20

483 20 0
                                    

Halia quedó únicamente con la compañía de Ulises, no sabía qué era exactamente lo que había matado. Sabía que era un ser del cielo, pero nada más. Se acordó de su amigo, su olor era muy parecido al de la criatura que acababa de matar, ¿Y si era él?. Le gustaba su compañía. Aunque su presencia no le producía dolores, ni le provocaba ninguna necesidad, no podía ser él. Y si sí lo era. Se adentró en el bosque para buscarlo, no había ni rastro de su olor.

—Ulises —se inclinó sobre su perro— creo que hoy no vamos a tener suerte.

—Creo que hoy vas a tener suerte doble —dijo una voz desde arriba.

 Halia quedó inmóvil mientras él bajaba lentamente hasta depositarse suavemente en el suelo. Le tendió a Halia, dos algodones dulces como el que tanto le había gustado.

—¿Dónde andabas? —preguntó Halia ansiosa por aquel sabor y sensación en el paladar.

—Buscando eso que te estas comiendo. Con el día que llevas, te lo merecías —le respondió él.

—Se me han acabado las flechas —dijo ella con la boca llena y él sonrió.

—Te traeré más —le respondió él

Halia se paró a pensar. Había matado a uno de los suyos, y él seguía siento amable, le extrañó. No sabía qué clase de lazos habría entre ellos, pero no le daba importancia que ella matara seres como él.

—¿Por qué tú no me provocas esa sensación? —le preguntó— ¿Por qué contigo es diferente?

Él no respondió.

—Quiero decir…—continuó ella— No eres humano.

—¿Y tu sí? —la interrumpió él.

Halia no respondió. Le hubiese contestado un sí, pero ya no estaba segura. Era verdad, últimamente no se sentía bien en ninguna parte, ni le apetecía la compañía de nadie. Se sentía diferente al resto de los de su edad y no es porque careciera de visión, pero era como estar entre vacas todo el día. Prefería estar sola. Era verdad que su tío la trataba bien, y aunque Yen no era del todo de su agrado, al menos era cortés y amable. Pero tampoco era aquella casa su lugar, sabía que no era como los demás. Siempre estaba sola. Ella creía que la razón era su oído y olfato. En sitios concurridos se hacía insoportable. Aguantaba horas en clase oyendo treinta bolígrafos rasgar el papel, sesenta pies cruzarse continuamente bajo la mesa, arrastrar estuches, pasar páginas, y si estaba concentrada, la clase de al lado y la de enfrente. Y los balonazos en el gimnasio, y el suave chirrido de un libro colocarse en un estante de la biblioteca. Si paseaba por el centro de la ciudad, cerca del pueblo, era aun peor. Allí estaban construidos pequeños bloques de pisos, varios hogares ruidosos unos sobre otros. Los comercios con sus respectivas maquinarias, dependientes y clientes. Las bicis, los coches, los barcos que llegaban al puerto. Solo le quedaba el mar y el bosque, y supuso que el cielo si pudiese volar. Los animales eran menos ruidosos que los humanos, en aquellos lugares solo había brisas, hojas, olas. Sus sonidos y olores preferidos. Y ahora su amigo, alguien que aun sin ser humano, se sentía más similar a él que a ninguna otra criatura que conociese. Él no pedía razones para su conducta, por muy extrañas que fueran sus acciones, lo veía normal, cómo si supiera con exactitud de qué materia estaba hecha. Llevaba razón, posiblemente no fuera humana, nunca se sintió humana. Un humano no podía respirar bajo agua, y desde que tenía uso de razón lo hacía. Un humano no puede percibir olores mejor que un perro, ni percibir sonidos a metros de distancia. Un humano no podía luchar con tanta facilidad contra un monstruo. Y aunque no tuviera alas, ni pudiera transformarse en animal, ni tuviera cola de pez, se sentía más parecida a aquellas criaturas que a las personas con las que convivía.

—¿Tú sabes lo que soy? —preguntó Halia con curiosidad.

—Pues..  —algo lo sobresaltó.

Halia se tensó ante el sobresalto de su amigo. Su movimiento fue más rápido que de costumbre. Con aquel movimiento brusco la había hecho salivar como los otros híbridos. Y sin darse cuenta lo agarraba con fuerza del brazo.

—Perdón —lo soltó en cuanto fue consciente de su acto.

Lo notó tenso también, y eso no apaciguaba lo que se había iniciado en ella.

—Tengo que irme Halia —le dijo.

Había desplegado las alas, no tomó ninguna precaución en no tocar a Halia con ellas. El cuerpo de Halia se estaba activando, comenzaba a perder el control de sí misma.

—¡Vete a casa! —le dijo él.

Levantó el vuelo bruscamente, Halia instintivamente se lanzó sobre él sin éxito alguno. Era más veloz y fuerte que el ser del aire que había logrado matar. Halia se avergonzó de su reacción en cuanto el olor dulzón de su amigo se alejó de ella. Al parecer él también podía provocarle aquellas sensaciones si se lo proponía. Halia lo comprendió entonces, era esa la razón por la que  se movía tan despacio, un descuido y ella se lanzaría hacia su mandíbula “por el bien de los dos” recordó. Era él el que la calmaba.

 No se oía ni un solo sonido. Algo había asustado a su amigo, pero ella no notaba nada extraño en el bosque, quizá la extrema tranquilidad, eso sí era extraño, ¿de qué podría huir un señor del cielo?

Cazadores de Titanes: La cuarta razaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora