Noticia de un secuestro de Grabriel García Márquez
Es inevitable: en Colombia, toda reunión de más de seis, de cualquier clase y a cualquier hora, está condenada a convertirse en baile.
El tiempo les enseñó que la máscara esconde el rostro pero no el carácter.
Pero el poder –como el amor- es de doble filo: se ejerce y se padece. Al tiempo que genera un estado de levitación pura, genera también su contrario: la búsqueda de una felicidad irresistible y fugitiva, sólo comparable a la búsqueda de un amor idealizado, que se ansía pero se teme, se persigue pero nunca se alcanza.
De modo que tenía ya el pellejo bien curtido como para disfrutar el lado folclórico de su secuestro.
Una droga más dañina que las mal llamadas heroicas se introdujo en la cultura nacional: el dinero fácil.
Nada era simple en esos días, y mucho menos informar sobre nada con objetividad desde ningún lado, ni era fácil educar niños y enseñarles la diferencia entre el bien y el mal.
La misma puerta que se abrió, la misma frase que podía servir por igual para ser libre que para morir, el mismo enigma sobre su destino.
Se había aprendido a vivir con el miedo de lo que sucedía, pero no a vivir con la incertidumbre de lo que podía suceder: una explosión que despedazara a los hijos en la escuela, o se desintegrara el avión en pleno vuelo, o estallaran las legumbres en el mercado.
Pero las cosas que interesan a la gente terminan por imponerse a las que interesan a los gobiernos.
No era el miedo de fugarme sino el de no atreverme.