Erin
Veía la luz de la lámpara sobre mi cabeza, ligeros parpadeos apenas perceptibles, fallas, fisuras rompiendo lo que se buscó hacer perfecto. Fisuras como las que había en mi cabeza, por las cuales se escabulló lo que conocía de mí, al menos recientemente.
No sabía qué hacía aquí, tampoco el día que era, o cuánto tiempo llevaba mirando la luz parpadeante. Sin embargo, mi cuerpo no reaccionaba, se encontraba en un estado de relajación que no quería romper, no tenía sentido, en algún momento alguien vendría y me diría que sucedió conmigo. Además, había una contusión en mi cabeza que punzaba, no dolía, seguramente por los medicamentos que me administraban, prefería no arriesgarme a empeorar mi situación al levantarme o estresarme. Primero necesitaba saber en qué estado me encontraba, aunque por la sutura que encontré, seguro no sería nada alentador.
Suspiré, sin intentar retroceder en mi memoria y forzar a los recuerdos a fluir hacia la superficie, parecía que algo dentro de mí prefería que estuviera en la ignorancia, como si quisiera protegerme. Jugué con mis dedos, ansiosa, preguntándome lo que iba a suceder conmigo.
Mojé mis labios, tragué saliva y una molestia en mi garganta se hizo presente, como si hubiera gritado mucho, y entonces, la puerta se abrió, en un movimiento cuidadoso, incliné hacia al frente mi cabeza para poder ver a la persona que ingresó. No pude reconocerlo. Nada de él me resultaba familiar, ni siquiera un atisbo de algo.
Se trataba de un hombre alto, de complexión atlética, más parecida a la de un boxeador, que a la de un luchador, de dedos largos que llamaron mi atención por el cuero negro que los ocultaba de mi escrutinio. Usaba una bufanda oscura, a decir verdad, toda su vestimenta lo era, desde sus pantalones, hasta la corbata perfectamente acomodada en su cuello, lo que hacía un contraste perfecto con el color dorado de su cabello y el potente verde de sus ojos que me miraban con una inusual ternura.
Él me conocía, pero yo a él no.
—Al fin te encuentro despierta, tus padres se han llevado a Dasha a comer algo, no se había separado de ti —dijo, no logré asociar su acento ahora, pero sabía que conocía de donde provenía.
—Joseph y Marian —susurré—, mis padres.
Pude recordarlos sin problema, aunque, apenas eran recuerdos difusos, al menos obtuve algo sin forzar mi memoria.
El hombre me miró preocupado, tomó asiento a mi lado sin buscar tocarme. Permanecía en silencio, observándome fijo, ignoraba lo que pasaba por su cabeza, pero quería averiguarlo.
—¿Quién eres tú? —Pregunté curiosa, me gustaba mirar sus ojos, el verde era impresionantemente hermoso.
—¿No sabes quién soy?
—No —respondí y mis dedos tocaron la enorme herida en mi frente—, supongo que esto tiene mucho que ver con eso, ¿no?
Apretó el ceño y sus labios se fruncieron, se notaba más agobiado que preocupado esta vez. Entonces, sin decir nada se incorporó y salió a toda prisa de la habitación, dejándome sola de nuevo, mas no por mucho tiempo, ya que, enseguida regresó con un hombre bajito y ataviado en una bata blanca que le quedaba muy larga, usaba gafas anchas y grandes, muy anticuadas. Su cabeza carecía de cabello en la parte frontal, solo algunos leves mechones blancuzcos; él me miraba con aspecto profesional, me diseccionaba como si fuera un espécimen raro.
Se acercó y comenzó a hacerme preguntas de rutina, a las cuales respondí con calma. Revisó mi vista y mi presión, además de la herida en mi cabeza, haciéndome saber que, al menos físicamente, todo se encontraba en orden.
—¿Qué me sucedió? ¿Por qué no recuerdo casi nada? —Al fin demandé saber.
Acomodó sus gafas, empujándolas a través del puente de su nariz ancha.
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Despiadado ©
Romance[TERCER LIBRO SAGA AZUL] La vida siempre fue cruel, probablemente debía estar acostumbrado a sufrir, pero ¿por qué después de tantos años de felicidad, el destino y la vida volvían a conspirar para acabar con lo que tanto esfuerzo logré construir? V...