La restauradora de Amanda Stevens
Jamás admitas que has visto un fantasma. No los mires, no les hables, no permitas que huelan tu miedo.
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Pasarte toda tu vida pretendiendo ser algo que no eres debe de resultar agotador. Con el tiempo, los secretos mejor guardados se convierten en cargas demasiado pesadas.
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El paso del tiempo causaba estragos en el mundo de los muertos, igual que en el de los vivos.
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-De todas formas, gracias por venir a rescatarme. No puedo creer que lo haya hecho.
Se quedó en silencio durante unos instantes.
-Cuando la he oído gritar…
Esa ligera vacilación en su voz me aceleró el pulso. Había pensado que estaba en peligro y había acudido de inmediato en mi ayuda, sin pensar en las consecuencias.
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-Es usted una mujer muy peculiar, Amelia.
-Creí que era pragmática.
-Peculiar, asombrosa y pragmática.
Se me aceleró el pulso.
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-Entonces, ¿por qué ha venido?
-Porque no puedo estar lejos de usted.
[…] Alargó el brazo y me acarició la mejilla con los nudillos.
-No tiene ni idea, ¿verdad?
Cerré los ojos y disfruté del calor de su piel.
-Se me ocurren muchas cosas. Algunas puede que incluso le sorprendan.
-Estoy intrigado. –murmuró. Bajo la luz de la lámpara me pareció ver la sombra de una sonrisa. Deslizó la mano por mi pelo y jugueteó con un mechón suelto, enrollándoselo entre los dedos.
[…]
Y entonces me cogió de la mano y me atrajo hacia sí. No opuse resistencia. Cerré los ojos y me recosté a su lado.
Devlin temblaba. Inclinó suavemente la cabeza y nuestros labios se tocaron. Una explosión de energía me recorrió todo el cuerpo. Paralizada, noté que me estrechaba entre sus brazos. Le rodeé el cuello con los míos y nos besamos apasionadamente. Aquel beso me pareció eterno, nada parecido a los que había vivido hasta entonces. Percibía una carga eléctrica fluyendo entre nuestros cuerpos. Subía y bajaba como las mareas de un océano, intensificando mis cinco sentidos, llevándose consigo todas mis fuerzas.