CAPÍTULO VEINTICINCO

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AMANDA

¿Has sentido ese dolor placentero que te da el sonreír en grande por mucho tiempo? Es tan querido, sin malestar real. Casi me temo que el gesto se quedará grabado permanente en mi rostro, y lo siento, pero no puede importarme menos.

Estoy más que feliz, eufórica.

Mi cuerpo vibrando por completo mientras que el avión comienza a vaciarse y puedo bajar de él.

Esta mañana, mi jefa de proyecto me dejó boquiabierta con la mejor noticia posible. Necesitaba a alguien dispuesto para entrevistar un editor en Chicago justo al medio día y yo era su persona. Me ofrecí sin dudarlo, no solo por la posibilidad de hacerlo yo, sino que también por el permiso para tomarme el día y así extender mi fin de semana en casa, antes de tener que retomar la semana aburrida y normalita de Boston.

Tomé el primer vuelo que salió temprano y eché abajo el teléfono de Trevor para impactarlo con la sorpresa de que llegaba antes a sus brazos.

Llevo tanto sin verlo. Casi tres malditas semanas que se me han hecho eternas. Hubo días en que ni siquiera puede hablar con él como Dios manda. No tuve tiempo para nada y no quise rebajarlo con un mensaje donde no vertiese mis sentimientos. Simplemente no era justo.

Así que ahora, mientras salgo a paso tortuga detrás de la gente, solo puedo estirar el cuello para verlo. Al fin, verlo frente a frente.

Escaneo la zona de espera. Donde los típicos conductores con carteles y gente de aspecto ansioso se apostan, algunos pocos globos de bienvenida para una tal Nelly y buitres del servicio de transporte. Sin rastro alguno de Trev.

Algo de desazón atenaza mi pecho, pero no tiene tiempo de desatarse, cuando la gente se hace a un lado y lo veo.

Está pegado a la pared, en un rincón mirando con ojos depredadores a todo aquel que se le cruza. Él alza la vista y me ve. Algo nubla su mirada y la más hermosa sonrisa adorna su rostro. Y solo así, todo en mi cerebro deja de funcionar. Está tan guapo, con pelo mojado por la ducha y ojeras al arrebatarlo de la cama, no viste más que ropa común, lo que daría lo mismo si fuese un saco, porque para mí es un maldito modelo caliente.

Nos quedamos cada uno en su posición.

Lo extrañé tanto y él fue tan correcto al simplemente esperar...

Quiero correr y arrojarme a sus brazos, sentirlo rodearme, con su calor y su olor. No obstante, no hago nada de eso. No puedo moverme. Estoy pegada al piso.

Trev avanza hasta mi con paso decidido, manteniéndome la mirada.

Sí, no hay dudas de que él es todo lo que quiero.

Se detiene frente a mí, su sonrisa mostrando sus dientes. Y sin decir nada, toma mi rostro y lo inclina hacia él, tomando mis labios en los suyos. Gimo contra su boca sin ningún recato. Lo beso con avidez, aferrándome a su chaqueta. Él huele a fresco y perfume, y tonta de mí, extraño la mezcla de su cigarrillo favorito.

Sus manos se adentran en mi cabello. Lo siento respirar hondo y todo su cuerpo tiembla.

Él significa tanto para procesar.

Lo beso reconociendo su boca, labios delineados y suaves, su aliento cálido y su lengua demandante. Nuestros dientes chocan en la lucha del beso y Trev se echa atrás, riendo.

Sus ojos están oscurecidos cuando me mira. Este momento es grande.

—Hola —suspiro.

Toma mi mejilla derecha en su palma y recarga la suya en mi izquierda, restregando sus patillas que me hacen cosquillas. Se siente como si me marcara.

Fin del juego AmandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora