Sueño

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Siente la arena bajo sus pies, metiéndosele entre las uñas. La brisa marina le deja un regusto salado en cada inhalación. La humedad hace que la ligera bata de algodón se le pegue al cuerpo. Está mirando hacia el océano, dejando fluir sus pensamientos, dejándose consumir por la nostalgia. Ya no lleva la cuenta de cuánto tiempo lleva en esa isla, aunque la verdad es que muy poco le importa. Ya no se siente como ella misma, tiene la impresión de que es otra persona, totalmente diferente. Que la muchacha esclava de su pequeña vida, por voluntad propia, no es más que un fantasma que a veces la sigue.

No siente pesar por haber perdido todo lo que con tanto sacrificio construyó, más bien, siente que ha dejado caer de sus hombros una carga inmensa, como quien suelta una maleta particularmente pesada después de un largo recorrido hacia su destino. Siente culpa, por supuesto; ojalá hubiera podido despedirse de quienes la querían. Ojalá hubiera podido dejarles, siquiera, la certeza de que estaba bien, de que estaría bien. Porque estaba segura de ello.

Unos ojos negros se proyectan en su mente, se deja hechizar por su oscuridad. Es algo hipnótico, casi místico. El efecto calmante de ese par de ojos negros siempre es efectivo cuando empieza a ceder ante las garras del remordimiento y de la angustia, que se incrustan en su corazón, y tratan de arrastrarlo de vuelta a la pequeña vida a la que se aferraba, para volver a empezar de cero, como es lo correcto. Olvidarse de todo lo que ha pasado y fingir que todo de repente va de maravilla, y seguir con su pequeña, minúscula vida. Y seguir, y seguir... hasta morir. Luego, ser enterrada en una pequeña tumba, símbolo de lo absolutamente insignificante que resultó su existencia para el universo.

Jamás.

Nunca más volvería a ser capaz de llevar la vida que tenía antes de que esos ojos oscuros se incrustaran en lo más profundo de su mente, en su inconsciente. Una mirada, una sola mirada de ellos era suficiente para saber que ella estaba bien. Que estaría bien.





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