''Mi yo de un año de edad reposaba tranquilamente entre los brazos de mi abuela, que me mecía de un lado a otro mientras tarareaba una nana. Mi pequeña mano se aferraba a su chal marrón y en las comisuras de mis ojos asomaban diminutas y cristalinas lágrimas.
Pese a que la una era consciente de la presencia de la otra, ninguna decía nada, quizá por miedo, o simplemente por querer seguir manteniendo esa atmósfera tranquila y perfecta. Mis ojos se alternaban de ella a mi pequeña yo, casi en una pauta continua. Por mucho rato que estuve de pie, exactamente en la misma posición en la que había entrado en ese espacio, no sentí ningún tipo de cansancio. Parecía todo tan surrealista.
Por un momento, en lo que supuse que fueron horas, la anciana levantó la vista y nuestro ojos se cruzaron. Se veía rejuvenecida, casi impecable en su imperfección. Su cabello castaño, ya manchado por las canas; su piel blanca, con pequeñas manchas y arrugas; su nariz respingona en la cual yacían unas gafas algo anticuadas; y sus ojos, unos ojos almendrados que empezaban a esconderse entre los pliegues de una piel marchita, pero pese a ello brillaban con un fulgor casi alarmante. Sus labios se curvaron en una sonrisa y en sus mejillas sonrosadas se marcaron unos hoyuelos.
—Mi pequeña —oí antes de que su imagen se desvaneciera en su magnificencia.''
Me senté de golpe en la cama, sintiendo como las lágrimas brotaban de mis ojos sin cesar y mis pulmones parecían querer quebrarme las costillas. Mi pecho subía y bajaba rápidamente, mientras que mi corazón palpitaba con tanta fuerza que incluso llegué a pensar que terminaría por salirse de su lugar. Aún en la oscuridad me levanté y a tientas me dirigí hasta el tocador donde reposaba un vaso de agua y un pastilla para el dolor de cabeza. El cristal era frío al tacto y por ello lo apreté con más fuerza, eché mi cabeza hacia atrás, para conseguir así que la cápsula bajara con más facilidad por mi cuello.
—Aún es pronto... —miré el reloj situado en la mesita de noche, apenas las cinco de la madrugada. El entrenamiento era a las ocho de la mañana, pero me parecía absurdo volver a la cama cuando el sueño ya se había esfumado por completo. Algo molesta me dirigí al baño y abrí la llave del agua, dejándola puesta en tibia. Cuando el pijama cayó al suelo me miré fijamente en el espejo de cuerpo entero. Aunque había jurado y perjurado a Tsunade que me encontraba bien y que permanecer en el hospital era absurdo, ciertamente me arrepentía en esos momentos. Pequeñas y grandes heridas se esparcían por toda mi anatomía, al igual que enormes moretones que destacaban en mi nívea piel. Cada movimiento se sentía como miles de pequeñas agujas al rojo vivo atravesándome sin piedad, pero me mentalicé que aquello formaba parte del mundo ninja. Además, por mucho que doliera, en verdad creía que mi entrenamiento debía seguir. Quizá sólo era para mantener mi mente ocupada y lejos de todos esos absurdos recuerdos, o también porqué algo me decía que debía hacerlo.
Decidí apartar todos esos pensamientos por un rato y me sumergí en el agua lentamente. Al principio sentí el picazón de las sales de baño y el jabón en los cortes, pero gradualmente cesó y empecé a relajarme mientras me dejaba caer más adentro. Casi media hora después salí arrugada, pero bastante más tranquila que en un inicio. Me vestí con ropa cómoda y las típicas sandalias. Cuando, de nuevo, dirigí mi mirada al reloj, tan solo eran las seis, por lo que aún tenía dos horas por matar. Sujeté con fuerza a Jun en mi pierna izquierda y Ketsho quedó colgando en mi espalda baja mediante una cuerda de fino metal sujeta en mi cadera. No tenía nada de hambre así que tan solo tomé un vaso de leche fría y salí de la casa.
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La otra realidad |Naruto| C O M P L E T A
FanfictionQuien creía ser normal, acabó en un mundo lleno de locuras. Simplemente, otra realidad. C O M P L E T A