Capítulo 21

807 79 19
                                    


Todo pasó extremadamente rápido. Primero, los pasos tras de mí, luego me estaban persiguiendo, con pistola en mano, y después... ¿Después qué? Oh, sí, ya recuerdo. Me alcanzaron, de eso no hay duda. Tres tipos encapuchados, o cuatro, con pistola en mano. Luego estaba gritando, me amordazaron, y creo que opuse resistencia. Sí, eso hice, ¿no? De otra forma no me hubieran puesto ésta paliza. Me sorprende que aún en esas circunstancias siga siendo una bruta y haya tratado de defenderme, lanzando golpes y patadas a lo loco. Mismos que, evidentemente, no funcionaron. La que acabó golpeada y pateada hasta perder la conciencia, fui yo. Y ahora lo único que puedo percibir es que estoy en un lugar frío y goteante, como una cueva. Apuesto a que tengo al menos unos veinte moretones de todos tamaños y colores distribuidos por todo el cuerpo. Aparte, no veo, porque tengo vendados los ojos. Tampoco puedo hablar porque aún no me han quitado la mordaza. Qué bonito, ¿no?

Pasan minutos (quizás, horas, no tengo una clara noción del tiempo.) antes de que note las primeras señas de actividad dentro de mi celda. Oigo llaves, y pisadas fuertes que se entierran en lo que suena como grava. No puedo moverme, pero quiero retorcerme hasta safarme de las ataduras que me aprisionan, y correr como si mi vida dependiera de ello. Porque, vamos, creo que en este caso, sí depende de ello. Una mano grande y callosa me suelta la venda de los ojos, pero al abrirlos y mirar a mi alrededor, es como si los siguiera teniendo cerrados. Tal es la obscuridad. Todavía estoy tratando de discernir si acaso me he quedado ciega, cuando el tipo me levanta (sin mucha delicadeza) y me lleva a cuestas. Sobra decir que es enorme, y de una musculatura bárbara, pues su andar es fluido como si en lugar de llevar en la espalda a una mujer con sus buenos cincuenta kilos, llevara un trapo.

Después de quince minutos de trayecto, me rindo en mi propósito de memorizar el camino de vuelta a mí celda. Sea lo que sea el lugar en el que estoy, una base subterránea o algo así, puede considerarse un auténtico laberinto. Un laberinto apenas iluminado por ocasionales antorchas, goteante, helado y mohoso. No pasa mucho antes de que empiece a marearme por ir en la posición en la que estoy, con el constante zarandeo del hombre que me lleva a cuestas. Quisiera arrancarle esos cabellos naranjas y enmarañados que tiene para salir corriendo, pero ya aprendí mi lección de no actuar nunca en contra de esta gente, y ser dócil en la medida de lo que mi propia integridad permita. Además, después de que se me pasara el entumecimiento, tengo la ligera sospecha de que la pierna izquierda y dos costillas derechas están rotas. Justo cuando creo que voy a vomitar por causa del mareo, llegamos a lo que parece ser nuestro destino. Supongo que es la única área de toda la base con iluminación eléctrica. Mucha, muchísima iluminación eléctrica para mis ojos.

Hemos llegado al centro de la base, un salón con paredes altísimas que en su mejor tiempo pudieron haber sido blancas. En el centro, precisamente, recibiendo de lleno la luz de la enorme lámpara que cuelga del techo, hay una especie de trono de hierro oxidado. Y el tipo que está sentado en él, de veras parece un rey. Un rey cuya cara se ve cubierta por una muy larga melena negra, vestido con un traje a simple vista carísimo, y con un bastón de plata fungiendo de soporte para su brazo. En cambio, el otro se ve raquítico y sumiso, como un simple vasallo. Está de rodillas ante el trono, implorando.

-Por favor, Madara-sama, perdóneme. Yo creí que ésta sería una buena estrategia para atraer a su sobrino, simplemente quise adelantar las cosas un poco. No pensé en ningún momento en amarme contra usted, por favor, ¡perdóneme! -su voz es escalofriantemente similar al siseo de una víbora. Contrario a la del que está en el trono (quien parece llamarse Madara), que es grave y ronca.

-¿Y qué te hizo pensar que mi sobrino se vería atraído por esa insignificancia de mujer? Te aseguro que huyó a cualquier otro lado en cuanto se enteró de que no tenía que estar más tiempo atado a ella. Itachi siempre haciendo planes estúpidos e infructuosos, no sé qué ganaba al esconderlo con esa muchacha. Ahora lo que vamos a discutir es, precisamente, qué haremos con la chica.

-Pues... Si me permite hacer una sugerencia, Madara-sama, considero que la chica es apta para trabajar en los laboratorios. -comenta el raquítico-. Es enfermera, y tiene algunos conocimientos básicos en química. Con un poco de preparación, podría convertirse en un muy buen elemento. -Madara se ríe, como un libro polvoriento abriéndose.

-Qué casualidad que cada rehén que llega a nuestras manos te resulta apto para los laboratorios, Orochimaru. Olvídate, no voy a darte más gente para tus trabajos, ya he sido bastante generoso contigo.

-Tiene razón , Madara-sama.- es asquerosa la manera en la que este hombre, Orochimaru, trata de mostrarse absolutamente complaciente. Incluso hace que su voz suene melosa.

-Ahora, volviendo al tema, ¿qué sugieres que hagamos con la chica? Es bastante bonita, Sasori bien podría añadirla a su colección de muñequitas...

Tengo una vaga idea de lo que son en realidad las muñequitas de ese tal Sasori. Y no, no se me apetece formar parte de su colección.

-Es una buena opción, Madara-sama, pero ¿qué le parece esperar un poco? Nunca se sabe con el pequeño Sasuke, tal vez en un par de horas venga en rescate de la chica como el principito que es.- ambos se rieron del chiste de Orochimaru, pero yo quería llorar. ¿Qué iba a pasar conmigo? ¿Mí vida ahora dependía de esos  hombres que estaban discutiendo mi destino como si tuvieran derecho a decidir sobre mi vida, sobre si dejarme, o no, con vida? ¿Tendría que resignarme a eso, así nada más?

Jamás.

-No necesito que ningún príncipe venga a rescatarme.- el rey y su bufón voltean al instante, hasta el piso, en el que estoy medio sentada y medio tirada. El que me había llevado hasta el salón, quien se colocó detrás mío como un perro de guardia, se tensa ante la orden de su jefe.

-Juugo, patéala hasta que deje de ser una molestia.

Y justo cuando la pierna de Juugo alcanza un impulso brutal, a punto de salir disparada hacia mi estómago, el príncipe aparece.

-Si la tocas, considerate muerto.

MORFINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora