PRÓLOGO

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La nave de carga aterrizó con una sacudida sobre el terreno plano de la ciudad, si no me equivocaba en lo que veía por la ventana, esta debía de ser una de las pocas calles sin escombros de Tierra.

-Escúchenme bola de inútiles: van a bajar en grupos de tres, quiero que peinen sus áreas asignadas como si estuvieran buscando una liendre en un millón. Y no se separen.- tomé una pausa -Cualquier cosa que se mueva allá afuera, mátenla.

Las cuatro filas de hombres uniformados ante mí se mantuvieron firmes, sin decir palabra, sin hacer ningún sólo ruido y evitando hacer contacto visual. Así deben ser las cosas: ningún sólo comentario, ninguna sola objeción, sólo obedecer al líder y cumplir la misión al pie de la letra.

Así era como se sobrevive aquí.

Me di la vuelta dándole la espalda al grupo.

-Estén atentos. Pase lo que pase, no bajen la guardia.

Di un último suspiro y mi cabeza quedó oculta bajo mi casco de general. El interior tanto el exterior eran negros como la tinta, y aunque mi campo de visión no era muy limitado, los hologramas anaranjados que sólo se podían ver por dentro me molestaban a la hora de actuar.

La compuerta de la nave se dejó caer al suelo con fuerte estruendo metálico. Aún con el casco, me llegó a la nariz el espeso olor de carbón en el aire.

Los cuatro grupos bajamos de la nave a paso apresurado, con nuestros paralizadores en alto y conmigo al frente. No pasaron más de tres segundos y cada grupo fue a su área asignada. Yo, estaba solo.

Disminuí el paso, siempre atento a cualquier movimiento en la calle y con el paralizador cargado.

Las nubes carmesí que cubrían el cielo desde hace ya tanto le daban un aspecto de ultra tumba a la ciudad. No había viento, no había ruido, no había nada ni nadie. Perfecto.

Si corría con suerte, tal vez esta parte de la ciudad esté tan abandonada como las demás.

Mi programación de hoy, (y el objetivo de esta misión), era encontrar y asesinar aquella señal de vida que había captado nuestro satélite cerca de La Casa del Fideo. Después de eso, podría regresar a Cielo y descansar las dos horas que quedaban del día en mi celda.

Me tomé la molestia de bajar el arma y contemplar las ventanas rotas de La Casa del Fideo. Desde aquí podía ver la mesa número nueve y el sushi podrido que nadie se terminó la última vez que sirvieron en ése lugar.

Un punto rojo dentro de mi casco me obligó a subir el arma y alejarme del restaurante poco a poco siguiendo el rastro que mi radar había encontrado. Sí, definitivamente esas eran huellas humanas frescas, y si terminaban en ese callejón la víctima no podía estar muy lejos.

El cuero negro de mi uniforme me hacia camuflarme en la oscuridad del callejón, pero también las huellas se desvanecían. Pero no había problema, con mi casco ni siquiera tengo que ver al suelo para saber hacia donde se dirigen.

Me detuve cinco pasos antes de llegar al contenedor de basura, desde aquí podía escuchar como mi víctima temblaba del miedo.

Levanté mi arma y apunté.

-Sal.- ordené usando una voz tan firme que causaba miedo.

Lentamente, dos figuras salieron de detrás de el contenedor y se arrodillaron ante mí. Una era muy vieja y huesuda, con manchas en la piel y la ropa increíblemente rasgada; el segundo, sólo era un niño, sucio, sin zapatos y no con más de doce años. Ambos estaban descalzos, y el temor se reflejaba en sus ojos llorozos.

Me enfurecí. Yo no tenía tiempo para esto.

-¿Quién de los dos entró a La Casa del Fideo?- pregunté sin dejar de apuntar y con voz gruesa -¿Quién?

Temblando, la mujer de mayor edad sacó de debajo de su ropa una pequeña lata de fideos crudos y la dejó en el suelo.

-Fui yo.- dijo con la voz quebrada.

La mujer, le dirigió a su hijo una mirada de soslayo. Me impresionó por mucho, que el niño también supiera el destino de su madre, y la abrazó entre llantos por última vez.

-Largo.- le ordené al niño con frustración

Muy a su pesar, el niño se desprendió de los brazos de su madre, y salió del callejón buscando algún otro refugio. Sabía que no lo volvería a ver, pues mi equipo estaba al rededor de toda la zona y no dudarían en matarlo cuando lo vieran.

Sin dejar de observar a la mujer, oprimí un botón a un costado de mi casco y hablé por el comunicador.

-Habla el General del Escuadrón 94, diganle al Emperador que ya encontré a su ladrona.

-Entendido General Kai, reportare su osadía de inmediato.- respondió una voz computarizada desde el otro lado.

La conversación terminó con eso y volví a centrar mi atención en la mujer de mayor edad. Jale la palanca de mi paralizador hasta la casilla negra con la calavera pintada en medio y puse mi dedo en el gatillo. Era hora de terminar con esto.

-Tú no...¿recuerdas?- preguntó la anciana con lágrimas en los ojos.

Su nombre me llegó tan de repente que lamenté saberlo: Misake.

-Claro que recuerdo, y para que sepa: es lo que más me duele.

Y nuevamente, sin que yo se lo ordenara a mi cuerpo, jale el gatillo y el paralizador acabó con la vida de otra persona.

Apenas bajé el arma y me comenzaron a doler los músculos, ya me lo espera.

Recogí la lata de fideos crudos y salí del callejón, al pasar por La Casa del Fideo, pude escuchar el grito del niño siendo asesinado, pero ese no era mi problema.

Aún con los músculos adoloridos, tomé fuerza y arrojé la lata de fideos contra otra ventana del restaurante.

Los vidrios quebrandose en cientos de pedazos, me trajeron millones de recuerdos.

Ninjago II: The Last Day With Us [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora