CAPÍTULO UNO

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AMANDA

Tres meses después

—¡No puede ser que no vengas a casa para navidad! —El ensordecedor chillido de Rosa Barbosa me hace alejar el teléfono de mi oreja.

—Mamá, ya te expliqué que...

—Amanda Cecilia Muse, me trae sin cuidado las posibilidades en tu trabajo. Son fiestas y las fiestas se pasan en familia. ¿Qué le voy a decir a tu tía Jill cuando venga y no te encuentre aquí? ¿qué le diré a tus primos?¿o a los vecinos para el caso?

¿No puedes creerlo?

Pues esa es mamá.

Restriego mi rostro con frustración para no responder con lo que tengo en la punta de la lengua. Cualquiera que la escuche, dirá que está preocupada por tenerme en la víspera de navidad en casa. Lo que no puede estar más lejos de la realidad. Vamos a dejar eso claro. Ella me necesita allí como un amortiguador ante el mundo.

—Lo siento mamá, tendrás que atravesar esto sola. Recién nos han informado de la lista de personal que tiene que quedarse para las fiestas y tú sabes, soy pajarito nuevo, no hay modo que me escape de esta. De verdad, lo siento.

Ella resopla indignada. Escucho movimiento al otro lado de la línea. Me supongo que debe estar de pie y paseando. Es una manía que tiene cuando las cosas no salen como las planea.

—No puedo creerlo, soy tu madre. No puedes dejarme en el aire.

—Mamá, estará allí la tía Jill y el resto de la familia, tú misma lo dijiste. Los vecinos nunca se pierden una de tus cenas tampoco.

—No es lo mismo, sabes que yo no puedo...

Hay angustia en su voz y años atrás eso me hubiese hecho dejar todo y correr a su lado. Estar ahí para aliviar cualquier cosa. Pero he crecido. Dejé el cobijo de su techo y la conozco. Ella solo me utiliza.

Y una de las dos debe ser realista. Adulta.

—Claro que puedes mamá, ya verás cómo sale todo bien. —Un auto cierra sus puertas cerca de mí y las risas de las personas que bajan de él pasan por mi lado en dirección al bar. Los sigo con la vista, debo entrar también. Hay un viento de los mil demonios y esta conversación no terminará bien, lo sé. —Mira, ahora mismo me tengo que ir, te llamaré mañana para que hablemos cuando tengas asimilada la noticia. De verdad, lo siento mamá y te quiero.

Otro resoplido.

—Dudo mucho que me quieras. Si lo hicieras, no me dejarías así. —Y con eso corta la llamada.

Sí, mi madre es un encanto.

Verán, el día que mi padre decidió marcharse de casa fue como cualquier otro. Se levantó temprano, se arregló y se peleó con mamá antes de partir. Yo tenía siete años. No sé cómo mi madre supo que no regresaría jamás del trabajo. Nunca se lo pregunté. Me supongo que se conocían desde hacía demasiado tiempo, de modo que ella sabía qué esperar de él. Las peleas eran típicas, nadie sospecharía de eso. Yo no lo hice.

Cuando la tarde cayó y con ella el sol, mi madre ni siquiera esperó. Sino que se sentó junto a mí en el porche de la casa y dijo las palabras que me marcarían de por vida:

—Solo vas a amar de verdad una vez en la vida, así que cuando pase, procura disfrutarlo porque el amor tiene fecha de caducidad.

No dije nada, no había nada que decir.

Ese fue el día que mi madre se convirtió en mi amiga y olvidó como ser madre. También fue el inicio de su depresión. Ella claro que no lo llama así, pero no hay otra manera de explicarlo, se comporta desde entonces como una adolescente sin sus padres en casa y comenzó a proyectar todos sus miedos en mí.

Fin del juego AmandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora