Capítulo 11

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Me desperté confundida. Me tomó varios minutos darme cuenta de que me hallaba en una habitación para nada me parecía familiar. Como primer instinto reaccioné queriendo levantarme y salir corriendo, pero al intentarlo, no pude moverme. Me encontraba atada a una silla de madera podrida, atada de manos y pies. Observé con atención la habitación. Era pequeña, perfectamente cuadrada y de paredes mugrientas, teñidas por el verde del moho. No había ventanas, siendo iluminada por una única vela, que amenazaba con apagarse en cualquier momento. Había una única puerta, de madera de roble oscura y con marcas de arañazos.

Secuestro. Pasó por mi mente, de forma fugaz.

Nubes rojas. Prosiguió.

Arráncale el colgante del búho. Recordé, finalmente.

Mi vista viajó hasta mi pecho, donde, efectivamente, ya no reposaba el collar que en esos instantes tanto deseaba tener. Me moví con más insistencia en la silla, notando como las húmedas cuerdas empezaban a rozarme. Me importaba un comino, debía salir de ahí, no por mi libertad, si no porque quería encontrar el collar.

En vista de que el intento de liberarme era frustrado, traté de calmarme. Pensé en que seguramente los demás ya estarían buscándome, pero ¿y si estaba demasiado lejos? ¿y si no podían encontrarme? Inconscientemente empecé a imaginar cual sería su situación en esos instantes, ¿siquiera se habían dado cuenta de mi ausencia?— ¡Sacadme de aquí! —grité. No hubo respuesta. Grité de nuevo, pero con más fuerza, tanta que sentí como si mi garganta se resquebrajara. Rápidamente la desesperación salió a flote y las lágrimas brotaron de mis ojos con fuerza. Quería salir de inmediato, terminaría enloqueciendo. Mi mirada se movió por todo el condenado lugar, en busca de una vía de escape o algo que arrojara algo de luz a mi desastrosa situación.

De nuevo chillé, pensando que al más gritar, antes alguien notaría mi presencia, a sabiendas también de que mis secuestradores también podrían venir, cansados de escucharme. Quizá, en ese instante, podía hacer algo, atacarle de algún modo. Pero no hubo respuesta, de nuevo. Y mi voz empezaba a desvanecerse, convirtiéndose en un grito mudo, acompañado de algún gritillo suelto. Lo único que me quedaba era idear algún modo de escapar. Empecé por intentar soltar las sogas, tirando varias veces de ellas —e ignorando el dolor que empezaba a insensibilizarme el resto de la mano. Entre pequeñas paradas, y jadeando, el progreso se hizo presente. Tras un rato más de forcejeo, lo logré. El resto fue relativamente fácil.

Con una sonrisa cansada surcando mis labios me tambaleé hasta la puerta, con la única esperanza de que ésta estuviera abierta. Como no, estaba cerrada desde el exterior. Golpeé en un ataque de frustración, y de nuevo rastreé por toda la habitación. Mi único instrumento era la silla y el poco chakra que sabía dominar.

Menos es nada pensé, en un maravilloso intento de subirme el ánimo. A grandes y patosas zancadas me acerqué hasta la silla, y elevándola con fuerza, la estampé contra la puerta, haciendo ambas añicos, y sintiendo como varias astillas se clavaban en diferentes zonas de mi piel.

La sensación de alivio me asaltó por unos segundos.

El pasillo al que conducía estaba, de la misma manera, pobremente iluminado con velas malgastadas. Las paredes también estaban sumidas en el moho y en extrañas manchas de las que, obviamente, prefería no saber la procedencia. Con la sensación de peligro instalada en mi pecho, empecé a caminar prudentemente por el lugar. Mi primer objetivo, antes de salir de ahí, era localizar el collar, a Jun y a Ketsho. Después debía buscar mi libertad a como de lugar.

En uso de mi limitado chakra, me moví por los pasadizos, sin antes cerciorar que nadie estaba cerca. Agradecí levemente a Kakashi en esos instantes. No mucho, tampoco. Durante el transcurso, abrí varias puertas. Todas las habitaciones era exactamente iguales a la cual yo había escapado, algunas incluso tenían camas. Cuando abrí una de las puertas, y me interné para buscar mi collar, suspiré más que aliviada al verlo en una mesa, envuelto en una extraña masa blanca. Sin pudor, lo arranqué de esta y lo apreté con fuerza contra mi pecho, feliz de volverlo a tener. Por una vez en ese día tuve suerte de que Jun y Ketsho también estaban ahí.

Más segura y algo repuesta de mi mala situación, salí de la estancia, incorporándome de nuevo en el pasillo. Corrí en dirección contraria de mi ''celda'', guiándome por puro instinto. Aquello parecía un auténtico laberinto.

Tras caminar bastante y jadeando, llegué al final de uno de los numerosos pasillos en los que seguramente había pasado. Aquella puerta era de puro metal sólido, y tan solo la tenía a dos pasos de mi.

— ¿Adónde crees que vas, niña?

Como odiaba esa maldita frase.

La otra realidad |Naruto| C O M P L E T ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora