CAPÍTULO SIETE

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AMANDA

—Hay un puesto de parrilladas un kilómetro adelante, —informo a Trevor consultando el mapa en el teléfono —se llama "Pilla tu vaca"

Le doy una mirada horrorizada.

—Suena bien para mí; es carne, está aprobada. —acepta. Él no es exactamente el tipo de hombre de ensalada o comidas con nombres rebuscados, no creció a su gran porte a base de lechugas, eso es seguro.

Llevamos varias horas de viaje. El tráfico comienza a hacerse denso y mi trasero protesta de tanto estar aplastándolo en la misma posición. Estirar las piernas y algo de comida real suena al paraíso justo ahora.

—De acuerdo, sal en la próxima salida entonces... esta, a tu derecha. —Señalo uno de sus costados y él obedece. Está resultando ser que Trevor y yo hacemos un buen equipo. Él no se pone histérico al volante y yo soy buena con esto de las direcciones.

Tengo el celular consultando el mapa constantemente porque me niego a usar el GPS. Esto ya se volvió personal.

Hemos buscado la ruta que mejor se acomode a nuestro viaje. Trevor mantiene optimismo al pensar que no nos tomará más de lo necesario. Se ha divertido en grande viéndome descifrar el mapa en una primera instancia. Lo siento mucho, soy hija de la modernidad.

Estacionamos frente a lo que parece ser un lugar decente, hay un montón de carros en el estacionamiento. Y la foto de una vaca en la parte de arriba del cartel que anuncia servicio veinticuatro horas con letras brillantes nos saluda con una inmensa sonrisa.

—Oh mi Dios.

—Sí, eso no hace realmente maravillas con las familias que tienen niños pequeños. —comenta Trev viendo el cartel con una ceja alzada. —He aprendido eso en el negocio. Apenas los chicos descubren qué es la carne que están comiendo, el amiguito sonriente se convierte en un mar de lágrimas.

—Apostaría por ello.

No he estado con muchos niños a mí alrededor. Pero seguro que los chicos sufren de alguna clase de patatús cuando se enteran de que en sus platos hay una ración del animalito que vieron en la entrada.

Pobrecillos.

Es tranquilizador saber que Trev tiene ojo para ello. Aunque pensándolo bien, el restaurant de su familia es un lugar bastante genial, muy al estilo campestre. Algo entre una estación de paso de los 80's y un lugar donde llevarías a tu familia para una comida informal y acogedora a la vez.

Le doy un jalón al cinturón que se niega a cooperar.

—Estúpida cosa.

Trevor está frente a la camioneta, metiendo sus llaves y cartera en los bolsillos de sus jeans.

—¡Trev! —Golpeo el cristal.

—¿Qué sucede? —Abre la puerta viéndome extrañado. Le enseño el cinturón de seguridad con tirones inútiles para demostrarle.

—Estoy atorada. —Él jala también y me torno enfadada cuando una sonrisa tonta se forma en sus labios. Me aparto los cabellos del rostro de un manotazo. —¡No te rías y ayúdame!

Su primer instinto es inclinarse por encima de mí.

Mala maniobra, muy mala.

Queda acostado en mis piernas. Él nota que es un error volviéndose de piedra.

—No te muevas, Efren dijo que esto está poniéndose viejo. —Me indica con un tono que pretende ser relajado, sonando como si se estuviese estrangulando.

Fin del juego AmandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora