Cap. 30: Ed, en coma

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Capítulo 30

Ed, en coma.

 Salí corriendo hacia la habitación de Edward, con cuidado de no hacer mucho ruido abrí la puerta y entré en la oscura habitación.

     Era un cuarto acogedor para tan impresionante situación que se vivía. Vi en una muy cómoda y limpia camilla un cuerpo estático, estaba lleno de vendas y mangueras por todo el cuerpo, su cabeza estaba vendada y su cuerpo perfectamente acomodado.

     Alrededor, unas máquinas no dejaban de emitir sonidos que indicaban el rendimiento de su corazón, respiración y no sé qué más.

     Me senté en una silla que estaba al lado de su camilla y lo miré detenidamente y sin pronunciar ninguna palabra. Luego, el llanto se apoderó de mí.

     No sabía cuál era el motivo de mi llanto, tal vez, ver a Edward en ese estado, o el miedo de que no sobreviviera, o que no recordara nada de lo que había pasado con él —ni siquiera mi primera vez—, lo que su familia sentía, que ese chico acostado y en estado de coma, haya sido tal vez el padre de mi hijo no nacido, no sabía, el caso era que me estaba consumiendo.

     —Edward… Yo, no sé,  lamento, lamento no recordar nada —susurré al tiempo que limpiaba mis mocos—. Espero que cuando despiertes me cuentes TODO lo que pasó, porque para mí es muy frustrante no recordar nada, no recordarte.

     Mis ojos se llenaban cada vez más de lágrimas y los apretaba con fuerza. Sin intención alguna recorrí la habitación, fui al baño, miré bajo la camilla y finalmente, abrí los cajones. En esta última, encontré el diagnóstico de Edward.

     Al igual que el mío, tenía su nombre «Edward Marconi», lo abrí y leí.

     Trauma craneoencefálico severo, conmoción cerebral grave, daño severo en riñón izquierdo, costilla 3 izquierda rota, tibia rota, concentración de sangre severa en pulmón…

     Mis ojos se aguaban con dolor cada vez que seguía leyendo. Estaba muy mal, y por mi culpa. Él recibió todos los golpes que yo debí recibir. ¡Está casi muerto por mi culpa!

     Me tiré al piso y me quemaba la garganta. ¿Por qué había pasado esto? Edward no lo merecía, él era el mejor tipo que yo conocía. Arriesgó su vida para salvar la mía.

     Empecé a orar y a pedirle a Dios por su salud. No quería que nada le pasara. Tenía mucho, mucho miedo y dolor… No sólo físico, tenía mucho dolor espiritual. Me dolía y me quemaba.

     —Perdóname, Ed. —dije llorando y aún en el suelo—. De no ser por mí, no estarías en esa camilla a punto de morir. Por favor, perdóname.

     De repente, la máquina que calculaba los latidos de su corazón empezó a tener un ritmo más acelerado y constante, levanté mi cabeza y sonreí.

Mi Hermanastro, el cuarto de los deseos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora