Las cartas robadas de Lorenzo De' Medici
Tenía la convicción de que la perspectiva ensancha la mente y te permite adquirir una visión distinta de las cosas y de los acontecimientos. Si estos se miran demasiado cerca, en cambio, uno queda entrampado en una visión cuadrada, cerrada, profundamente influida por el ambiente.
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Él estaba tendido a su lado, con la cabeza apoyada sobre una mano, mientras que con la otra le apartaba delicadamente el habitual rizo de cabellos que le caía en la frente.
-¿Has dormido bien? –preguntó sonriendo.
Ann se tapó los ojos con las dos manos.
-¡Qué vergüenza! ¿Cómo es que hemos acabado así? No me acuerdo de nada.
-¿De nada, de nada? –preguntó él sonriendo.
Ella le contestó con una sonrisa algo azorada.
-Entonces, eso quiere decir que habrá que repetirlo para refrescarte la memoria –le murmuró al oído.
Y antes de que le diera tiempo a decir nada, ya se había reclinado sobre ella, besándola y acariciándola.
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Pero si no se peca de vez en cuando, dónde estaría el placer.
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Como portero de noche, estaba acostumbrado a ver de todo.
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Recitaba varias veces al día diez padrenuestros y otros tantos avemarías para quitarse de encima la sensación de culpabilidad que le causaba este asunto. Primero el robo, después el muerto...
Un asunto muy feo.
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No te fíes nunca de nadie, querida Ann. La gente más irreprensible es a veces la que peores cosas hace.
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En el fondo, siempre había querido ser pintor. Tenía talento y lo sabía. Pero el talento no era suficiente para vivir, sobre todo si se tiene una familia que sacar adelante. Así que tuvo que conformarse con el oficio de restaurador para poder sobrevivir.
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'¡Espero que la ciudad conserve el ruido de mis pasos!'
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Alejó el velo de tristeza con un gesto de la mano, como si se dispusiera a parar un taxi por la calle.