El club Dumas de Arturo Pérez-Reverte
-¿Tienes el propósito de leer eso?
-Claro que sí. Procura no contarme el final.
Se rió Corso bajito, sin ganas.
-Eso quisiera yo -dijo mientras reordenaba los mazos de postales-. Poder contarte el final.
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-¿Quién eres?
-El diablo -dijo ella-. El diablo enamorado.
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– Tu peor enemigo eres tú mismo -dijo al fin, distante. También ella parecía ahora fatigada, igual que la noche anterior cuando llegaron al hotel-. Tu imaginación-se tocó la frente con el índice-. Los árboles no te dejan ver el bosque.
La Ponte soltó un gruñido.
– Dejad la botánica para luego, si no tenéis inconveniente.
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Ante un texto, cada uno aplica su propia perversidad. Un lector es lo que antes ha leído, más el cine y la televisión que ha visto. A la información que le proporcione el autor, siempre añadirá la suya propia. Y ahí está el peligro: el exceso de referencias puede haberle fabricado a usted un adversario equivocado, o irreal.