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Estaba anocheciendo aunque aún era temprano. Los días se acortaban sin remedio. Michelle no estaba. Algo rondaba por la cabeza de la cazadora, Halia lo intuía e incluso se había hecho una ligera idea.

Estiró su cuerpo amoldándolo a la roca. Notó como su pelo se esparcía en el agua. Su tío Mark le había dejado un rato de intimidad junto al mar, después de haberle contado las hazañas de Michelle de aquella mañana. Le hubiese gustado verla, a través de Ulises, caminando sobre el agua. Y aún más contemplar las pequeñas oceánides. Eran la única especie, de las tres razas, que no había cazado, y sin embargo, le atraían más que ninguna otra. Michelle le había resuelto el porqué de ese sentimiento esa misma tarde.

“—Un híbrido es una mezcla de razas, con lo cual siempre se sentirá unido a la sangre a la que pertenece —le había dicho—. Los odiarás mas que a ninguna otra, y la necesidad de matarlos en ocasiones, pueden superar tu propia cordura. Pero no te equivoques, porque también podrás amarlos con la misma necesidad.”

Y aunque Halia conocía la respuesta, no dudó en preguntar a Michelle, qué tipo de híbrido era. No era una cazadora cualquiera, de eso estaba segura. Solo le hacía falta comprobar que la última pieza del puzle no era producto de su imaginación.

“—¿Y qué sangre llevas tú Michelle? —le había preguntado a la cazadora mientras esta colocaba su maleta en la habitación que tío Mark había dispuesto para ella. La única de la casa sin ventanas.

—Sangre harpiana —respondió tranquila.

Ulises estaba entre las dos. Y Halia lo intentó una vez más. Observar a Michelle  a través de los ojos del perro. No le hizo falta contacto con él, y era más fácil cada vez, solo tenía que mirar y ver. Se estaba convirtiendo en una adicción y sabía que tenía que tener cuidado ya que aún no lo dominaba. Tampoco se había preguntado si Ulises también sentía algo mientras le prestaba sus ojos. Sin embargo, tenía que considerarlo como una utilidad más y no depender de ello, o terminaría anulando el resto de sus facultades.

Michelle había colgado el abrigo en un pequeño armario de madera. Halia se fijó en su interior y antes de que la cazadora cerrara la puerta, pudo ver algo. El abrigo no era lo único que Michelle había colgado en la solitaria percha que ocupaba el armario. Había sido una acción rápida, y  hubiese pasado desapercibido a la vista de un humano. Pero también era una cazadora la que la miraba, y nada se escapaba a la vista de un cazador aunque sus ojos fueran prestados. Halia era aun inexperta en la imagen de objetos, pero estos eran tan sencillos, que hasta una niña ciega los habría formado en la mente certeramente solo con tocarlos. De un cordón negro caían dos alas, una más larga que otra, de un color gris perla que brillaba hasta con la amarilla luz de la pequeña lámpara que iluminaba la habitación.”

Halia estiró sus brazos en la roca, para alcanzar el agua con sus manos. “Es ella” se dijo, no tenía dudas y cada vez le encajaba más. Ellos la llamaban por su nombre, y eso quizá no era raro, pero ¿un rey?. Paris la reina del mar había accedido a hablar con ella, un coloso, no haría excepción con ningún cazador que pudiera matar, pero sí que lo había hecho con ella. Uluar enviaba cuervos a rastrearla, reconocían su olor.

Se empujó con los pies hacia atrás para acercar su nuca al agua, el olor a mar inundó sus pulmones. “Las plumas” se repetía, aquella misma tarde la había visto arrancar un ala de harpiano con facilidad. Halia mejor que nadie, sabía la fuerza que requería aquella acción, tras haber inspeccionado de cerca como eran atadas a su dueño… arrancarlas de raíz, con una sola mano…su firma, la señal que le enviaba a Uluar...

     El agua ya mojaba la parte posterior de su cabeza, cómo le gustaba aquella sensación. Volvió a ver a Michelle en su mente, cerrando la puerta de su armario. Las plumas que guardaba, eran de harpiano sin duda y no de un harpiano cualquiera, tanto y como ella no era una cazadora cualquiera. Su color plateado lo delataba, y su historia había enamorado a Halia desde su niñez. Cerró los ojos y un único nombre surgió en su mente, “Arise”.

Respiró hondo y la necesidad que siempre había sentido por conocer la historia completa de Arise, se hizo intensa. Él era un personaje de cuento para ella y Michelle era real a sus ojos, era complicado de asimilar, ni de imaginar lo que podría haber pasado para que un príncipe harpiano se enamorara de una cazadora como Michelle, y que ella terminara cortándole un ala. Sintió un vértigo desconocido en el estómago y la sensación que le produjo la hizo sonreír. Solo una parte negativa enturbiaba su historia, algo que nunca pudo comprender aun sin saber quien era aquella mujer de otra raza que enamoró al príncipe del cielo, y todavía lo entendía menos conociendo a Michelle. “¿Por qué?” se preguntó, ¿por qué lo sentenció a la vergüenza de los suyos?, al desprecio de su padre, a una muerte casi segura…

Respiró hondo. No estaba sola.

—Halia —era la primera vez que él se atrevía a acercarse a su casa. Halia se sobresaltó.

Halia dio gracias a que Michelle no estaba por allí.

—¡No me asustes! —sintió ganas de pegarle.

—Lo siento.

Halia frunció el ceño.

—Tengo que hablar con tu maestra —no fue una petición, a Halia le extrañó su tono— … puede morir.

Halia se ofendió de la presunción con la que hablaba el harpiano. Había levantado en su mente un alto olimpo con un altar en el que se sentaba Michelle. No era fácil matarla.

—¿Y quién le digo que va a hablar con ella? —le preguntó Halia, pues aún no sabía su nombre.

—No le digas nada. Llévala esta noche al camino del bosque.

—Pero…

—Lo hiciste muy bien anoche —la cortó—, como una gran cazadora.

Aquello hizo que Halia recordara algo en su lucha con los harpianos, algo que no había comentado con Michelle aún.

—Uno de ellos intentó morderme—dijo Halia dudosa.

—Por tu sangre, debes de tener cuidado con ella. –le respondió él— Saben que no pueden matarte, pero unas gotas de tu sangre pueden hacer poderoso a cualquier titán durante unas horas. Uluar desangra a los cazadores antes de matarlos y guarda en pequeños frascos su sangre para las batallas. Siempre lleva sangre de cazador con él, concretamente en un colgante que perteneció a Atlas.

Aquella era la última explicación que Halia esperaba escuchar. Un mínimo fallo en la lucha y un cazador estaba perdido.

—Llévala al bosque —susurró él de nuevo.

El olor a harpiano se alejó de inmediato.

Sintió la puerta, Michelle había regresado, y por el aroma que el aire le traía, no venía sola.

Cazadores de Titanes: La cuarta razaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora