CAPÍTULO VEINTINUEVE

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AMANDA

El jadeo de aquellos que están mirando, enmascara el propio cuando escucho el golpe sordo del impacto y veo a Trevor ceder de rodillas directo al pavimento. Es como presenciar la demolición de una gran torre sólida. Su rostro se desfigura en un desfile de emociones que crispan sus facciones; ira, desesperación y dolor.

Y tengo que tomar aire para poder calmarme, porque estoy segura de que puedo seguirlo en cualquier momento; ya he sucumbido a las lágrimas, así que me limpio el rastro de ellas de un manotazo enfurecida.

El llanto no es más que una manera del cuerpo de liberar tensión, a diferencia de lo que a gente cree, no se trata de sufrimiento en si o emoción. Es solo dejar la presión ir y ahora que ya me lo he permitido, cierro los ojos para no verlo allí, luciendo derrotado y alejar la idea de querer consolarlo, de querer arrastrarme hasta su cuerpo, estrecharlo entre mis brazos y borrar toda la tristeza de su rostro. Alejar lo malo y traer de vuelta aquella mueca burlona que parece ser su marca personal, aquella que me saca de quicio y me provoca querer besarle a partes iguales.

Cualquiera que haya estado en una relación comprende las reglas básicas de esta. Una de ellas —a mi parecer la más perra—es aquella que sin importar qué haga el otro, qué tan terrible sea el acto que cometa; tus sentimientos nunca mueren de inmediato. No puedes desaparecerlos de un plumazo. No puedes hacer la vista gorda de alguien a quien has dejado colarse en tu interior, de alguien a quien has dejado que tome tu mano para acompañarte en la vida.

Esta es la encrucijada de mi vida, el momento de enfrentarse a la realidad; de voltear y mirar aquello que está allí sin ningún tipo de decoración... En este caso concreto, se trata de ver a Trevor desarmado, rendido en el piso a la vista de cualquiera que desee mirarlo y percatarme del dolor real en su rostro.

Soy una mujer adulta y aquel hombre allí es quien tiene todo el poder para derribarme, ¿se siente de esa manera? Tengo que ser sincera.

No, no lo hace.

Estoy frustrada por no saber qué hacer, porque no quiero dejar que la historia se repita. Sería demasiado para mí. Los últimos años odiándolo, tomaron todo de mí. Se llevó una parte que pensé que jamás podría volver a ver, sin embargo, durante los últimos meses juntos, Trevor se esmeró en reparar sus errores, en borrar el recuerdo de todo lo malo.

Así que, en honor a eso, es que debo de dejar lo jodido a un lado y tomar las piezas como están cayendo.

No hay palabras para describir un corazón roto.

Solo agonizante dolor. Tan horrible que crees que vas a morir, que quieres arrancártelo del pecho para que se detenga. Para que te dé una tregua y puedas pensar por un instante, más allá de la traición y de las esperanzas muertas al saber que nada es lo que tú crees y que tu cuento de maravillas se ha disuelto frente a tus ojos.

La primera vez que Trevor me engañó, dolió. Como nada que hubiese sentido hasta ese momento. Ahora veo que aquello era solo el primer escalón al dolor que puede llegar a ser.

Dolió en mi orgullo y en mis esperanzas rotas.

La cosa más terrible que tuve que ver alguna vez, fueron sus ojos cuando la traición estaba escrita en ellos.

—¡¿Qué él hizo qué?! —El enfurecido grito proviene de Leah que sale del bar. Las puertas golpeándose entre ellas detrás de su paso. —¡Trevor, joder, la has cagado!

Ella se mueve más allá de los brazos torpes de aquellos que intentan interceptarla. Pasa a empujones entre Eddie y Alice que lucen alarmados, pero Leah es un torbellino de ira tamaño bolsillo, marcha directo hacia Trevor con un propósito y estoy segura de que éste es infringirle todo el daño posible.

Fin del juego AmandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora