La élite

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La élite de Kiera Cass

— ¿Cómo es estar enamorada? — preguntó May.

Eso me dolió. ¿Por qué no me lo había preguntado nunca a mí? Luego recordé que nunca le había contado que estuviera enamorada.

Lucy esbozó una sonrisa triste.

— Es lo más maravilloso y lo más terrible que te puede suceder — dijo, simplemente— . Sabes que has encontrado algo sorprendente, y quieres que te dure toda la vida; y a partir de entonces, te pasas cada segundo temiendo el momento en que puedas llegar a perderlo.

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Comprendía la sensación que tenía Maxon: la de que todo aquello era demasiado bueno como para ser verdad, como para poder confiar en ello. Era la misma que tenía yo a diario con él.

— Maxon, eso no va a suceder — le susurré, con los labios pegados a su cuello— . En todo caso, puede ser que tú te des cuenta de que no soy lo suficientemente buena para ti.

Él tenía los labios pegados a mi oreja.

— Cariño, eres perfecta.

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— Eso no es justo, Maxon — murmuré— . ¿Y yo? ¿Qué se supone que voy a darte a cambio?

Él sonrió.

— Lo único que quiero es que me prometas que te quedarás conmigo, que serás mía. A veces me da la impresión de que no puedes ser de verdad. Prométeme que no me dejarás.

— Claro. Te lo prometo.

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— ¿Maxon? — dije, girándome hacia él.

— ¿Sí, cariño?

Sonreí al oír eso de «cariño».

— ¿Por qué estabas hablando con mi padre?

Maxon sonrió.

— Le he comunicado mis intenciones. Y deberías saber que lo aprueba plenamente, siempre que tú seas feliz. Al parecer, esa era su única preocupación.

Le he asegurado que haré todo lo que pueda para que lo seas, y le he dicho que me parecía que ya eras feliz.

— Y lo soy.

Sentí que Maxon hinchaba el pecho.

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A lo mejor esto que te voy a decir no es lo correcto, pero quiero que lo sepas: cuando saliste corriendo hacia el estrado, sentí que nunca en la vida me he sentido más orgulloso de ti. Siempre has sido guapa; siempre has tenido talento. Y ahora sé que tu talla moral está a la misma altura, que ves claramente cuando algo no está bien y que haces todo lo que puedes por combatirlo. Como padre, no puedo pedir más.

Te quiero, America. Y estoy muy muy orgulloso.

PAPÁ

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— Tú tienes un gran corazón, Mer. Sé que hay cosas que no puedes cambiar, pero me gusta que aun así quieras hacerlo.

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— ¿Cómo estás? — me preguntó, cruzando la habitación.

— ¿La verdad? Nerviosa.

— Es por lo guapo que estoy, ¿verdad?

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¿Podía ser tan simple? ¿Se trataba simplemente de contar una historia a una generación y repetirla hasta que la aceptaran como hecho probado? ¿Cuántas veces le había preguntado yo a alguien mayor que mamá o papá sobre lo que sabían o lo que habían visto sus padres? ¿Qué sabían los mayores? Había sido arrogante por mi parte no pensar siquiera en lo que pudieran explicar. Me sentí una tonta.

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— Por favor, no llores, querida. Si pudiera, haría lo que fuera para que no lloraras nunca más.

— No volveré a verte nunca — dije, respirando a trompicones— . Es todo culpa mía.

Me agarró con más fuerza.

— No, yo debería haber sido más abierto.

— Y yo más paciente.

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