16

485 18 0
                                    

 Estaba sentada a los pies de un árbol, con sus piernas flexionadas y abrazándose a sí misma. Aun no quería moverse, estaba alerta por si algo volvía a acercarse. Habría pasado más de media hora desde que la criatura desapareciera entre sus manos. Podría haber más, deseaba que hubiese más.  En el mar había cientos, en la montaña también los habría. Un olor familiar la inundó.

—No deberías andar por aquí —le dijo él— Vuelve.

—¿Qué era? — le preguntó ella— ¿qué es lo que era?

Él no le respondió.

—No era humana. Olía diferente. Se movía diferente.

Él seguía sin responder. Se acercó despacio, como siempre hacía y se colocó a su lado.

—No puedes quedarte aquí. Vendrán más.

Halia estaba confusa. Ella podía olerlos, a kilómetros de distancia. Un olor agradable, similar al azúcar que tanto necesitaba. Ya no tenía sed ni hambre, se había saciado. Tenía que contar lo sucedido, pero a quién. ¿Su tío? No la dejaría salir nunca más. ¿Cinthya? Ella lo entendería…O no. No eran humanos, estaban por todas partes, y le producían aquella sensación extraña. Estuvo a punto de reír con la situación, aquella misma mañana pensaba que era rara porque vomitaba y tenía convulsiones, ahora sí que era rara.

—Te he traído lo que te prometí —le dijo él acercándole algo— Pero vamos andando, no quiero que te quedes aquí más tiempo.

Halia se incorporó colgándose el carcaj en su hombro. Alargó la mano hacia la voz que le hablaba. Él alcanzó la mano de Halia y la colocó en vertical haciéndola agarrar una especie de fino palo de madera. Era la primera vez que se tocaban. Halia no pudo apreciar nada en su tacto ya que él llevaba guantes. Unos guantes de una piel suave. Halia se extrañó, no hacía frío como para llevar guantes.

Con la otra mano tocó lo que recubría la parte superior del palo. Era suave y blando y olía de maravilla. Separó un trozo que se despegó a filamentos y lo introdujo en su boca. Al tomar contacto con su saliva, el algodón se transformó en azúcar. La sensación fue placentera al límite y muy necesaria para el estado en el que se encontraba.

—¿Qué es? —le preguntó ansiosa, sin para de tomar aquella deliciosa forma de consumir su elemento preferido.

El pareció sonreír al contestar.

—Algodón de azúcar, sabía que te encantaría.

—¿Por qué te mueves tan despacio? —aquella pregunta pareció hacer sonreír a su acompañante.

—Es un bien que nos hago a los dos.

Halia no entendió la respuesta ni tampoco le interesó indagar

—¿Sabes lo de esta mañana? —le preguntó.

—¿Lo que pasó en el mar o lo que te pasó a ti? —la respuesta hizo que Halia se sobresaltara.

Acababa de tomar el último trozo de algodón, palpó todo el palo para comprobar que se había acabado. Se detuvo, alargó su mano intentando tocar al dueño de la voz, pero él la evadió lentamente.

—¿Qué eres? —preguntó al fin— Sabes mi nombre, donde vivo, qué me ocurre en cada momento. Pero yo ni siquiera puedo verte.

—Mejor así. —respondió él. —Confía en mí.

Halia no lo entendía. Pero al fin se había atrevido a hacerle preguntas en vez de limitarse a responderlas. Quizás él tendría respuestas a lo que le pasaba.

—¿Quien eres? —le volvió  preguntar— Bueno realmente tu nombre me da igual. Pero es extraño que vengas a buscarme a diario. Te mueves despacio, de modo que tampoco puedo deducir tu forma. Apenas te cercas a mi. Tu mano tiene forma humana, pero hueles diferente. ¿Y cómo sabías que esa cosa que me has dado me gustaría tanto?

—Estaba completamente seguro.

—¿Por qué contigo no siento lo mismo que con ellos? —la pregunta se la hacía a sí misma.

—¿Tan segura estas? —dijo él acercándose demasiado, Halia se sobresaltó.

La joven dio un paso atrás para alejarse, su olor le atraía tanto como el de la mujer que había hecho desparecer hacía escasos momentos. Esperó la respuesta de su cuerpo a ese olor, pero no sucedió nada. No hubo  ningún fluido en su boca, ningún instinto que la obligara a atacarlo. Tampoco dolor de estómago, ni hambre, ni sed.

—¿Por qué nunca me has preguntado quién soy?

—No quería saberlo. Realmente quien seas no va dar solución a mi problema.

—¿Qué problema?

Halia suspiró.

—Ahora tengo que decir que maté algo en el bosque. Soy ciega, no sé lo que era. —sintió miedo— ¿Y si era una mujer y no un monstruo?

—No era un humano, si es lo que temes —la tranquilizó.

Halia siguió hablando como si no lo hubiese oído.

—Aunque… puedo no decir nada. Era polvo en lo que se ha convertido ¿no?

—No exactamente pero bueno.

—Eso mismo, no diré ni una palabra —respiró hondo— ¿lo viste?¿vistes cuando la maté?

—En primera fila

—¿Y cómo lo hice? Quiero decir, uf…, no sé cómo lo hice— Halia estaba nerviosa de nuevo— ¿qué es lo que le hice?

—Precisamente lo que se tiene que hacer —comenzó a reírse.

—¿Te parece gracioso? —Halia intentó cogerlo desprevenido, pero no lo logró. Los reflejos de él la superaban.

—¡Ten cuidado con esos movimientos! —se alarmó él

Ya estaban cerca de la casa de su abuela.

—Te están esperando —su amigo se detuvo.

—Ya lo sé —Halia se quedó pensativa— ¿hubiesen venido otros si… me hubiese quedado allí?

—Sin ninguna duda —le respondió él— No vuelvas por allí de momento.

Halia asintió. Él se colocó delante de ella.

—Pronto se resolverán todas tus dudas —le dijo a la joven.

Pasó a ras de ella para marcharse. Nunca habían estado tan cerca. Halia sintió el leve movimiento de su cuerpo y tras él, algo suave rozó su cara, bajo su barbilla. Notó el tacto más delicado y placentero que había sentido jamás. Cerró los ojos, “las plumas de las flechas”. No le volvería a preguntar su identidad. Levantó la cabeza hacia el cielo y agudizó su oído, sintió el suave aleteo de su partida.

Cazadores de Titanes: La cuarta razaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora