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El tío Markus no la dejó ir a clase aquella mañana hasta no comprobar si los dolores y la falta de azúcar habían remitido. Halia se encontraba mejor, mar y aire habían amanecido en calma, y su estado de ánimo parecía haber vuelto a la normalidad.

Estaba sentada en el suelo del porche de la casa, en la parte que estaba pegada al mar. Su tío le había puesto una bandeja en el suelo, con el desayuno del día. A Halia  le gustó el detalle de que le hubiese dejado tres terrones de azúcar junto al plato. Los cogió y cerró el puño.

Mark se sentó junto a ella.

—¿Estas mejor hoy? —le preguntó

Halia sonrió.

—Sí, como si no hubiese pasado nada —bajó la cabeza en dirección al agua— Pero… quiero saber qué me ocurre. ¿Y si vamos a un médico?

—Bueno,  antes vamos a esperar cómo sigues.

Su tío no era muy confiado con la medicina. No recordaba ninguna vez que hubiese estado en una consulta médica, tampoco le había hecho falta, nunca enfermaba.

Markus miró como Halia se colocaba sobre la roca y sumergía sus pies en el agua. Quedó pensativo un instante, aquella roca justo en el porche, formando casi parte de la casa. No era casual que el porche estuviese diseñado para prácticamente fusionarse con el mar. Adam así lo había dispuesto. Esa roca era de gran importancia, quizás la preferida de Calipso, y era curioso que también para Halia, una roca cortante, resbaladiza, fría, húmeda y llena de verdina fuera su lugar preferido. Por un momento Mark creyó ver a Calipso a través de Halia. Halia lo sacó de sus pensamientos de inmediato.

—Tío, ¿mi padre creía en las sirenas? —aquella pregunta  hizo que Markus sonriera

— Ya lo creo — Markus dirigió su mirada hacia al mar

—¿Por qué dejaste de creer tú? —Halia lo miraba a él aunque no pudiera ver nada.

—No se trata de creencias, ni de mitos, ni de leyendas…

—Ya has comprobado que tampoco se trata de ciencia —lo interrumpió ella— Cuando era pequeña me contabas historias sobre ellos, de la forma de la que veinte cazadores pudieron matar a Poseidón, o que cuando un ser del mar se enamoraba de un humano, un ser del cielo o de la tierra, su cola cambiaba de color para mostrar su traición a los suyos. ¿De dónde vienen esas historias?¿Quién te las contó y porqué ya no las nombras?

Markus guardó silencio, y Halia se enojó.

—¿Es verdad que hay un príncipe del cielo con un ala cortada?

Markus seguía sin responder.

—¿Es verdad que los seres de la montaña pueden tomar la forma de un animal?¿Es verdad que son seres con el don de la palabra? ¿Qué hay de verdad y de mentira en aquellos cuentos?

—No lo sé

—¿Quién te los contó? —Halia no esperaba respuesta alguna, y sin embargo la tuvo.

—Fue tu padre.

Halia expulsó todo el aire por la boca. Se oyó un ruido a los lejos. Halia se puso en pie de un salto. Markus divisó  un barco y corrió hacia el interior de la casa, saliendo segundos después con unos prismáticos que se colocó de inmediato.

Un barco se acercaba al pueblo a toda velocidad.

—¿De quién es ese barco?  —Halia se apretó las sienes con sus manos, algo nuevamente comenzaba a ocurrir en su interior.

—No conozco el barco Halia, están haciendo señales, pero… la corriente lo arrastra, ¡Dios!

Un tentáculo salió del mar y se levantó a unos cuatro metros de altura, para luego soltar un latigazo al barco. El barco pareció volcar, pero logró recuperar el equilibrio.

Halia se encorvó ligeramente Markus no se había dado cuenta.

—Halia, ¡va a hundirse! —dijo corriendo hacia su barco, que estaba atracado en el pequeño puerto delante de la casa— ¡Halia! ¿Estas bien?

Halia asintió con la cabeza.

—Voy a por ellos —dijo su tío subiendo al barco— ¡ahora vuelvo!

Markus encendió el motor y giró el timón a toda velocidad. Una pequeña barca de motor se acercaba al barco accidentado. Markus reconoció el pelo platino de Cinthya y pudo apreciar un gran arpón en su mano derecha.

—Está loca… — aceleró y se colocó detrás de ella.

Halia quedó sola, con aquel ruido espantoso zumbándole los oídos, con un dolor de estómago que le impedía ponerse derecha. Sumida en la completa oscuridad de sus ojos, y con el agua vibrando a unos metros de sus pies. Dio unos pasos al frente, y se arrodilló acercando su nariz al agua. Olió y sus síntomas empeoraron. Sintió la lengua pegajosa de Ulises lamiéndole la cara.

Cazadores de Titanes: La cuarta razaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora