Capítulo 1: Celos.

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Erin

—¡Dasha, date prisa! —Llamé a mi princesa mientras terminaba de guardar su almuerzo.

Escuché sus pasos apresurados resonar contra los escalones de madera, momentos después apareció frente a mí con una brillante sonrisa de impolutos dientes blancos, su cabello pelirrojo suelto, fluía como fuego contra su pecho y espalda, y esos ojos azules resplandecientes y únicos se notaban emocionados, tan idénticos a los de su padre. Mi hija hoy estaba más feliz que otros días.

—Lo siento, mamá, estaba tratando de darle algo de forma a mi cabello —explicó, dibujó una mueca, tomando entre sus dedos un mechón de su cabello para soltarlo rápidamente con displicencia detrás de su hombro.

Negué, estirando mis labios en una sonrisa, le entregué su almuerzo.

—No hay nada que arreglar, luces hermosa —dije sincera, acomodando su espesa cabellera detrás de sus hombros. El olor a lilas y jazmín se intensificó.

—No tanto como tú mamá, mírate, pareces mi hermana —señaló, solté una risa y me aparté de ella, mirándola, sin poder creer lo rápido que había crecido.

Mi niña ya era toda una señorita de doce años, era hermosa y tenía un gran parentesco conmigo, pero a pesar de que nuestros ojos eran del mismo color, ella heredó los de su padre; se encontraba algo especial en ellos, algo único que no podía ver en los ojos de alguien más, era como si, incluso al haber miles de personas con la mirada del color del cielo, mi esposo y mi hija fueran poseedores de una que no se podía igual ni comparar con nada.

—Papá tiene suerte— Enarcó ambas cejas de forma sugestiva. Lucía graciosa.

—Por supuesto que la tengo —intervino el aludido, acompañándonos en la cocina. Casi suspiraba al verlo.

Parecía el tipo de hombre que veías en las pasarelas: guapo, con aire de superioridad, elegancia y perfección. Usaba un traje negro, la camisa blanca se amoldaba a su pecho, no llevaba corbata, estaba bastante formal, esta ropa no era típica de él, lo hacía ver distinto. Pocas eran las ocasiones que lo veía así, lo que me hizo fruncir el ceño, confundida, pensando en el porqué de su formalismo.

Sasha se acercó a nuestra hija y besó su frente, a lo que ella sonrió con cariño; ambos se miraban con amor, para Sasha no había nada más valioso que el cariño de su única hija.

Se apartó y se posicionó a mi lado, rodeó mi cintura con su brazo y depositó un beso en mi mejilla de forma muy dulce, algo no muy común en él; me daba la impresión de que hoy había amanecido de buen humor.

—Y yo tengo suerte de tenerlos a ambos como padres —dijo mi hija; suspiró y guardó su almuerzo—. Ahora me voy que se me hace tarde —añadió con prisa.

—Ve con cuidado —repetí lo que le decía siempre que salía de casa sin nosotros. Ella comenzaba la secundaría y era un cambio drástico. Estaba entrando a la adolescencia.

—No te preocupes mamá, los gorilas de papá siempre están ahí, cuidando de mí —replicó con molestia.

—Es por seguridad, aceptas eso o estudias en casa —advirtió Sasha, y no estaba jugando, nunca lo hacía cuando se trataba de nuestra seguridad.

—Nos vemos más tarde —dijo resignada; le dio un beso en la mejilla a su papá y luego otro a mí.

—Con cuidado, hija —Enfaticé. Ella me sonrió de vuelta y salió de la casa apresuradamente. Entonces me volví a mirar a Sasha—. Deja de ser tan sobreprotector —pedí, sabiendo que era en vano.

—Muñequita, no pidas imposibles —repuso, tomándome de la cintura para sentarme sobre la encimera en un solo movimiento, arrancándome una sonrisa.

Despiadado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora