Canción de Navidad de Charles Dickens
(Sobre Scrooge) No había calor que pudiera templarlo ni frío glacial que pudiera estremecerlo. No había viento más implacable que él, ni nevada más pertinaz ante un propósito, ni aguacero más sordo a una súplica.
Las cortinas se descorrieron, y Scrooge, sobresaltado, se incorporó levemente y se encontró cara a cara con el visitante ultraterrenal que las había descorrido: tan cerca de él como ahora lo estoy yo de ustedes, pues estoy, en espíritu, a su lado.
-Qué poco cuesta –dijo el fantasma- hacer que esa pobre gente sienta tanta gratitud.
Podría decirse que su poder reside en sus palabras y sus miradas, en cosas tan sutiles e insignificantes que resulta imposible contarlas y enumerarlas. Pero ¿qué más da? La felicidad que aporta es tan grande como si costase una fortuna.
Al fin, no obstante, empezó a pensar –como ustedes y yo habríamos pensado desde el primer momento, ya que siempre es la persona que no se encuentra en el aprieto quien sabe lo que convendría haber hecho, y con toda certeza lo habría hecho-, al fin, como decía, empezó a pensar que el origen y secreto de aquella misteriosa luz debía de encontrarse en la estancia contigua.
Responde a una justa, equitativa y noble disposición de las cosas que, así como la enfermedad y la tristeza son contagiosas, no haya nada en el mundo que lo sea de forma tan irresistible como la risa y el buen humor.
Pues es bueno ser niño de cuando en cuando, y nunca mejor que en Navidad.
¡Golpea, Sombra, golpea y verás cómo brotan de su herida sus buenas obras para sembrar en el mundo vida inmortal!