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Michelle estaba ya cerca del centro de la isla. Se encontraba en una especie de sendero y el olor característico de los teriántropos llegaba con la brisa a través de los árboles. Caminaba despacio, buscando un claro donde pudiese percibir mejor una emboscada.

Michelle se detuvo en el tronco de un árbol. Estaba marcado con un símbolo, dos triángulos cruzados, “se acerca el hijo de un dios”. Zeope no andaba lejos. Michelle había aprendido los símbolos mediante los cuales se comunicaban los titanes. Era parte de la formación de un cazador, aunque aquellas clases teóricas que nada tenían que ver con la cacería a Michelle no le interesaron lo suficiente.

El séquito de Zeope no se demoraría en llegar y seguramente sus rastreadores ya habían advertido la presencia de la cazadora.

Miró la montaña, no había encontrado edificaciones, quizá los teriántropos de la isla se habrían asentado en cuevas.

Los teriántropos eran una raza interesante bajo el punto de vista de Michelle. Muy diferentes al resto de razas superiores y muy infravalorados por el resto de titanes. Eran criaturas sencillas, amantes de la naturaleza que se escondían y fusionaban entre la flora y la fauna en algunas ocasiones, y en otras, podían convivir con la raza humana sin esfuerzo.

Eran criaturas nómadas en su gran mayoría, aunque había asentamientos más numerosos por los campos de Escocia y los países bajos de Europa, Sudáfrica y en la selva tailandesa.

Michelle tomó aire y el suave olor a teriántropo penetró en ella, su estómago respondió con un rugido. El placer que experimentaba con el olor de teriántropo no era comparable con el que le producían el resto de titanes. Aroma demasiado salado en oceánides, demasiado empalagoso el de harpiano. Volvió a aspirar, los vellos de la piel se le erizaron.

Desde pequeña le había encantado la forma de vida tranquila de aquella raza. Lejos del refinamiento mitológico y la ostentosidad de los harpianos, lejos de la prepotencia de los señores del mar, que tantos problemas causaban a los humanos. Los teriántropos solían vivir en perfecta armonía con las razas inferiores. Aprovechando su apariencia física, que nada los diferenciaba de los humanos, no tenían problemas para integrarse en la sociedad. Buscaban pequeños pueblos de montaña en el que podían combinar su forma humana con la animal sin que ningún hombre se percatara. Sin embargo, no había que ser muy aficionado al cine o a la literatura para comprobar como no pasaban tan desapercibidos entre los humanos como en un primer momento parece. Era muy común para la raza humana, el sentirse atraídos por estos seres, Michelle desconocía la razón. Y en la ficción hasta habían dado un nombre a una de sus formas, “licantropía”, hombres lobo. La explicación de esta apariencia era simple, un lobo en un bosque no es ni de lejos tan alarmante como un elefante, un oso, o un tigre. Michelle sabía que el lobo no era la forma que a los teriántropos más les gustaba adoptar (ellos preferían las formas felinas), pero era, junto con animales domésticos de tamaño mediano, la más recurrida. Los teriántropos tenían la capacidad de pasar de una forma animal a otra sin tener que regresar a la humana, y sin tiempo limitado. Había teriántropos que llevaban años en forma animal. Se llegaba a dudar si los teriántropos tendrían una verdadera apariencia, que ocultaban al resto de razas, y las que nos permitían ver, eran solo máscaras. Pero nunca se había demostrado si aquello era cierto o no.

Michelle no lo dudaba, si hubiese podido elegir pertenecer a una raza, incluyendo la híbrida, hubiese elegido ser teriántropo.

El resto de razas consideraban a los teriántropos una raza débil. Michelle pensaba que la razón sería que los teriántropos eran una raza que no se entrenaba para la batalla. Ellos preferían especializarse en el estudio de las estrellas, en el comportamiento de otras razas, y en pociones curativas.

Cazadores de Titanes: La cuarta razaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora