco pájaros que la atacaban a picotazos, al menos, sin poder ver, eso era lo que parecía. Los harpianos emitían sonidos agudos de ave, bajaban el vuelo, la golpeaban contundentemente para luego volver a elevarse. Uno de ellos se adelantó a la carrera de Halia. No pudo situarlo en el espacio en su mente, otro harpiano la golpeó con tal fuerza que la hizo caer.

Halia cayó de bruces, sintió un leve ardor en la cara, que había impactado en roca dura. El olor a verdina penetró en su nariz. Había llegado, un poco más y su plan habría salido bien. Recordó las palabras de Michelle, “La esperanza de vida de un cazador tiene una relación directa respecto a su valía”. Los harpianos volaban haciendo círculos sobre ella como buitres sobre la carroña, la habían cazado.

Sabía que luchar contra ellos era inútil, quizás mataría a uno, a dos, pero eso no salvaría su vida. No podía calcular el lugar exacto de donde estaba. Quizá al borde o a metros del borde de la cala, podría caer en el mar o estrellarse contra las rocas. “Pero las rocas no pueden matarme”.

Sintió como los harpianos se lanzaban sobre ella. Saltó con toda su fuerza, chocó con algo que instintivamente empujó. Cayó unos metros, abajo pero algo la sostuvo de un brazo frenando su caída notó como su cuerpo se elevaba lentamente. Quizá el harpiano no había calculado su peso, casi no podía con ella. Tenía que escaparse. Oyó el grito de los otros harpianos a su alrededor, se lo iban a poner difícil. Casi no podía moverse en aquella postura, sostenida por su brazo izquierdo a la altura del codo, su propio peso le resentía el hombro. El harpiano parecía resentirse también. Halia dejó de patalear y relajó el cuerpo, pesaba demasiado, su hombro no la sostendría por mucho tiempo en esa postura. Notaba como su portador descendía en altura, sintió el agua cerca, pero un segundo harpiano la agarró por la pierna derecha. Aprovechó el apoyo y lo pateó con fuerza con la pierna izquierda. El harpiano emitió un grito, su olor se alejó y Halia oyó como cayó sobre el agua. “Solo a unos metros. El agua está cerca”. Se agarró a la pierna del harpiano con su mano derecha, y eso lo hizo desestabilizarse. “Eso es” se dijo pasando su pierna alrededor de la de él obligándolo a detener su vuelo y colocarse horizontal para no caer. Halia lo golpeó, mientras otro harpiano tiró de la pierna que le quedaba libre. “Tengo más fuerza que él, si no me suelta, caeremos los dos”. Era la única forma. Ignorando al resto de harpianos que la golpeaban se aferró fuertemente al que la sostenía en el aire y tanteó su cuerpo para hallar sus alas. El harpiano pareció darse cuenta de las intenciones de Halia y ocurrió algo que Halia no esperaba, nadie le había advertido, ni siquiera Michelle. El harpiano se abalanzó para morderla, pudo sentir sus colmillos cerca, su aliento. Desprendía un aroma parecido al azúcar quemado…Su cuerpo de cazadora se activó y por primera vez sintió como su sangre hervía intensamente recorriendo sus venas. Los vellos de la piel se le erizaron. Se oyó un estruendo. No supo cómo había liberado su brazo izquierdo, ni cómo los que la golpeaban salieron despedidos, ni cómo había introducido sus manos entre las fauces del harpiano. Solo fue consciente que ambos caían en picado de cabeza al agua. La mandíbula de la criatura crujió desapareciendo entre sus manos. El cuerpo de Halia se sumergió, la larga caída la hizo profundizar unos metros, su cuerpo se relajó. Intentó respirar hondo, pero sus pulmones se habían cerrado en cuanto tomó contacto con el agua. Siguió buceando mientras pasaba entre restos de roca partida y maderos, plantas, pequeños peces. Podía apreciar sus siluetas, darle forma a sus pequeños cuerpos. Su oscuridad se convertía en penumbra bajo el mar y eso le infundía seguridad. Tenía que marcharse con rapidez, el mar ya no era seguro para ella y fue consciente de lo que implicaba ser una cazadora. “Cielo, tierra y mar. Ya no estaré segura en ninguna parte”. Buceó con rapidez, no era complicado para un híbrido de mar, o de oceánide como los llamaba Michelle. Le gustaba aquel nombre, sonaba mitológico, mágico, casi de cuento, esas sirenas que adoraba de niña. “Existen. Y mi instinto es matarlas, más que a ninguna otra criatura de tierra o aire”.

