CAPÍTULO DOCE

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AMANDA

En contra de mi buen juicio, una hora después encontramos un lugar donde dejar la camioneta y hacemos nuestro camino entre las tiendas. Lo principal son juguetes, me concentro en eso en vez del calor de su cuerpo a mi lado, o su mano en mi espalda baja guiándome entre la multitud de compradores.

Su cuerpo está relajado desde que acepté venir con él. No cambió ni siquiera al esperarme mientras me alistaba. Sepa Dios lo que Peter le comentó en esos minutos a solas, pero Trevor está tranquilo. No se inmuta con el alboroto en las calles o los nervios de la gente, contradiciendo sus palabras anteriores.

A pesar de la pequeña lucha que tenemos que llevar a cabo para conseguir algunos de los artículos en las listas de Santa, Trevor hace su mejor esfuerzo por tenerlos todos. Es de lo más cómico verlo elegir entre paletas de colores en frascos de maquillaje que se quita con el agua apto para niñas. Él es el clásico hombre que no distingue entre los tonos de rosa, a todos los llama rosado; rosado claro, rosado oscuro, rosado parecido al café.

En mi infancia, mis regalos solían ser los suficientes. Nunca demasiados, nunca pocos. Se me enseñó la importancia de valorar el esfuerzo detrás del obsequio. No solo el costo o el tiempo invertido para adquirirlo, sino que también el significado. Mi madre no solía ganar mucho en el trabajo, jamás nos faltó la comida en la mesa, pero tampoco teníamos para ostentar. Las navidades se trataban de reunir a la familia. Ver a mis tíos que viajaban desde Brasil y tener la posibilidad de compartir con mis primas. El asunto giraba en torno a la familia, a dar amor y recibir lo mismo a cambio.

La situación económica de la familia de Trevor es mejor de lo que alguna vez fue la mía, él ve los juguetes y demases como una compensación por el tiempo que pasa lejos. Su intención detrás de los obsequios es diferente a la que un niño puede llegar a entender. Pero hacen a su corazón latir sin remordimientos.

—Las chicas crecen como arboles con fertilizante —dice tachando líneas de la lista de Bella. —La mayor parte de sus cosas me las pierdo. Estoy ocupado durante el día y por las noches ellas van a la cama temprano. Mi madre se encarga de darles mis saludos cuando llamo; sé que ellas saben que las amo, pero no es lo mismo. Son mis chicas. Mi pequeño par psicótico. Necesitan algo tangible que tenga mi nombre en ello.

Tiene razón en eso.

Los primeros años de un niño son muy importantes. Las personas que tienen cerca, los ejemplos que reciben, las figuras parentales; todo va sobre ellos. Es lo que les queda en la retina y les ayuda a tomar decisiones cuando son adultos. Es algo inconsciente. Como los chicos buscando esposas con actitudes que tenían sus madres o chicas buscando parejas con rasgos de la personalidad de sus padres. Sin tener que pasarnos a los complejos que nos advierten los libros de psicología, los adultos buscan lo que vieron de niños.

Mi madre solía decir que crecemos para convertirnos en nuestros padres o en aquellos que nos dan la sombra al formarnos. Estoy segura de que esa frase la sacó del Club de los cinco, pero no deja de tener razón.

Las hermanas de Trevor necesitan tenerlo presente y nada dice te amo como montones y montones de regalos. Para cuando terminen de abrirlos, las chicas van a tener suficiente papel navideño como para empapelar sus cuartos.

Para cuando llegamos a la casa familiar de los Mills, nos escabullimos por la puerta trasera para acomodar los regalos bajo el árbol. Se ve como si una juguetería hubiese decidido hacer una donación caritativa.

—Me vas a deber tanto después de esto. —digo enderezándome. Mi espalda suena en algún punto.

—Pensé que tú me debías con traerte hasta aquí. —Trevor mira todo conforme. Hay brillo de suficiencia en sus ojos.

Fin del juego AmandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora