Capítulo 18: Una dolorosa realidad.

17.9K 2K 541
                                    

Erin

Se decía que las almas gemelas eran capaces de sentir lo que le sucedía al otro.

Por increíble que esto pareciera, podía decir que me encontraba de acuerdo con quien sea que lo haya dicho, porque mientras intentaba explicar los adelantos de la obra que llevaba a cabo mi empresa, el pecho comenzó a dolerme de una manera inexplicable. El dolor punzante era agónico, tanto que tuve que parar y sostenerme del borde de la mesa, al tiempo que intentaba controlar mi respiración para que el oxígeno fluyera de forma correcta a mis pulmones.

Pero no podía.

La piel me ardía, como si llamaradas ardientes lamieran cada centímetro de ella, mis rodillas fallaron y antes de que tocaran el suelo, los brazos de Liam me sostuvieron. Escuchaba su voz, un eco lejano que no conseguía interpretar de ninguna manera. Veía sus ojos repletos de preocupación y su boca moverse, luego, capté el rostro de Emmet, era el mismo reflejo que el de Liam, ambos continuaban gesticulando y por más que me esforzaba en oírlos, fallaba en el proceso.

Lagrimas eran derramadas por mis ojos, sentía que me quemaban viva y no entendía de dónde provenía este dolor tan grande, no lo hice hasta que uno de los voyeviki atravesó la puerta de la sala de juntas, llevaba un teléfono en su mano, pero fue su mirada lúgubre lo que me atrapó.

—Sasha —gesticulé al fin.

No sabía de dónde saqué las fuerzas para incorporarme de la silla en la que ambos hombres me colocaron, pero lo hice, y con la misma velocidad fui hacia el hombre tatuado que enseguida me tendió el teléfono. Con las manos temblorosas y el corazón latiéndome errático, puse la bocina en mi oreja.

—¿Sasha? —Articulé temerosa, solo necesitaba escuchar su voz, saber que se encontraba bien, solo así estaría en calma.

—Erin, debes venir a casa, estoy yendo por ti —dijo papá. Negué, quedándome paralizada. Algo ocurrió, lo supe de inmediato.

—¿Dónde está Sasha? —Demandé saber con urgencia. Emmet y Liam me miraban angustiados, más este último, sin embargo, no podía centrarme en ellos, incluso cuando los necesitaba para seguir de pie.

—Estoy a cinco minutos, Erin...

—¡Respóndeme, papá!

El silencio llenó la línea y entendí que algo malo había ocurrido. Solté el teléfono y salí de la oficina corriendo. Mi nombre salía de la boca de los hombres que dejé detrás de mí, pero no pudieron o quisieron detenerme, bajé los escalones, uno a uno, el sonido de mis tacones iba al compás con el ritmo errático de mi corazón.

Las lágrimas me nublaban la visión, el frío me golpeó la cara en cuanto salí al exterior, no llevaba ninguna prenda encima que pudiera protegerme del frío que calaba hasta los huesos, quemaba, quemaba igual que el fuego.

Avancé por la calle, consciente de que los voyeviki me vigilaban sin intentar detenerme. Nadie lo hizo, no hasta que el auto de papá se detuvo a mitad de la calle, lo vi bajar de inmediato, precipitándose hacia mí. Había un montón de seguridad a nuestro alrededor y a la lejanía oía un caos espeluznante.

Era como si todo se hubiera desestabilizado, las sirenas no paraban de sonar, el aire se sentía pesado y nauseabundo. Era la muerte cerniéndose sobre nosotros.

—¿Dónde está Sasha, papá? ¿¡Dónde está!? —Exigí una respuesta. Nadie me quitaba de la cabeza que algo le había sucedido y no podía con eso.

Se quitó el abrigo y me lo puso sobre los hombros, él callaba, se negaba a decirme la verdad, así que, me saqué el abrigo de encima y lo lancé al suelo en un arrebato de ira; tomándolo de las solapas del traje, tiré de la tela con desesperación sin que lograra moverlo al menos unos centímetros de su lugar, sus manos sostenían mis codos con fuerza, demasiada, supe que no buscaba controlarme, sino, encontrar su propio equilibrio.

Despiadado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora