Capítulo 24

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Siento que levito. Creo que algo me mece de un lado a otro, como un bebé al que arrullan en brazos. Sigo acostada, pero mi consciencia ha despertado, y se ha percatado de que no falta mucho para que deje atrás el sopor y abra los ojos de una vez. Pero me resulta imposible, algo me ata seguir así, sin mover un solo músculo. Bien sé, que aquello que me ata, es la reconfortante sensación de conservar un par de ojos negros en mi mente. Tal vez sea el último resquicio del sueño que me aletargó por un buen rato. Pero mi parte racional vence, y despierto sin más. Me incorporo, notando entumecido el cuello. Me estiro, giro la cabeza dos, tres veces, hasta espabilar.

Y entonces observo.

El cuarto en el que estoy no ha de superar los cuatro metros cuadrados, sintiéndose aún más sofocado por las paredes que son de una madera muy olorosa, y las minúsculas ventanas que flanquean los costados del muro central tampoco parecen suficientes para ventilar la estancia. Los escasos muebles también son de madera, a excepción del váter y del lavamanos en el rincón, y no constan más que de dos burós, un tocador y un ropero. Después, reparo en la causa de mi dolor muscular: el jodido camastro de lados rajados en el que permanecí, no sé cuanto tiempo, tumbada. De inmediato extraño a mi amado colchón con un fervor indescriptible. Sin embargo, mi mente no se detiene ni un segundo más en divagar sobre los bienes materiales dentro de la habitación, pues se enfoca en tratar de averiguar cosas mucho más importantes.

Como, por ejemplo, adivinar en dónde demonios estoy. Algo dentro de mí ya lo sabe, pues es lo bastante perspicaz como para atribuir lo sofocado que se siente el ambiente, así como el leve aroma a sal marina que entra por la brisa, a una sola razón. Pero lo que resta de mi ser, no puede (o quiere) creer lo que acaba de ocurrírsele.

1. Estoy en el camarote de un barco, que va navegando.

2. No tengo idea de hacia dónde se dirige.

-Haz memoria, Sakura -me exijo con una mano en la sien, tratando inútilmente de mitigar una jaqueca que se anuncia potente -. Haz memoria, haz memoria.

Pero no. Por Dios que no recuerdo absolutamente nada de ayer, ni recuerdo gran cosa de los días anteriores, hasta que...

-No puede ser... -Salgo disparada fuera del camarote. Si acierto en lo que estoy pensando, si el leve flashazo de memorias difusas que me omnibularon repentinamente pasaron en realidad, en algún lugar dentro de éste barco he de encontrar a Sasuke Uchiha.

Lo último que recuerdo es que íbamos en una avioneta, él, yo, y otras tres personas. Acabábamos de huir de Orochimaru, nos salvamos, por los pelos, de ser calcinados por una explosión. Pero no entiendo cómo pasé, de  estar viajando vía aérea, a vía marítima. Bueno, la verdad es que no entiendo muchas cosas. Necesito mil respuestas para las mil preguntas que bullen dentro de mi cabeza. ¿Quiénes eran esos tipos que me secuestraron? ¿Qué querían con ello? ¿Cómo es que estoy aquí, sana y salva, después de todo lo que pasó? ¿Hacia dónde nos dirigimos? Y muchas, muchas, muchas otras cuestiones...

Pero antes es necesario averigüar en dónde está ese hombre. Contrario a la primera impresión, da la casualidad de que este bote me está pareciendo demasiado grande. El camarote donde me encontraba no ha de representar más que un veinteavo de toda su extensión. Ya no sé si sea correcto llamarlo bote, se ve más bien un inmenso búnker de carga. Voy recorriendo lo que parece ser el pasillo principal, con innumerables puertas a cada lado, todas iguales. Hay lámparas que escupen una luz ámbar cada cierto tramo, pero esa iluminación no es suficiente para hacer menos escalofriante el recorrido. Tal vez sólo sea que tengo frío, pero siento cómo se cierran los poros de mis brazos y se me erizan los vellos. Me invade la sensación que se hace presente siempre que estoy a punto de meterme en un gran lío. De pronto, me entra una risa estúpida.

MORFINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora