Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl
Cada uno de estos ancianos tenía más de noventa años. Estaban tan arrugados como unas ciruelas pasas y tan huesudos como esqueletos […] en cuanto oían abrirse la puerta y la voz de Charlie diciendo: “Buenas noches, abuelo Joe y abuela Josephine, abuelo George y abuela Georgina”, los cuatro se incorporaban rápidamente, y sus arrugadas caras se encendían con una sonrisa de placer, y la conversación empezaba. Adoraban al pequeño Charlie. […] A menudo, la madre y el padre de Charlie acudían también a la habitación y se quedaban de pie junto a la puerta, escuchando las historias que contaban los ancianos, y así, durante una media hora cada noche, esta habitación se convertía en un lugar feliz, y la familia entera conseguía olvidar que era pobre y que pasaba mucha hambre.
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El señor Willy Wonka es el fabricante de chocolate más asombroso, más fantástico, más extraordinario que el mundo ha conocido.
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¡Claro que es imposible! –exclamó el abuelo Joe-. ¡Es completamente absurdo! ¡Pero el señor Willy Wonka lo ha conseguido!
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-¡Ahora sí que voy a vomitar! –gimió la señora Tevé.
-¡No, no! –dijo el señor Wonka-. ¡Ahora no! ¡Casi hemos llegado! ¡No estropee mi sombrero!