En el agua se sentía más fuerte, se movía con más agilidad que en el aire, evidentemente, y la posibilidad de ver, aunque solo fuera un poco le bastaba. “Cuanto más me sumerja mejor veré”. Pero las profundidades del mar estaban repletas de oceánides, y allí no tendría escapatoria. Subió a la superficie, y en cuanto sacó la cabeza se sumió en la oscuridad. De un salto volvió a sumergirse. Estaba cerca de uno de los puertos de la isla y ya le hubiera gustado tener alas a ella también y sobrevolar las altas rocas de las calas. Pero al menos daba gracias de que su parte de pez la hiciera tan rápida buceadora.

Pudo apreciar varios peces convencionales, pero algo se movió tras ellos, algo pequeño. Halia se acercó a él.

La risa sonaba tras su espalda ahora. Halia se giró de repente. Y pudo verlo con claridad. Había peces más grandes que aquella pequeña criatura. Podía medir a penas un metro de largo contando con su aleta. Buscaba algo en el agua. Halia lo observó asombrada de la claridad con la que podía ver oceánides bajo el mar. Era varón, y su mitad humana tendría que ser parecida a la de un bebé humano. La risa sonó de nuevo cuando el pequeño encontró algo entre las plantas. El objeto brillaba, pero Halia no lo pudo ver con claridad. Lo único realmente visible para ella en medio de la penumbra, era el cuerpo del oceánide.

Intentó acercarse a él y la risa del pequeño se paró de inmediato en cuando se percató de la presencia de Halia. Emitió un sonido, similar a los que ya había oído y que tanto se parecía al de las ballenas, pero con poca fuerza.

El agua se movió de repente a su alrededor y un gran animal la golpeó con fuerza. Halia reaccionó tan pronto como fue capaz y lanzó a la gran criatura contra el suelo arenoso junto al pequeño oceánide.

Los miró. ¿Eran facciones humanas? No podía saberlo, pero el miedo se reflejaba en sus ojos. “Miedo”, aunque no hubiese visto otra cosa en la vida, podía reconocerlo. Era una mujer, al menos la mitad de su cuerpo lo era. Detrás de ella se había escondido la pequeña criatura.

Halia era incapaz de luchar contra una oceánide que protegía a su bebé. La oceánide de mayor tamaño emitió un sonido fuerte, y otros le respondieron.

Halia no dudó. Otros venían. Tenía que alcanzar la orilla antes de que llegaran hasta ella. Giró su cuerpo y buceó rápidamente sin mirar atrás hasta llegar a aguas poco profundas. A medida que avanzaba, su vista se volvía más opaca y más oscura. La orilla estaba cerca sin ninguna duda.

Divisó la estructura submarina del puerto, y se alegró infinitamente de haber llegado con vida. Dio un salto desde el agua y se agarró al puente que llevaba hacia uno de los barcos. De otro movimiento se puso en pie sobre el puente. Se sintió orgullosa, había pasado miedo, no podía negarlo, pero había sobrevivido. A partir de ahora tenía que poner todo de su parte para aprender sus dotes de lucha y caza. A Michelle aquellos pájaros le habrían durado segundos. Estaba empapada, amanecía, sintió sueño y cansancio y hambre y sed. Los terrones de azúcar de sus bolsillos se habían empapado, no calmarían su necesidad.

Su cabeza aún le daba vueltas a la acción del harpiano, y sobretodo a la respuesta de su cuerpo. Le quiso inyectar un veneno al que ella era inmune, pero porqué. Se le pasó por la cabeza si tendría la antigüedad suficiente para matarla. Pero si fuera uno de los señores antiguos, ella no seguiría con vida. Y Michelle lo había explicado con claridad, los antiguos titanes, se limitaban a los reyes y a sus hijos, poco más. Su harpiano muerto no era ningún coloso.

Unos pescadores la sobresaltaron y echó a correr. Oyó voces, ya que ella también lo había asustado a ellos, pero aceleró la carrera, tanto como si aún la persiguieran los harpianos. Cuando llegó a casa de su abuela, ya se había secado por completo.

   Encontró la casa cerrada, así que se tumbó en el banco balancín del porche. Intentó por todos los medios permanecer alerta por si alguien venía. A pesar de haber luchado en un solo día con al menos seis harpianos y dos teriántropos, no fue capaz de luchar contra sus párpados. Se sumió en un sueño profundo y tranquilo, mientras por su mente pasaban las imágenes que había visto a través de Michelle, y las de las profundidades del mar.

Cazadores de Titanes: La cuarta razaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora