Capítulo 17

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Abro los ojos, miro la ventana, y la Luna brilla en todo lo alto. Extraño, pienso, pues mi reloj biológico suele despertarme poco después de las ocho de la tarde y para esas horas es aún muy pronto para que la noche parezca ya tan avanzada. Compruebo la hora en el despertador: las siete con cincuenta y dos. Tengo tiempo, es jueves, y el resplandor blanquecino del cuerpo celeste me llama irresistiblemente a contemplarlo. Desde mi ventana se puede observar la acelerada vida nocturna de Tokio y no puedo evitar pensar en qué daría yo por tener como paisaje una simple calle, o una pared, con su monotonía. Ver a las personas en su ir y venir, con el apuro o la despreocupación casual en sus rostros, me hace anhelar ser ellos mismos, o tan siquiera ser parte de sus vidas. Me recuerda, con rotundidad, que mi propia vida es irremediablemente monótona.

Y entonces ocurre, el suceso que corta el hilo de mis pensamientos y deja mi mente en un sopor que se mantiene presente el resto de la noche. El cielo ya oscuro se torna claro, otra vez es de día. En mi desconcierto, volteo primero a la izquierda y después a la derecha, y la persona que observa desde la ventana de la sala le arrebata por completo mi atención al eclipse que está sucediendo.

Nunca imaginé que Sasuke Uchiha se pudiera ver tan glorioso al ser bañado por la luz del Sol. Su perfil, que ya en circunstancias normales parece esculpido, da la impresión de tener brillo propio, o no sé si es por la palidez de su piel. El caso es que... cielos. Simplemente, cielos. Es el hombre más apuesto que he conocido en toda mi vida.

Como si sintiera mi mirada, voltea la cara. Nos quedamos viendo el uno al otro hasta que el eclipse finaliza y caigo en cuenta de lo que estoy haciendo. No sin pena, por supuesto. Me hallo consiente de que apenas duró unos segundos, que en cambio se sintieron como eternidades. Sólo atino a atribuir el impacto que todavía me atolondra, a que no había visto ni la sombra de Sasuke desde que vive aquí. Supongo que no ayuda para nada el hecho de que trabajo de noche, y extrañamente me la he pasado estos días dormida. Aclaro que no estoy evitando a propósito a Sasuke, desconozco la razón de que me sienta tan cansada últimamente y todo lo que haga sea dormir hasta la noche siguiente y comenzar la rutina.

Como sea, decido dejar de darle vueltas y darme una ducha. Tengo que ir a trabajar.

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Toda su vida había lidiado con la aveces fortuna, aveces desgracia, de ser madrugador. Ya hacía tiempo que había dejado de intentar cambiar ese rasgo, se había resignado a despertarse todos los días antes de que el Sol saliera. Si, era un verdadero fastidio tener que finjirse dormido todos los días para que nadie se atreviera a molestarlo. Pero vamos, tampoco es que le gustara mucho dejarse llevar por sus pensamientos, o sus recuerdos... Justo como lo estaba haciend, hasta que la puerta principal se abrió. Esto no habría representado ninguna novedad de no ser porque Sakura siempre era cautelosa cuando llegaba; sólo que ésta vez fue diferente, lo hizo con con mucho revuelo. Múltiples achú.

-Alguien está enferma.

Se levantó del sofá sin demora, pues ésta vez sí tenía una razón para levantarse. Ya estaba empezando a hartarse de que Sakura lo estuviera evitando a propósito. Y no sabía por qué demonios, pero sentía coraje al recordar a la chica ensimosa y en exceso platicadora que antes habría hecho lo que fuera con tal de sacarle unas dos palabras, y que ahora ni siquiera se molestaba en verlo. Si tan enojada estaba con él, aún después de haberle dejado claro (a su manera, claro) que no tenía intenciones de dejar que toda su mierda la perjudicara, pues la haría enfrentarse cara a cara con él, hoy mismo, para que le dijera cuál era su jodido problema.

Sin embargo, se quedó quieto en su lugar al ver a la pelirrosa medio desnuda, dejando el rastro de su uniforme por todo el pasillo hasta su habitación. Se repitió a sí mismo varias veces "No viste nada" y mejor volvió a acostarse en el blando sofá. Como era inútil tratar de conciliar el sueño, se dedicó a escuchar los  convalecientes ruidos de la chica, quien aparentemente era víctima de una gripe espantosa.

-Eso le pasa por acercarse de más a los enfermos. -murmuró recordando lo excesivamente amigable que podía llegar a ser. Él, acostumbrado a mantenerse a no menos de un metro de distancia de todo ser vivo, muchas veces se sintió descolocado con la cercanía de la enfermera. Su espacio personal jamás se había visto tan violado desde que le alcanzaba la memoria. Entendía que era, tal vez, sólo su personalidad. Pero también creía que en trabajos como el suyo, que implicaban contacto con otras personas, era mejor no involucrarse de más. Cuántas cosas se habría evitado Sakura de haber pensado como él...

Pasado un rato le fue imposible ignorar la tos y los quejidos de la chica, como inicialmente se había propuesto, pues eran demasiado fuertes. Le pareció extraño que ella, teniendo conocimiento sobre qué hacer en esos casos, no hubiera tomado ya alguna pastilla del armario de la alacena en donde guardaba todas las medicinas (así lo había descubierto hace unos días). Quizás no tenía ni fuerzas para ir de su cuarto a la cocina. O quizás un fuertísimo dolor se lo impedía.

O quizás su plan era dejarse consumir por la enfermedad y la depresión, hasta la muerte, porque la angustia que le daba toda esa situación con él y con su odioso hermano era demasiada para ella.

Y con esta última teoría, saltó del sofá y se dirigió rápidamente a la habitación de la pelirrosa, dispuesto a no dejarla completar su plan de matarse.

No correría más sangre por su culpa.

Dió tres toques en la puerta, recordando que hace unos minutos ella estaba prácticamente sin ropa, una de las enseñanzas que nunca olvidaría de su madre era la de respetar a las mujeres. Pero notó que el ataque de tos que atravesaba la chica se intensificaba. Ésto lo alarmó y decidió entrar sin temor a encontrarla en paños menores. Para su suerte, no lo estaba, pero lo que vió no lo tranquilizó ni un poco.

La vió hecha un ovillo sobre la cama, con la cara toda sonrojada en señal de acaloramiento, y no sudaba, por lo que dedujo al instante que tenía una fiebre altísima. Jaló la sábana que la cubría hasta el cuello para que su cuerpo no se calentara más, necesitaba bajar la fiebre de inmediato. Le sorprendió, y en cierto grado le pareció gracioso, que llevara puesta unas prendas tan ligeras y se tapara al mismo tiempo, pero lo que más gracia le causó fue que la chica, entre escandalosas toses, tratara de decirle que estaba bien. Aún enferma, no dejaba de parlotear.

-Suficiente, molestia. Dime dónde tienes un termómetro.

MORFINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora