Diez

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El llanto de las chicas se escuchaba por toda la habitación, yo estaba reteniendo las ganas de ponerme a llorar con ellas, Ray estaba intentando consolar a Frank, el cual estaba peor que nadie, mientras algunas lágrimas salían de sus ojos, mojando sus mejillas.

Mi mano temblaba tanto que el celular terminó cayendo directo al suelo, sin darle importancia llevé mis dos manos a la cara, así tapándola, para después restregarme los ojos intentando despertar de aquella pesadilla, sin obtener resultados.

Todo pasaba tan rápido en mi cabeza, las imágenes, los sonidos, las sensaciones.

Sin pensarlo me volteé de nuevo al cuerpo inmóvil de Eve, para después dejarme caer de rodillas al lado suyo, sostenerla entre mis brazos y comenzar a gritar.

- ¡Eve! ¡Por favor! No nos dejes, no puedes hacerlo, esto es una muy mala broma, vamos, deja de fingir, por favor -cerré los ojos y me comencé a mecer junto con el cuerpo.

- ¡Dylan! ¡Suéltala! -sentí un tirón en mi espalda, pero no me moví.

- ¡Quiero irme de aquí, ya! -gritó Frank.

- Vamos, Eve, por favor -mis mejillas ya estaban empapadas a ese punto. Sentí como me jalaron más fuerte, logrando así que me quitara. Me di la vuelta para ver a Ray igual o peor que yo, mordiéndose el labio con tanta fuerza que podría jurar que le salía sangre.

Me abrazó, y con mi cuerpo lleno de sangre terminé por abrazarlo también.

Escuché a alguien dando arcadas y me volteé inmediatamente.

- ¡Sylvia! -Perl intentó sostenerla pero igual cayó al suelo de rodillas, vomitando.

Frank terminó yendo con las chicas, mientras que Ray y yo los mirábamos sin ninguna expresión en el rostro, evitando a toda costa voltear para atrás.

- ¿Y ahora qué? -dije con la voz rota- ¿Qué vamos a hacer, Ray?

- Eso quisiera saber Dylan, pero no lo sé, ni siquiera sé que mierda está pasando.

Nos quedamos así por algunos minutos, sin saber qué hacer, hasta que Ray se quitó el suéter que llevaba encima, tomándolo fuertemente entre sus manos, para después suspirar y darse la vuelta, desapareciendo de mi vista.

- Tenemos que irnos -me dijo después de que volvió a mi lado. Asentí mordiendo mi labio.

(...)

Regresamos varias habitaciones callados, lo único que se escuchaba eran nuestros pasos y los sollozos que aún no controlábamos.

Llegamos a una habitación vacía, llena de polvo, sucia, con la pintura en la pared descarapelada. Cerramos las dos puertas de madera y nos sentamos y recargamos en una esquina de la habitación, lo más juntos que podíamos, porque lo último que queríamos era estar lejos de los demás.

Nadie podía pronunciar palabra después de lo que pasó, todos estábamos metidos en nuestro mundo, pensando en cosas diferentes. Yo tenía la vista puesta en mis zapatos, y sólo me concentraba en ellos, porque sabía que si pensaba en otra cosa, que si me distraía lo más mínimo terminaría llorando y gritando, probablemente terminaría golpeando a alguien, incluso a mí mismo. Necesitaba asacar todo lo que sentía, pero no podía, tenía que mantenerme firme para no alarmar ni poner nerviosos a los demás, eso no era lo que necesitaba.

Mis ojos ardían y poco a poco se cerraban, mi cabeza caía poco a poco a mis rodillas, apoyando así mi frente en ellas, de repente me sentía terriblemente cansado, agotado, sentía que me faltaba hasta el aire. Intenté mantenerme alerta, con los ojos lo más abiertos que podía, pero por alguna extraña razón no pude.

MadhouseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora