Capítulo 3

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Sin palabras. Ninguno de los dos, el chico rubio y yo, nos esperábamos ésta reacción por parte del adicto. Fue algo muy grosero, y desconsiderado, algo que espero y sea sólo una broma de pésimo gusto. ¿Qué acaso no valora la magnitud de lo que el otro joven ha hecho por él? ¡Le ha salvado la vida, por Dios! Debería estar profundamente agradecido con todos los seres angélicos por haber puesto a alguien bueno en su camino, y justo en el momento indicado. Tengo un mal presentimiento, y eso me hace quedar inmóvil ante la escena frente a mí.

 -Creo... Creo que no estoy entendiendo. Estás diciendo que lo que querías era... ¿morir? -El de ojos azules niega con la cabeza, contrariado.

Otra vez, el adicto se queda en silencio. Sin embargo, su mirada es respuesta suficiente. El rubio ensancha los ojos por un momento, abre la boca como si quisiera decir algo, pero se arrepiente y se queda callado también. Nadie dice nada, y entonces caigo en cuenta de que yo soy la enfermera, la persona que debe tener el control en este cuarto. A punto estoy de abrir la boca cuando el chico en la camilla habla.

- De acuerdo, me salvaste la vida, sí. Eres todo un héroe... - dice con un deje de sarcasmo en su manera de expresarse -... Pero has interferido en mis planes.

El otro joven suelta un jadeo incrédulo. Está indignado, lo sé. Y es algo respetable. Si hasta yo, que soy supuestamente ajena a la situación, estoy un poco molesta con la actitud del pelinegro, ¿cómo ha de sentirse él? Quien ha desperdiciado su tiempo en venir aquí a preguntar por el estado de salud de un completo extraño. El mismo extraño en quien gastó una nada despreciable suma de dinero para que le brindasen atención médica eficaz, y todo para que después afirmara que morir era precisamente su objetivo...

Si yo estuviese en sus zapatos, estaría furiosa. El de ojos azules se pasa una mano por la cara y parte del pelo, y toma aire antes de decir:

-Escucha, yo no vine hasta aquí, desde el otro lado de Tokio, para que me agradecieras, ni para que alguien me diera un premio sólo por evitarle la muerte a un vago como tú -aclara, todavía enojado. Respira hondo y parece recuperar un poco de temple, pero no puede evitar fruncir el ceño -. Mi único propósito para venir a este hospital ha sido el querer saber qué fue lo que pasó contigo, si habías logrado sobrevivir. Porque si te digo algo, y con todo respeto, te veías muy jodido...

-Bueno, pues ya comprobaste que estoy bien, para mi desgracia -. No me explico cómo puede decir eso -. Ahora, si es que no representa más molestias... -inhala y exhala antes de continuar, debe estar fatigado por el medicamento - ...me gustaría que te marcharas. Me siento fatal.

Se miran fijamente por un rato más de lo debido. El corazón se me dispara. Por un instante, creí estar presenciando un enfrentamiento letal. Estos dos muchachos frente a mí se han repelido cual imanes, instantáneamente. Ahora ambos me miran expectantes. Parece que alguien olvidó quién es la encargada aquí. Yo soy la enfermera, la autoridad. Debo recuperar el control.

-Por favor, ¿me esperaría un momento en la recepción? Necesito que me brinde algunos datos... -le pido al joven rubio, quien acepta balbuceando y sale a paso rápido de la habitación.

Yo me propongo a darle una última revisada al equipo al que está conectado el chico adicto. Siento su mirada en cada uno de mis movimientos, y resulta algo insoportablemente incómodo. No sólo por lo ocurrido, sus mismos ojos tienen parte de la culpa. Son negros, total y absolutamente negros. Científicamente, esto es algo sumamente raro: menos del uno por ciento de la población mundial posee esta tonalidad en el iris. Pero esto no es lo que hace que los ojos de este muchacho sean especiales, no. Supongo que se debe a la inmensa amargura que reflejan.

-¿Qué? -pregunta de repente. ¿Me le habré quedado mirando demasiado? Por la cara que ha puesto, parece que sí.

-Nada. Descanse -suelto apenada.

Poco después ya estoy en la recepción, con el historial de visitas a la mano. El joven de ojos azules se acerca con desgana, y lo comprendo. Su día no ha sido el mejor. A pesar de todo, muestra una pequeña sonrisa y me pregunta en qué puede ayudarme.

-Ah, si. Sólo basta con darme su nombre y una firma -respondo también con una sonrisa. Dicen que todo es más fácil sonriendo.

-Bueno, soy Naruto Uzumaki -anoto el nombre junto con la fecha y la hora de la visita. Lo siguiente me toma desprevenida -. ¿Tú cómo te llamas?

-Sakura -contesto con cierto recelo. A los jefes del hospital no les gusta que demos nuestros nombres, tanto así que en las credenciales de identificación sólo aparece nuestro nombre de pila. ¿Porqué? No tengo idea, pero de seguro ellos tienen su razones.

-Eso ya lo sé. Viene en tu gaffete -dice sonriendo con astucia -. Anda, ¿cuál es tu nombre?

-Sakura Haruno... -contesto, también sonriente, este chico tiene mucho carisma. Nos quedamos hablando durante unos minutos, sobre cosas absolutamente banales, pero es suficiente para darme cuenta de que Naruto es, en verdad, muy agradable.

-¡Pues mucho gusto, Sakura! -exclama y estrecha mi mano cordialmente -. Fue un placer haber charlado con una chica tan bonita como tú. - ¡¿Qué?! Siento la cara arder. ¿Cuándo fue la última vez que alguien me dijo que era bonita, en la secundaria?

-Gracias -me despido, porque me tengo que ir ahora o de lo contrario perderé el autobús.

-Oye, ¿podríamos vernos un día de éstos? -barajeo un momento la respuesta. ¿Porqué no? Aceptar significaría hacer un amigo nuevo, lo cual es el equivalente a muchas novedades más que contarle a mis plantas.

-Claro, cuando gustes - y cada uno toma su camino.

MORFINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora