Capítulo 25

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Llevaba horas en la misma posición; tan solo estaba jugueteando con el artefacto entre sus dedos. Se trataba de una especie de anillo, que desprendía desde un extremo un botón que se apretaba con el pulgar, y que al hacerlo emitía una descarga de más de trescientos voltios. Una cantidad, simple y llanamente, letal. Se lo había regalado un antigüo tutor, quien le había enseñado también cómo usarlo sin electrocutarse a sí mismo.

-Sólo tienes que cuidar que no te alcance la primera chispa -le advirtió -. La energía se polariza, por lo que si lo activas lo suficientemente cerca de tu objetivo, éste atraerá toda la corriente. No tendrá salvación.

-Gracias, Kakashi -fue lo único que alcanzó a decir.

-De nada.

Kakashi lo entendía, se lo hacía saber esa sonrisa con la que lo premiaba cuando su desempeño era inmejorable. Mucho tiempo había pasado de aquello, y él había crecido y cambiado en partes iguales desde entonces. Pero siempre le guardaría una veneración especial a ese fanfarrón canoso que se hacía llamar su maestro. Después de todo, él le había dado a Chidori, su arma predilecta, la que lo había hecho famoso entre el bajo mundo. Todos sabían quién era Sasuke Uchiha, ya que lo identificaban por sus temidos electrochoques. Su imagen suponía un casi un ícono. Pero lo que más asombraba era que, incluso siendo un puberto todavía, ya había hecho correr mucha sangre entre sus manos. Era respetado y temido, pero también odiado por aquellos a quienes les había arrebatado algo amado. Desde luego, ninguno de ellos tenía idea de su estricto código de principios, que le impedía asesinar a un solo inocente. Aunque eso le significara una brutal paliza, por haber desobedecido las órdenes de sus superiores. Pero esas eran cosas que no parecían interesar a la gente. Matar es matar. Había oído muchas veces, en distintos lados.

Y, bueno, él era todo un experto en ello.

Recordó, con cierta nostalgia retorcida, la cantidad de gente que había sucumbido ante su chidori y ante otras de sus técnicas. Hizo una lista mental de todas las formas de matar que conocía. Las había bastantes y muy variadas; desde las que no infringían dolor alguno, hasta las que eran simplemente atroces.. Las que ocupaban un arma de fuego, punzocortante, o las que sólo requerían la fuerza bruta. Considerando que él dominaba una buena parte de dichas maneras, sólo había una cuestión que no podía responder.

¿Por qué demonios no iba y la mataba de una buena vez?

Vamos, que ni siquiera le dolería. El plan era entrar a su habitación y aprovechar cuando estuviera dormida para matarla. De una sola descarga, limpia y certera. Las probabilidades de fallar, siendo quien era él, eran mínimas, por no decir inexistentes. No habría accidentes, y deshacerse del cuerpo tampoco era un problema, porque sabía cómo disolver cadáveres.

Entonces, ¿por qué no se movía?

-Levántate, maldita sea... -pero por más que se auto-maldijera, sencillamente, no despegaba un pie del piso.

Claro que elegir entre dejar con vida o no a Sakura Haruno, no se comparaba con elegir si desayunar huevos o pan francés. Le había costado varios días, con sus respectivas noches (y una gran cantidad de neuronas), decidirse. Desde luego, la idea no le agradaba en absoluto. Es más, si pudiera expresar su agrado con una escala numérica, él optaría por utilizar todos los números negativos.

A cualquiera le parecería inconcebible que, después de que la chica hubiera, prácticamente, dejado atrás todo lo que conocía para seguirlo a él, le estuviera pagando de esta forma. Después de que le hubo ofrecido asilo, comida y, en cierto modo, compañía; después de haberse puesto en peligro a sí misma para que no lo atraparan. La verdad es que a él también le parecía despreciable, algo poco honorable e indigno. Sakura era la única persona que se había preocupado sinceramente por él en mucho, mucho tiempo. Se había convertido, quizás, en su única amiga. Los dioses, si es que existían, sabían que él era rotundamente consciente de ello.

MORFINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora