TREVOR
Está frío como el ártico, la nieve acumulándose en la ventana y el despertar del día de un hermoso tono rosado. Parece ser la mañana ideal para quedarse en cama.
No soy una persona de fines de semana. Y aun cuando la vista de Amanda de pie a mi lado, vistiendo nada más que mi camiseta, es caliente como el infierno, no hay manera de que ella consiga que me levante temprano.
—¿Sabes cómo paso mis sábados por la mañana? —Por él rabillo del ojo la veo negar con su cabeza llena de ondas rojas rebotando por sus hombros. Está seximente despeinada y no puedo contenerme de extender una mano hacia ella. —Si traes tu exquisito trasero a la cama, creo que puedo mostrarte.
Ella da un paso hacia mí con vacilación y luego otro. Hay una ligera arruga entre sus ojos y no sé qué esté pensando que le cuesta acercarse, pero sea lo que sea, lo desestima cuando comienza a correr y salta para caer en el colchón de rodillas a mi lado.
Eso es todo lo que necesito.
Agarro su cintura y la tumbo de espaldas sobre la cama mientras que tiendo mi cuerpo sobre el de ella, cubriéndola por completo. Me mira, sus mejillas sonrojadas, sus ojos brillantes y esos ligeros labios que me hacen desear nunca parar de besarla, suavemente entreabiertos mientras exhala.
—Esta va a ser una mañana muy instructiva, Amanda.
Sus ojos se oscurecen y sube sus brazos hasta mi cuello, para acercarme más a ella si es que eso es posible. Nuestros rostros alineados, sus expiraciones convirtiéndose en mis inhalaciones.
—Eso deseo.
Y me empuja hasta sellar nuestros labios juntos, su lengua tomando un partido para nada tranquilo.
¿Por qué, de entre todas las mujeres, Amanda tiene que ser mi medida idónea?
Estamos dando el mejor inicio de año del que pueda tener memoria.
Sus amigos no volvieron al departamento y avisaron, amablemente he de añadir, que no regresarían pronto para darnos tiempo y espacio.
Por otra parte, algo completamente genial que ha ocurrido hoy, ha sido el despertarme por primera vez al lado de Amanda. Con ella estirada a lo largo y encima de mí. Su rostro como nunca lo vi antes, sus facciones relajadas, más allá de mí y de todo.
Fue... la vista más encantadora que hubiese visto jamás.
Me dejó sin aliento por un momento, lo me tomó registrar que soy el hijo de puta más afortunado de la tierra.
La mañana resulta ser perfecta y para nada lo que había planeado.
Hicimos el amor, en varias ocasiones, cada una de ellas una experiencia diferente a la anterior. Estamos aprendiendo mucho sobre el otro, cosas que habíamos olvidado y todo lo nuevo. Y cada vez que nos tumbamos a recuperar las respiraciones, charlamos. Lo que es extraño, porque tras años sin mirarnos a los ojos para cruzar palabra, ahora es como si no pudiésemos guardarnos nada en lo absoluto.
Amanda habla de la editorial, de un proyecto para el que trabaja mientras memorizo su rostro, con la yema de mi dedo índice recorriendo sus facciones.
Se le ve tan relajada y sin prisas, completamente desnuda y cómoda.
Me deja hacer y ser sobre ella.
La escucho por largo rato, la beso un montón y la amo sin darme cuenta siquiera.
Ninguno de los dos está preparado para poner en palabras los sentimientos complejos que brillan en lo profundo de nuestras miradas y es mejor así, porque a veces, decir las cosas en voz alta mata algo de la magia. Pero estoy consciente de que quiero decir mis palabras al menos, quiero decirle que la amo, aunque suene bobo y precipitado y patético quizás. Pero quiero hacerlo como la nueva ansia quemando en mí.
Charlamos acerca de Chicago y en cómo tengo que irme en un día más, escasas horas para separarnos, estoy nervioso y le dejo ver todo lo preocupado que dejarla aquí me hace, y para mi sorpresa, ella solo me besa. Suave y de alguna manera tortuoso.
—Vamos a hacer que funcione —asegura sobre mis labios.
—Sé que lo haremos, no he peleado para llegar hasta aquí y que todo se vaya por el borde, solo quisiera saber que tengo más tiempo contigo antes de enfrentarnos a la realidad. Desde ayer, esto parece una pequeña burbuja privada en donde somos distintos a lo que solemos ser. —Ella recuesta su cabeza en mi pecho, sobre el aleteo de mi corazón, desparramando su cabellera como el fuego sobre mi abdomen. —Voy a extrañarte una vez que llegue a casa, voy a extrañarte mucho.
Siento su sonrisa más que verla. Ella lleva una de sus manos de largas uñas hasta mi estómago y recorre la cicatriz del apéndice con un dedo.
Ser sincero no está costando tanto como pensé en un inicio. Y quizás, solo quizás, esto es la mejor versión de mí. Una versión que puede estar con Amanda de este modo.
—También te extrañaré —dice y me siento feliz por ello. Ella se ríe bajito, para nada como normalmente lo hace. —Te extrañé la primera vez que viajé aquí, pero por motivos completamente diferentes. Extrañaba que aligeraras mis días con cosas que carecían de sentido, en cambio ahora, se siente como que me voy a dividir de cierta manera, mi cuerpo y mi liada cabeza se quedarán aquí y mi corazón estará al pendiente de ti en casa.
En casa.
No se refiere a un lugar físico, no se siente de esa manera.
Chicago es su hogar en muchos sentidos; su familia, nuestros amigos y ahora yo.
Yo.
Estoy seguro que mi corazón pierde algún latido con eso.
—Eso ha sido cursi —dice Amanda y chasquea su lengua. Solía odiar ese gesto. No lo había escuchado en un tiempo, pero me crispaba tanto.
Enmarco su rostro con mis manos para alzarla y acercarla para darle un casto beso.
—Ha sido... lindo —Sus oscuros ojos brillan y la beso otra vez, con los labios cerrados y sin intención de convertirlo en otra cosa. Estoy exhausto, hambriento y embelesado y sospecho que extrañamente doblegado, quizás producto de la misma mezcla de todos esos factores ya nombrados, pero sea como sea, abrazo a Amanda contra mí y le confieso algo todavía más cursi; —creo que, de alguna manera, hay una parte de mi corazón que quedó reservada para ti la primera vez que te vi.
Ella se contorsiona sobre mí para verme directo a los ojos. Sus ojos que parecen llegar a cada rincón de mí y espero que vea esto. Hay un lugar en lo profundo de mi corazón que tiene una dueña indiscutible; Amanda Muse, claro que sí.
Cuando era joven y me enamoré de ella, tuve tantas excusas a las que aferrarme cuando fallé. Porque fallé; no fue solo un error, rompí su corazón y aun así ella es lo suficientemente fuerte como para dejarme tenerlo por segunda vez.
Yo no puedo ofrecerle menos, no quiero hacerlo.
Aquí estoy, a su entera disposición para que ella haga conmigo lo que desee.
Estoy enamorado de ella nuevamente, si es que alguna vez dejé de estarlo, pero en esta ocasión, soy un adulto. Un adulto joven aun, mas un hombre. Y sé perfectamente bien que ya tengo el sesenta por ciento de esta batalla perdida.
Me pregunto, no por primera vez en esta mañana, si existe la manera de que nuestros labios se agrieten por besar demasiado y si es que es así, voy a tener que encontrar el remedio pronto, porque Amanda me besa de nuevo y olvido todo lo que existe en este mundo.
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Fin del juego Amanda
RomansAmanda Muse y Trevor Mills son prácticamente enemigos naturales. No hay momento en el que no estén sobre el otro presionando sus límites y lanzándose pullas. Compartieron un pasado fogoso, amoroso y secreto. Turbulento en engaños, mentiras y dolor...