Cap. 26: Motos peligrosas.

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Capítulo 26

Motos peligrosas

     Nick hablaba con Ed e intentaba parecer calmado, pero la verdad, parecía un imbécil. Se movía como si se fuese a orinar, miraba desesperadamente al baño, sudaba, cruzaba los brazos y apretaba fuerte las mangas de su chaqueta... Estúpido.

     —Eh... ¿Vamos? —dijo Paula al verme distraída.

    —¿Ah?... Ah, sí, sí.

     Salimos y antes de acercarnos la tomé de las manos haciendo que quedara al frente. De reojo vi a Nick y vi como pasaba saliva.

     —Somos cuñadas —le solté.

     —¿Qué?

     —Sí, bueno, en realidad no lo somos, pero prácticamente sí, ¿entiendes?

     —¿Qué? ¡No entiendo nada!

     —Soy la hermana, bueno, a decir verdad la hermanastra de Nick... —tragué duro, como si hubiese comida piedras al decir:—. Tu novio.

     —¿Qué?

     —¡Ay, ya deja de decir eso! —le dije.

     —bueno, pero no lo creo.

     —Que te lo diga él —sonreí con malicia, diversión y tristeza.

     Antes de que me respondiera, la jalé hacia donde estaban ellos. Nick miraba hacia nosotras y veía como cambiaba de colores, me reí internamente al pensar en el infierno por el que debe estar pasando.

     —Hola, Nick —dije mientras Paula se colgaba de su cuello y lo besaba. Yo reía pero por dentro algo se estaba desencajando—. ¡Qué casualidad verlos aquí!

     Nick intentaba hablar, pero su boca sólo hacía los movimientos aunque no emitiera sonido alguno.

     —Yo...

     Sin pensarlo salió corriendo, muy rápido. Paula quedó con la boca abierta mirando el camino el cual había recorrido Nick. Me miró desconcertada y le hice señas de que no sabía nada. Gruñó, se despidió muy decentemente con palabras como: "Un gusto, Valerie. Espero que nos volvamos a ver. Hasta luego" sólo le hice un signo de paz con los dedos y dejé que se fuera tras su ceniciento.

     —¿Qué rayos fue eso? —Preguntó Edward.

     —No sé, mi amor —dije acercándome a su boca y vi como una gran sonrisa se dibujó en sus labios.

     —¿Qué esperas? ¡Bésame de una vez!

     Y eso hice. Estaba feliz de tenerlo a él. Edward era perfecto para mí. Creo que encajábamos perfectamente. Me sostuvo la cara y siguió besándome con más intensidad, yo empecé a tocar su espalda...

     —Disculpen, señores —carraspeó el mesero y nos giramos a ver al bajo señor—. Ya es hora de que desalojen el establecimiento.

     —¡¿ME ESTÁN ECHANDO?!

     —Noo... o, señor —tartamudeó—. Sólo queremos que...

     —¡ME ESTÁN ECHANDO! ¡NO PUEDO CREER ESTA MIE...!

     —Vámonos a tu casa, Ed —dije riendo y al instante se calló.

     —Hasta luego, señor mesero. —dijo en forma exageradamente decente y me hizo reír—. Dele saludos a Ratatouille, dígale que no puedo atender su cita porque voy a follar con mi novia.

     Reí a carcajadas y le pegué un puño en el brazo. Él sólo me cargó al hombro por todo el centro comercial hasta llegar al parqueadero.

     —Te tengo una sorpresa —me dijo.

     —No, prefiero pasar.

     —Pues no tienes opción. Acá está.

     Había una hermosa moto negra, con bordes y accesorios plateados. Un casco negro y otro fucsia.

     —¿Una... una moto? —pregunté

     —Sí, me la dio mi padre ayer. Pero lo mío es tuyo.

     —Odio las motos, así que es toda tuya.

     —¿Por qué las odias?

     —Me dan miedo. —admití haciendo cara de terror y dando un paso atrás.

     —Estaré contigo y siempre para ti, Val, no dejaré que nada, nada te pase. Ahora, súbete.

     Tenía un miedo grandísimo. Las piernas y las manos me temblaban. Me quedé pensando en los pros y los contras de subir a una moto con un adolescente de 18 años, cuya primera vez manejando moto fue hace una semana probablemente. Eran más contras que pros. Me temblaba hasta el culo. En serio no quería, pero ya me estaba poniendo el casco.

     —¡Valerie Brooks! —gritó Ed para sacarme de mi trance.

     —No soy Brooks, soy Blake ¿ok, señor Marconi?

     —Eres Brooks, tu hermano es Blake.

     —No quiero el Brooks, porque es el apellido de un señor que nunca ayudó a mi madre, un señor que ni conozco, así que soy Blake. Fin.

     —¡Ya cállate, Blake!

     Puse mis ojos en blanco

     —Listo, señor Marconi.

     Y prendió la moto. Salimos por la avenida y estaba cagada del susto. Lo apreté muy fuerte y cerré muy duro mi boca para no gritar. Edward iba como una loca. El viento y ver a los demás carros, motos, hombres y demás cosas es súper increíble.

     —¡ED, BÁJALE A LA VELOCIDAD! —grité pero fue en vano.

     Lo empecé a mover para que me pusiera atención. Moví su chaqueta y giró a verme sin detener ese peligroso medio de transporte.

     —¡¡¡ED!!! —grité aterrorizada y todo se tornó de un color oscuro.

     y vino lo peor...

Mi Hermanastro, el cuarto de los deseos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora