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Ya hacía al menos dos horas que su tío había salido con el grupo y aun no había vuelto. Yen se había quedado dentro, en el sillón de su fallecido abuelo, leyendo. Halia había salido al porche de la casa. Su abuela se sentaba en una butaca de madera que crujía al mecerse. Halia estaba tumbada en un banco balancín. Ulises dormía a su lado. Halia lo acariciaba.

—¿Encontrarán algo? —preguntó a su abuela.

—Esperemos que no —respondió la mujer— Si ni siquiera el Estado ha querido ayudarnos, es porque esos animales son tremendamente peligrosos.

—En las historias que me contaba el tío Mark no parecían tan peligrosos. En las tuyas tampoco. ¿Quién te las contó a ti?

La abuela rió.

—Algunas mi abuela, mi madre. Otras tu propio padre

—¿Por qué no conociste a mi madre?

—Yo no sabía que tu padre salía con ninguna mujer hasta que vino con un bebe, diciéndome que era suyo. Yo lo visitaba a menudo y allí aparentemente no vivía nadie más que él. Y si había alguna mujer, tendría que ser tan desordenada como tu padre. Ella siempre estaba fuera de la isla y solo os visitaba un par de veces al año. Ni siquiera había ropa suya en esa casa.

—Ojalá estuvieran vivos los dos… —la abuela asintió al deseo de Halia.

Se hizo el silencio unos instantes. Halia aprovechó aquel silencio para comprobar si su tío y los otros regresaban. Pero no logró oír nada. No estaba totalmente concentrada, aún estaba desconcertada por el suceso del bosque, por lo que le ocurrió el día anterior, por lo de aquella mañana. Recordó con tristeza y ansia el algodón de azúcar. Había sido sin duda lo mejor del día, o mejor dicho, lo mejor de los últimos días. Se preguntó porqué él conocía tan certeramente sus necesidades, y aún más, porqué la dejó sola contra aquella criatura no humana. Si estaba mirando, porqué no la ayudó. “Aquella criatura era como él”, quizá fuera por eso. Pero a ella la notó entre sus manos cambiar de forma. No, no, era como él.

Se giró hacia su abuela.

—¿Sabes si esos monstruos pueden luchar unos con otros? —quizá había alguna historia o leyenda que le resolviera la duda.

—Pues supongo que sí. La historia de los señores del cielo. Uluar mató al autentico rey y ocupó su lugar.

—¿Y por qué lo mató? —insistió ella.

Su abuela se rió.

—Esa historia no la recuerdo bien, pero era algo de traición, hay muchas historias similares. Pero todas son iguales, uno de ellos se enamora de un humano u otra raza. En el caso de los ángeles sus alas negras se empiezan a aclarar y se vuelven grises. Algo así ocurrió con el antiguo rey.

—Pero uno de los hijos de Uluar, Arise también tiene las alas grises.

—Esa historia de Arise… —su abuela dudó— Mi madre, siempre me contaba historias sobre él, cuando Arise era un ángel completo, con dos alas. Eso del ala cortada…la trajo un forastero hace un par de años, que decía llevar años siguiendo al príncipe por todo el continente y afirmaba que Arise se encontraba cerca de la isla. Era un científico borracho así que tampoco sus historias tenían mucha credibilidad.

Halia se decepcionó con la respuesta de su abuela. En su interior quería que fuera cierta. De hecho, una historia se había construido en su mente.

—¿Sería una sirena, una criatura de la tierra, una humana… —decía Halia casi para sí misma. Le atraía aquella historia más que ninguna otra.

—Algo muy malo debe pasar cuando esos monstruos se mezclan, tanto que lo castigan con la muerte. —dijo su abuela y Halia se sobresaltó.

No se lo había planteado de ese modo. La versión romántica de aquellos monstruos le gustaba. Había dos príncipes del cielo, hijos del rey Uluar. Un rey despiadado, seguido por su hijo Azael el oscuro, cuyas alas eran tan negras que sus reflejos se tornaban azules cuando volaba. Y Arise, que había perdido el respeto de los suyos, cuando sus alas comenzaron a tornarse grises, lo cual demostraba la traición a los suyos por amar a otra raza. Halia lo recordaba a la perfección, había grabado en su mente las palabras de aquel forastero. Él dijo que las alas de Arise, había adquirido el color más claro que se conocía en un ángel y que cuando en su vuelo reflejaba la luz del sol, se tornaban plateadas. De ahí su apodo, “Alas de plata”. Poco después de la muerte de su madre Electra, esposa de Uluar, alguien le cortó una de sus alas, y su apodo cambió a “Arise ala de plata”. Aunque el color de las alas podría cambiar con el tiempo, a medida que el híbrido dejaba de amar, el color iba volviendo a su estado original. Sintió una gran curiosidad por saber de qué color tendría el ala ahora. Y fue de las pocas veces en su vida que había deseado poder tener el sentido que le faltaba.

Cazadores de Titanes: La cuarta razaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora