Capítulo 23

5.9K 604 180
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


—Despierta...

Fue un simple susurro que se internó en mis oídos, pero que bastó para que mis ojos se abrieran rápidamente y con dolor.

Estaba en una habitación luminosa, de paredes altas y blancas, tanto, que mi sensible retina se resentía por ello. El suelo estaba alfombrado por una moqueta beige, impecable. Habían sólo dos ventanas en una misma pared, y ambas abiertas de par en par. Entraba por ellas una cálida brisa, que traía consigo un aroma que me recordaba a la primavera en su máximo apogeo.

Me levanté lentamente, temiendo que fuera a dolerme cada rincón de mi cuerpo. Sin embargo, me sentía liviana, como una pluma. Al agachar mi mirada para inspeccionar mi propio cuerpo para convencerme, me topé con un vestido blanco, de seda, y lo bastante largo como para arrastrarse por el suelo. Las mangas eran muy largas, y unas ranuras en mis hombros dejaban mi piel expuestas, aunque era tan blanca, que se confundía fácilmente con la tela. Mis pies también estaban desnudos, acariciando suavemente la tela bajo ellos.

Entre silenciosos y lentos pasos me dirigí hacia una de las ventas, y me incliné en ella con ambas manos apoyadas en el alféizar. Me ofrecía las vistas de un enorme campo bañado en verde y grumos de flores de todos los colores y tamaños. Podía ver en la lejanía como se iniciaba un bosque espeso y de enormes árboles, que parecían rozar el cielo con sus frondosas copas.

—Es precioso, ¿no es así? —murmuró una voz tras de mí.

Sorprendida me giré para encontrar al autor de dicha voz, dispuesta a soltar una sarta de infortunios a fuera quien fuera que me había atacado y secuestrado.

No obstante, enmudecí.

Sentí como mis mejillas se ruborizaban terriblemente, y mi cuerpo se encogía ante él. Era un hombre, a mitad de la veintena seguramente. Su cabello de color chocolate caía más allá de sus hombros, desordenadamente. Parte de éste lo llevaba recogido en una semicoleta alta, dejando a su rostro prácticamente descubierto de cualquier mechón. Su rostro era afilado, piel muy levemente dorada, nariz larga y fina. Sus ojos, repletos de espesas pestañas, del color ámbar más bello que había visto jamás. Me escudriñaban profundamente, como si pudieran ver a través de mi.

Sus labios, al ver que no decía nada, se curvaron en lo que parecía ser una sonrisa cargada de ternura.

—No temas... —fue un susurro, débil, igual que el que le haría a un gato atemorizado, con la intención de que se acercara y poder acariciar su lomo. Quise abrir la boca para siquiera decir algo, para gritar, o preguntar quién era, pero por alguna razón, la voz parecía haberse esfumado, así que cuando abrí la boca, sólo pude dejar escapar un suspiro. El siguió acercándose, y con cada paso, mi cuerpo, contrario a tensarse, se relajaba y caía en una especie de trance agradable de remolinos placenteros. Cuando estuvo sólo a unos centímetros frente a mí, susurré, con voz débil.

La otra realidad |Naruto| C O M P L E T ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora