CAPÍTULO TRECE

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TREVOR

Calcetas.

Videojuegos.

La extensión de mi membrecía en el gym pagada.

Dibujos con mucho brillo de mis hermanas para decorar mi departamento.

Y un beso...

Esos fueron los regalos que Santa trajo para mi esta Navidad, y estoy tan feliz con ellos. No, no feliz. Eufórico. Loco de alegría. Al borde de estallar de emoción. No hay suficientes expresiones para dejar en claro la puta felicidad que siento.

Santa, sí que te luciste este año, viejo panzón.

—¿Cuánto yo crezca, me crecerán unas como esas? —Le pregunta de Audrey me hace mirarla. Ella está sentada en la alfombra con una muñeca Bratz entre sus manos, sus ojos están apuntando a los pechos de Amanda.

—¡Audrey! —Mamá la reprende.

Bella se ríe desde los brazos de Alain y yo quiero hacer lo mismo, pero debo reprimir mi sonrisa cuando mi madre se voltea a darnos una mirada intensa.

Mi pequeña roquera no se ve intimidada por mi madre y espera por Amanda quien le sonríe sonrojada.

—Te van a crecer algún día, pero no sé si serán de este tamaño. Aunque no creo que lo quieras. —dice de la mejor manera.

Mamá se queja.

—Ay, no. Alguien ayúdeme —Ella se pone de pie cuando es obvio que está superada. —Esta no es una conversación apropiada, no señor.

Le da una mirada intencionada a su marido antes de irse en dirección a la cocina con expresión crispada. Él solo nos da un guiño en general.

Si mi madre es enérgica, Alain es el reposo. Si ella es tormenta, él es la calma. El ying y el yang. Un acuerdo silencioso de estar en el modo opuesto al otro para complementarse a la perfección.

No recuerdo una sola vez en que este hombre nos haya regañado a mí o a mis hermanas y dudo que pase justo ahora.

Las chicas comienzan a atacar a Amanda con preguntas, alternándose entre ambas esta vez. Desde qué tan pronto comenzarán a cambiar hasta por qué es que dijo que desearán tener pechos más pequeños y ella con la paciencia infinita que suele utilizar en mí, les contesta a todas sus cuestiones.

Estando del lado mirón, puedo apreciar que Amanda tiene una paciencia de santo. En su favor, ella ni siquiera se inmuta mientras que las chicas se le van casi trepando en el regazo en su afán de estar más cerca para obtener toda la información posible.

Con un golpe en mi mano, mi padre llama mi atención.

—¿Cómo va el negocio, hijo? Cuéntame las novedades.

A regañadientes, me doy la vuelta hacia él y nada más ver su rostro, mi atención cambia. Porque puede que Alain no te regañe nunca, pero su rostro de seriedad te espanta la suficiente.

Mi padre es un gran hombre de negocios, no tienes que dejar que su fachada de hombre de familia te engatuse. Solía ser un músico alocado en su juventud, un baterista como yo. ¿No viste esa venir? Es como dicen, la manzana nunca cae muy lejos del árbol.

Tenía una banda, Fragile Bones, una cosa que lo hacía feliz, mas no era su vida. Porque mi padre no quería ser músico. Los escenarios no estaban en sus sueños; no las groupies, mucho menos la fama. Quizás el dinero, nadie le diría que no al dinero, solo que él pensó que las cosas no eran parejas si las colocaba en una balanza. Así que lo dejó. Su banda tuvo un par de éxitos por ahí por los años ochenta y la parte que le tocó la invirtió en restaurantes.

Fin del juego AmandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora