CAPÍTULO DIECISÉIS

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TREVOR

—Voy a tocar mejor que tu —Busca pelea Audrey desde la puerta de la sala de música, moviendo sus pequeñas cejas arriba y abajo.

—Ya quisieras, enana —replico. Ella me saca la lengua.

Papá resopla desde donde está en cuclillas acomodando la nueva batería que Santa trajo para Audrey. Bella recibió una guitarra y ella está sentada tranquilamente en una esquina rasgando sus cuerdas mirando lo que hacemos.

Mamá está en la puerta también de espectadora de brazos cruzados.

—Voy a tener mi propia banda y va a ser mejor que la tuya —Audrey continua. Ella ha estado intentando picarme durante toda la mañana y escasamente le he respondido porque papá me ha mantenido moviendo cosas de aquí para allá.

Dejando las cosas que tengo en las manos en el piso, amago hacia mi gemela rockera que suelta un chillido y empuja a mamá para salir del cuarto antes de que la atrape. Mis dedos rozan la camiseta que lleva y ella grita con más fuerza.

—Trevor, déjala —papá regaña.

Pero él no lo entiende.

Esto se trata de jerarquía. Soy el hermano mayor y por mucho, las mocosas necesitan tenerme respeto. Justo cuando agarro a Audrey que se revuelve para alzarla, Bella se agarra a una de mis piernas y me desestabiliza, haciendo que suelte mis dedos. Entre ambas me empujan, con golpes bajos de sus manitas y una vez que estoy reducido, salen corriendo por la casa.

—¡Eso no se vale! —grito a sus espaldas —¡han sido dos contra uno!

—Trevor, por favor, ¿qué edad tienes, hijo? —Alain suena cansado más que enfadado mientras deja el bombo en el piso. Él está acostumbrado a nuestros correteos, pero creo que hoy simplemente no está de ánimos, así que por un bien mayor lo ayudo a acomodar los platos antes de admirar nuestra obra.

Audrey recibió una batería de cinco piezas en negro tal y como pidió.

La sala de música de mis padres consiste en la batería acústica de Alain que ocasionalmente ocupo, un teclado eléctrico y una serie de guitarras que conforman la colección de mamá. Aquí todos se lucen en algo respecto a la música, mi madre lo dejó bastante claro mientras crecía que aprender un arte noble —como ella lo llama—da forma al carácter y no creo que se haya equivocado en ello.

En lo que a mí respecta, solo sé que soy bueno en ello. De hecho, es lo único en lo que puedo jactarme de ser realmente bueno.

La gente generalmente cree que tocar la batería es cosa de solo sentarse frente al instrumento y golpetear de arriba abajo, lo he escuchado cientos de veces, pues déjenme decirles que no. Es toda una maestría. ¿Saben siquiera cuantos músculos se ponen en funcionamiento mientras ejerzo movimientos perfectos? Lo dudo mucho.

—Amanda es muy agradable, ¿a qué hora vendrá hoy? —pregunta mamá.

—No le he preguntado aún. Le estoy dando algo de espacio.

No me pierdo como las cejas de Alain suben.

—¿Y eso? Pensé que se estaban llevando... bien.

Suelto una risa.

Estos dos son pésimos para pasar bajo perfil.

—Estoy tomando las cosas con calma.

—Eso es un buen movimiento —asegura mi padre y se pone de pie, no sin que antes le suenen las rodillas. Se está volviendo viejo antes de tiempo. —Sin cometer estupideces.

Fin del juego AmandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora