Capítulo 1

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Estoy esperando con ansias a que den las 5:00 a.m. para poder largarme, por fin, a casa. Es en momentos como éste donde me auto-castigo por elegir el turno nocturno. Llevo trabajando de noche casi seis meses, y nunca ha pasado nada digno de contar. Esas situaciones que, se supone, son el alma de mi profesión: emergencias. Generalmente me tocan guardias en el piso de ancianos, por lo que de no ser gracias al inseparable café que tomo durante la noche, creo que me dormiría junto con los viejecitos que descansan en las camillas. El olor a medicamentos, impregnado en cada rincón, es un poco menos intenso, pero perceptible. En este ambiente, el único sonido es el "bip-bip" de las máquinas y los ocasionales ronquidos de los pacientes.

Estoy casi cabeceando cuando la alarma de mi celular suena, indicándome que ya es hora de partir. Y justo cuando estoy por meter mi tarjeta de identificación en el aparato que registra las entradas y salidas del hospital, ubicado justo en al lado de las puertas de ingreso, éstas se abren estrepitosamente. No me asusto ni grito como una persona normal lo haría, puesto que una enfermera debe estar siempre preparada para ésto: una emergencia. ¡Genial!

Logró distinguir a la doctora Tsunade entre las cuatro personas que pasan veloz como bala, rodeando la camilla con el paciente. Ni siquiera lo pienso y me les uno en la carrera, total, siempre me quedo unos veinte minutos extra esperando a que pase el autobús. Y, desde luego, no quiero perderme de ésto.

-¿Qué le pasa? -pregunto en cuanto puedo.

-Sobredosis de morfina -contesta escueto un enfermero, demasiado concentrado en correr. Llegamos al área de urgencias.

Dios, sobredosis de morfina. Rápidamente, mis compañeros realizan otras maniobras específicas para éste tipo de intoxicaciones. Sería casi imposible enumerar todo lo que un enfermero hace en urgencias como éstas. Son procedimientos que nosotros ya realizamos casi por inercia. Yo trato de ayudar en lo que puedo, pero sin estorbar, creo que somos demasiados para un solo paciente.

En un determinado momento, el chico parece abrir los ojos. Me encuentro cara a cara con un par de piedras negras, total y profundamente negras. Su mirada se abre a más no poder, está desubicado. Le suministro el oxígeno que le falta, al pobre se le empiezan a amoratar los labios.

-Tranquilo, tranquilo... - trato de calmarlo. Aparentemente él entiende y se relaja, tanto así que, en unos segundos, suelta el aliento y parece dormitar. La doctora Senju lo examina minuciosamente, lo cual es propio de ella. Eso lo noté desde hace años, porque, curiosamente, ella fue una de las voluntarias que impartieron clases en la facultad de medicina. Según sé, se especializa en ginecología y obstetricia, pero personalmente la considero una muy buena médico en todas las áreas.

-Muy buen trabajo, muchachos. Le hemos evitado la muerte a éste joven. -anuncia mi ex -maestra, y todos en la sala aplauden y sueltan hurras -. Rumiko, tú deberás estar al pendiente de él, ¿de acuerdo? Cualquier cosa, házmelo saber. Yo me retiro, señores, ha sido una larga jornada. Felicitaciones, de nuevo.

Aparentemente, la doctora Tsunade no ha tenido un buen día, pues su humor está más tosco de lo normal. Mis demás compañeros empiezan a salir del cuarto para dirigirse a sus respectivas áreas de trabajo, o a sus casas, dependiendo el caso. Yo me quedo unos minutos observando al muchacho postrado en la camilla.

No es por nada, pero cada detalle de él me parece asombrosamente hermoso y peculiar. Su piel, blanca y tersa como el marfil, hace una perfecta combinación con sus cabellos oscuros. Las facciones de su rostro me recuerdan a las estatuillas griegas que había en la universidad: simétricas y armoniosas. Todo ésto a pesar de tener los labios morados por la morfina en su cuerpo. Noto también que está muy delgado, quizás debido a las drogas a las que seguramente es adicto, porque tiene unas pronunciadas ojeras en los ojos que me hacen pensar en los vagos que salen en las películas. Es entonces cuando me pregunto ¿Qué hace alguien de belleza tan sublime ahí, desmayado en una camilla de hospital? Nada encaja, no, señor.

-Eh, Sakura-san... - Rumiko llama mi atención, tal vez me he quedado demasiado tiempo viendo a su paciente -. Ya puedes retirarte, si quieres. Yo me hago cargo, después de todo, tu turno ya acabó...-

-¡Sí, sí! Ya me iba, p-perdón... - ella ríe cortésmente y yo salgo casi corriendo, con la cara toda roja de vergüenza.

Minutos más tarde, ya voy en el autobús rumbo a casa, sentada del lado de la ventanilla. Pienso en que hoy ha sido un día especial, uno en el que por fin tendré algo digno que contarles a mis plantas, y al perro.

MORFINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora